Tras adaptar la novela “El poder en la sombra (The Ghost)” en El escritor, el cineasta polaco Roman Polanski ponía en su radar la obra teatral Un dios salvaje. Trabajando con la dramaturga Yasmina Reza, quien había estrenado la pieza en 2008, el director adapta fielmente el texto en un film que vería la luz en la edición 68 del Festival de Cine de Venecia. Siguiendo con una cierta tendencia en su filmografía al trabajo de cámara (espacios cerrados, limitados, pocos personajes que colisionan constantemente los unos contra los otros), Polanski encuentra en Un dios salvaje el material perfecto para seguir dicha línea. El punto argumental de partida es escueto, mínimo. Dos niños se pelean en el parque, resultando con uno de ellos hiriendo al otro. A causa de la violencia de la disputa, las dos parejas de progenitores se encuentran en casa de uno de ellos para llegar a un acuerdo dialogado, sensato. Lo que empieza con un intercambio de buenas intenciones termina destapándose progresivamente como una farsa, mera hipocresía. La tensión es creciente y palpable, a medida que inesperadas asperezas salen a la luz. Polanski encuentra en su cuarteto protagonista a los aliados perfectos para este texto de tono ácido y perverso. Dos actores, Christoph Waltz y John C. Reilly, y dos actrices, Kate Winslet, Jodie Foster, que se desenvuelven brillantemente en los papeles asignados. Finalmente, una duda se impone: ¿quienes son, realmente, los afectados por el influjo del mencionado dios de la carnicería? Júlia Gaitano

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