Hugo Morales (D’A Film Festival Barcelona)

En una de las evocadoras escenas de Human Flowers of Flesh, el apacible baño en el mar de su protagonista, Ida (Angeliki Papoulia), acaba transformándose, tras un delicado fundido, en un abstracto descenso hacia las profundidades submarinas. Una inmersión que inunda la pantalla de gradaciones azules y arrastra al espectador en un trayecto de sonidos subacuáticos. Este misterioso y sugerente recorrido, iniciado entre la placidez de las olas de la superficie, finaliza con un sostenido e inestable plano detalle, que va desenfocándose progresivamente sobre los restos de un sorprendente hallazgo, vestigio del pasado, en el subsuelo marino.

Esta escena –un pequeño extravío narrativo que bordea el cine experimental– podría tomarse como el perfecto paradigma de las corrientes y flujos internos que atraviesan el segundo largometraje de Helena Wittmann, que ejerce como directora, montadora, guionista y directora de fotografía. Dicho plano quizá refleje de forma más precisa el tono y la personalidad del film que la sinopsis de su trama; aquella que podría resumirse como el trayecto en velero por el Mediterráneo de una misteriosa mujer, fascinada por el halo de leyenda que envuelve a la Legión Extranjera, a la cual se ha unido una pequeña tripulación formada por hombres de distintas nacionalidades.

Bajo este primer revestimiento argumental –donde reina un aparente sosiego en el que sus protagonistas, mecidos por las olas, practican actividades lúdicas y pueden entregarse al adormecimiento–, Wittmann articula un relato embelesado, subyugado por seductoras fuerzas de atracción que se propagan hasta afectar al propio film. En cierto punto, Human Flowers… parece interrogarse por la materialidad de su propia naturaleza, en un ejercicio de autoconsciencia. Fascinados por un influjo enigmático (de un modo similar a la cámara que descendía, hechizada, hacia las profundidades marinas), resulta complicado garantizar si la tripulación del velero, así como la película, avanzan enfrascados en una búsqueda o, por el contrario, están siendo atraídos por un impulso de procedencia desconocida.

El mar Mediterráneo, como transmisor de la cultura de sus civilizaciones y origen de la mitología grecorromana, resulta sustancial para la creación de la atmósfera de Human Flowers... Hábitat de criaturas sobrenaturales, morada de Dioses y lugar de paso para hercúleas gestas, el Mediterráneo es el entorno propicio para creer en la existencia de fuerzas sobrenaturales, como el seductor canto de las sirenas o la mirada petrificante de Medusa, episodios legendarios a los que se alude en el film. La cinta aprovecha estos sedimentos quiméricos para asentar puentes con el pasado y tratar de vincularse a este corpus clásico con el propósito de actualizarlo a través de la mitología moderna de su propio linaje: el cine.

En su ópera prima, la oceánica Drift (2017), Wittmann ya destacó por una realización visualmente cautivadora y muy sensitiva. Human Flowers… confirma su talento a la vez que certifica un compromiso artístico riguroso, casi ascético, alejado de alardes visuales vacíos de significación. Aunque su cine esté interesado por el concepto del “tránsito”, en su puesta en escena abundan las secuencias compuestas principalmente por planos fijos repletos de inabarcables matices acústicos. Los diálogos, cuando existen, lejos de ser el mecanismo principal para hacer avanzar la narración, apuntalan el lirismo del relato o añaden una textura adicional en el diseño de sonido (orquestado por la compositora, DJ y artista multidisciplinar Nika Breithaupt, alias Nika Son, con la que Wittmann ha colaborado, además, en varias videoinstalaciones). En Human Flowers…, el sonido de la tensión de las cuerdas sujetando las velas o el crepitar de la madera en el interior de los camarotes son igual de perceptibles que las imágenes de la superficie marítima. Oscilando entre la poesía y la ciencia, con una ambigüedad que aúna precisión y transparencia, Wittmann consolida un estilo que fluctúa entre lo profundo y lo volátil. Así, sus imágenes despliegan múltiples significados en un proceder a medio camino entre lo narrativo y lo simbólico. Como ejemplo, el inspirado título de la cinta (que todavía nadie ha tenido la osadía de traducir), Human Flowers of Flesh, puede ser concebido por su carácter alegórico, pero a la vez tiene su cristalización visual en un plano de calculada belleza.

El interés de Wittmann por incorporar lo cinematográfico a su discurso en torno al mito aflora en la elección de Denis Lavant –leyenda viva del cine europeo, protagonista de obras como Mala sangre (Mauvais sang, 1986) o Holy Motors (2012)– para interpretar un pequeño papel en Human Flowers... La simple presencia del actor francés amplifica el potencial simbólico de la obra y completa la coherencia interna del relato hasta el punto de que resulte imposible imaginar a cualquier otro intérprete en este rol. Aunque no haya referencia explícita en los diálogos, Lavant –como sí queda acreditado en los títulos finales– retoma a Galoup, el personaje que él mismo interpretó en Beau Travail (1999) de Claire Denis. La aparición de Lavant confirma el vínculo entre ambos films, que comparten no solo nexos temáticos y un decisivo vuelo poético, sino también ciertas trazas en el tratamiento visual de los cuerpos en relación con el paisaje. Curiosamente, este diálogo con la obra y el mito cinéfilo de Denis parece provocar en Wittmann una duda existencial sobre la esencia corpórea del cine, lo que la impele a indagar sobre su superficie (el celuloide en 16mm) e interrogarse por su morfología y los procesos químicos que lo pudieran alterar, como si se tratara de un organismo vivo.

Aunque, en el film, se apunta la influencia de una de las primeras novelas de Marguerite Duras, El marinero de Gibraltar (1952), la sombra Joseph Conrad –apasionado por los viajes y el mar, así como por su aproximación a la creación del mito en El corazón de las tinieblas– sobrevuela el relato de manera tangencial. En Human Flowers…, el trabajo con un registro mítico no requiere de una épica en claroscuros, como en otras adaptaciones (apocalípticas) de la novela de Conrad, sino que se conjuga mediante un trabajo diáfano con la puesta en escena. En un momento revelador, la figura de Lavant aparece enmarcada por un enorme ventanal rectangular, mientras otra mirada lo observa desde el exterior, en un juego de espejos con la relación entre espectador y pantalla en una sala de cine.

Tras su estreno mundial en el pasado Festival Internacional de Cine de Locarno y su paso por la sección Las Nuevas Olas del último Festival de Sevilla, Human Flowers of Flesh se proyecta en Barcelona en el marco del D´A Film Festival escasos días antes de su estreno nacional. En un giro final de la programación del #DA2023, la cinta dirigida por Wittmann compartirá cartel con Stars at Noon, la nueva película de Denis. Poderes extraños, a orillas del Mediterráneo, de los que no se ha librado la programación del festival.