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WALK UP | Hong Sang-soo | Corea del Sur | 2022 | 97 min.

A lo largo de su prolongada filmografía, Hong Sang-soo se ha consolidado como un narrador líquido, y esto no hace referencia a la cantidad ingente de copas de soju (lícor de arroz) y vino que los personajes beben en sus films. El adjetivo alude a la forma en la que sus historias fluyen y se amoldan a una férrea pauta formal, algo que vuelve a ocurrir en la magistral The Walk. La historia, como suele ocurrir, es sencilla, y se despliega a lo largo de una estructura circular y un único espacio, un edificio en el que se dan cita un director de cine (interpretado por Kwon Hae-hyo, actor fetiche de Hong), su hija y una arquitecta, antigua amiga del padre. La joven quiere dedicarse al diseño de interiores y busca el consejo de una profesional con experiencia. A partir de este punto de partida cerrado, el film se abre hacia coordenadas inesperadas gracias al azar –los encuentros fortuitos son parte esencial del estilo del director– para plantear las posibles vidas (reformadas) que tendría el personaje masculino en los tres pisos que componen el escenario de la película.

El autor de En otro país (2012) basa la arquitectura del relato en cinco elipsis –atravesadas por una breve ensoñación– que sirven para puntuar las “oportunidades” que Hong concede al protagonista, un personaje convencido de su incapacidad para el compromiso. En definitiva, estamos ante un tentativo estudio psicológico que aparece colmado por las obsesiones del director de A Tale of Cinema: los vínculos familiares, los devaneos sentimentales, las consecuencias de las decisiones pasadas, las miserias del mundo del arte y los oficios del cine.

La palabra vuelve a ser la absoluta protagonista del film y las largas conversaciones se desarrollan con ese aire de naturalismo nada impostado tan propio de Hong. De nuevo da la sensación de que los actores en algunos momentos improvisen, y seguramente lo hagan durante las largas tomas, pero esa escritura líquida del director hace que estas charlas se desarrollen justo por el camino que él ha definido para su relato. Cada nueva propuesta del director de La mujer es el futuro del hombre se puede sustentar con la idea de que se trata de “otra película de Hong Sang-soo”, y quizá sea verdad. Pero es que ahí reside uno de los grandes encantos de este autor tan formalista como humanista. En persistir sobre su estilo y componer obras que se van alimentando de las anteriores. Y la manera en la que “reforma” este bello trabajo es una nueva muestra de ello. Fernando Bernal

UNREST | Cyril Schäublin | Suiza | 2022 | 93 min.

La acción de Unrest transcurre en una fábrica de relojes de la pequeña población del Jura suizo en 1877. El conflicto arranca con la llegada de un cartógrafo ruso que viene a diseñar un nuevo mapa de la región. De ideología anarquista, este documento vendría a desdibujar las fronteras del estado, con la convicción de que esa carta se acercará más a la tradición del pueblo que representa. Es la primera de las diferencias que se apuntan entre un grupo de trabajadores y las autoridades políticas y la burguesía empresarial, que parecen vivir en mundos paralelos. Pero esto se evidencia más con la convivencia de cuatro horarios diferentes que rigen la vida de la comunidad, separados por un margen de escasos minutos. La iglesia toca las campanas a una hora, pero en la oficina de correos los telegramas dictan otros tiempos. La fábrica impone las jornadas de trabajo según sus propios criterios, mientras que el ayuntamiento realiza anuncios siguiendo otro. Estamos tan acostumbrados a medir el tiempo de una forma tan exacta, que nos olvidamos de que no hace tanto que estos precisos dispositivos existen. Unrest nos traslada a los inicios de esta industria, en un ambiente en que se hablan distintas lenguas y donde coexisten ideologías conservadoras que imponen el nacionalismo con otras pujantes de ascendencia socialista. Este valle es el melting pot de finales del XIX, una olla en la que se estaba cociendo una nueva identidad europea.

Schäublin decide retratar todo esto con impresionantes tableaux vivants y conversaciones entre los diferentes grupúsculos que componen esta comunidad, en las que sí usa un lenguaje más tradicional de plano-contraplano, con una delicada y devota aproximación hacia la recreación de la época. Otros momentos de la película muestran con todo lujo de detalles, en tomas muy próximas a los objetos, la construcción de estos relojes. El título original de la cinta, “unrueh”, hace referencia a un término muy técnico de difícil traducción. Se trata de una pieza del reloj que permite que este nunca se pare, dando la hora exacta. La protagonista, Josephine, se dedica a instalarlos en la fábrica.

Unrest recuerda a veces, en sus partes más literarias, al cine de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, o a las películas de época de Raúl Ruiz. En sus composiciones más pictóricas, podríamos encontrar algo de Roy Andersson. Sin embargo, es una figura literaria, coetánea de la que época que se retrata, la que viene más a la mente: Émile Zola. Como el escritor francés, Schäublin logra componer un relato poliédrico de ese momento, en un film muy coral en el que quedan recogidos con naturalismo todos los estamentos de la sociedad. Sin basarse en un libro concreto del escritor, podríamos decir que Unrest es la mejor de sus adaptaciones a la gran pantalla. Víctor Paz

1976 | Manuela Martelli | Argentina, Chile, Qatar | 2022 | 95 min.

Manuela Martelli trabajó como actriz con Andrés Wood (uno de los coproductores de este film), Sebastián Lelio, Gonzalo Justiniano, Alicia Scherson y varios directores argentinos como Ezequiel Acuña, Manuel Ferrari y Martín Rejtman. Seguramente esas experiencias delante de cámara le sirvieron en mayor o menor medida para animarse a incursionar como realizadora en este drama familiar con ciertos elementos de thriller psicológico. La protagonista absoluta del film (dueña del punto de vista y presente en casi todos los planos) es Carmen (Aline Kuppenheim), una mujer de clase acomodada que abandona Santiago y viaja a una casa ubicada en un balneario para supervisar la renovación del lugar. Mientras su marido, hijos y nietos van y vienen, ella se instala en el lugar en plenas vacaciones inviernales.

Apenas llega a esa casa de playa, Carmen se topará con el padre Sánchez (Hugo Medina), quien le pide que cuide a Elías (Nicolás Sepúlveda), un joven herido de bala en una pierna del que sabemos poco, aunque intuimos que está metido en la lucha contra la dictadura de Augusto Pinochet. Las diferencias generacionales, ideológicas y de clase quedarán expuestas de forma inmediata y evidente en el film, pero el aspecto más interesante de 1976 pasa por el viaje íntimo y externo que realiza Carmen, quien empieza a obsesionarse cada vez más por la historia y la situación de Elías. Y en esa búsqueda, esa creciente indagación, irá descubriendo un universo muy distinto y se irá topando con personajes de otros orígenes y realidades.

Entre los actores que interpretan a personajes secundarios figura el argentino Germán de Silva, y también argentinos son la directora de fotografía Yarará Rodríguez y la diseñadora de sonido Jesica Suárez. En ese sentido, si bien es cierto que 1976 tiene una idiosincrasia, localismos y observaciones propias de la historia chilena, hay múltiples elementos que remiten también a la realidad que se vivía en esa misma época en otros países de la región (en algunos momentos recuerdan a Rojo, de Benjamín Naishtat). Más allá de cuestiones evidentes –como los operativos represivos o los toques de queda–, en todos lados se experimentaba un clima ominoso, de inquietud, angustia y temor generalizado. Diego Batlle