(Imagen de cabecera: Al primo soffio di vento, de Franco Piavoli)
Víctor Esquirol (Festival de Gijón)
En su tercer año al frente del FICX, no hay duda de que el equipo capitaneado por Alejandro Díaz Castaño ha logrado volver a llevar a la cita gijonense al lugar que por historia le corresponde. Termina la 57ª edición con la sensación reconfortante (incluso ilusionante) de que dicho certamen luce, una vez más, como una sólida garantía de respeto reverencial hacia una autoría que necesita de este tipo de apuestas institucionales para no perder el contacto no solo con el núcleo más duro de la cinefilia, sino también con un gran público que, para mayor dicha, responde favorablemente al reto de enfrentarse al cine entendido siempre como una experiencia estimulante. Aquí van 10 propuestas inolvidables que dejó el #57FICX:
1. Evasi + Al primo soffio di vento, de Franco Piavoli. Salir de una sala de cine maravillado por un descubrimiento; también avergonzado por no haber llegado aquí antes… pero sobre todo infinitamente agradecido. Porque un festival no solo tiene que estar atento a las nuevas olas que actualmente dan forma al arte cinematográfico, sino erigirse también en baluarte de una memoria fílmica que, por supuesto, debe ser preservada. En mi caso, recordaré la 57ª edición del FICX como aquella en la que descubrí, por fin, a Franco Piavolli. A un autor que lo mismo conseguía violentarme con la concatenación de primerísimos primeros planos de espectadores en un estadio de fútbol, como me calmaba el alma con el ritmo pausado del campo y la luz anaranjada del atardecer. A un cineasta cuyas imágenes y sonidos invocados dan fe de una visión privilegiada de los grandes misterios de la vida.
2. The Beach Bum, de Harmony Korine. De repente, una de las mejores películas del año. Hora y media de farra sostenida en la que Matthew McConaughey parece no estar interpretando, y en la que su autor da síntomas de estar promoviendo un estado de (in)conciencia claramente superior. La diversión por la diversión, a cualquier precio, y sin más ambición que la de ir a buscar el siguiente trago, la siguiente calada… o lo que es lo mismo, el siguiente verso en un poema donde lo pueril es seguramente el síntoma de unos tiempos muy decididos a celebrar, por todo lo alto, su propio fin.
3. Vitalina Varela, de Pedro Costa. El merecido Premio a la Mejor Película de esta 57ª edición implica el reconocimiento a una manera de entender el cine que, para bien o para mal, es patrimonio de un reducido grupo de artistas. Este prolongado réquiem en claroscuro es una clase magistral de entrada en la intimidad de unas personas que, como cabía esperar, duele, pero al mismo tiempo, es capaz de erigirse en primer gesto de luminosa resistencia a un mundo a veces demasiado empeñado en caminar hacia las tinieblas.
4. El viaje de Lillian, de Andreas Horvath. La primera ficción de este cineasta austríaco está basada en un caso real de naturaleza extraordinaria. Usando esto como pretexto, nos propone un viaje increíble siempre al filo de lo silente. De una ausencia de comunicación que no es más que el resultado directo de una era en la que el “extranjero” vuelve a ser tratado con recelo y desconfianza. La odisea de esta inmigrante forzada a salir de los Estados Unidos implica un emocionante uso del cine digital; de una manera de hacer películas que nos recuerda que la falta de medios no tiene por qué estar reñida con la consecución de las más grandes gestas.
5. Las vidas de Marona, de Anca Damian. En la animación, esta directora de origen rumano ha encontrado por fin un espacio en el que poder expresar una creatividad que, visto lo visto, solo está delimitada por las infinitas posibilidades de la más inquieta de las imaginaciones. En su nueva película, cada objeto, personaje y paisaje es susceptible de deformarse hasta niveles que rozan el surrealismo. Esto sucede como exhibición de un músculo visual impresionante, pero también para concretar un ejercicio de impresionismo en el que las maravillas y terrores del mundo moderno se magnifican por el filtro previo de las vivencias de una protagonista con la que se empatiza no solo por su posición, sino también, por el sofisticado aparato estético-narrativo que la acompaña.
6. Midnight Family, de Luke Lorentzen. Este documental podría ser visto como la versión mexicana de Al límite, de Martin Scorsese, pero en realidad se acerca mucho más al Nightcrawler de Dan Gilroy. Desde la abarrotada capital de la nación azteca, Luke Lorentzen firma un frenético recorrido por los callejones más siniestros del alma humana, corrompida esta por un sistema en el que lo público recula más y más ante las salvajes envestidas de un sector privado insaciable en su sed de ganancias.
7. Eraserhead, de David Lynch. Por supuesto, no pude desaprovechar la ocasión dorada de ver, por primera vez en mi vida en pantalla grande, el primer largometraje del maestro David Lynch. Y por supuesto, la hostilidad, violencia y profundo asco que emanan de este eternamente fascinante e inquietante objeto de misterio fílmico, se elevaron a la enésima potencia.
8. Sword of Trust, de Lynn Shelton. En tiempos de post-verdades imponiéndose en los discursos oficiales, Lynn Shelton nos invitó a reírnos con la absurda historia de una espada que probaría que el Sur ganó la Guerra de Secesión. Irresistible gancho para un indie ligero: aparentemente irrelevante en sus formas discretas, pero a efectos prácticos, híper-efectivo explotando la simpatía de los elementos en pantalla (sobre todo del actor Marc Maron en su salsa) que en realidad no son más que hilarantes pretextos para conectar con el público.
9. Felix in Wonderland, de Marie Losier. La cineasta francesa se confirma, trabajo a trabajo, como una de las artistas más estimulantes en el actual panorama de la no-ficción. En este caso, consigue superar la falsa imagen que suele tenerse del cine documental, levantando un dispositivo que se mueve con la misma libertad con la que el protagonista de la película concibe sus (marcianas) creaciones musicales, en lo que solo puede definirse como un excelente ejercicio de mímesis con el objeto de estudio.
10. Santiago, Italia, de Nanni Moretti. Siempre combativo y presto a reciclar el orgullo herido en una energía que mejore el mundo que hemos heredado. Moretti renuncia abiertamente a la imparcialidad para acercarse a la historia reciente de Chile, y con ello, firma una muy encomiable oda a la solidaridad y hermandad entre pueblos.