Carlota Moseguí

Las dos primeras jornadas de la Berlinale han estado marcadas por la nostalgia cinéfila. Si en la crónica anterior comentábamos la oda a la edad de oro de Hollywood a cargo de los hermanos Coen, ¡Ave, César!, en el segundo día de certamen otro realizador estadounidense rindió tributo al cine de género realizado entre finales de los años setenta y principios de los noventa del siglo pasado. Nos referimos a Midnight Special, film de ciencia ficción de Jeff Nichols que compite por el Oso de Oro. Tras su proyección –que recibió tímidos aplausos y que dividió radicalmente a la prensa–, el autor de Mud defendió su película en la rueda de prensa señalando que se trata de su obra más personal: un film sobre el sentimiento y deber de protección que tiene cualquier padre para con su hijo, concebido cuando el hijo de Nichols se encontraba gravemente enfermo. No obstante, la relación entre el protagonista (Michael Shannon) y ese niño de ocho años tan especial no es el verdadero atractivo de la película. El valor de la cinta radica en la reunión de elementos de la ciencia ficción y del thriller hitchockiano, aunque, a diferencia de los que ocurría en Take Shelter, donde los géneros se presentaban entremezclados, aquí la aparición de los códigos de la ciencia ficción cambia las reglas del relato. Es entonces cuando el público advierte que se encuentra ante un tierno remake de E.T., el extraterrestre.

Según apuntó Nichols en la conferencia de prensa, Midnight Special es una mixtura de E.T., el extraterrestre, Encuentros en la tercera fase y el terror de John Carpenter (en especial, El pueblo de los malditos). Los films de Spielberg o Carpenter marcaron la infancia del autor de Shotgun Stories, pero no por las apariciones de alienígenas o monstruos en la gran pantalla, sino por el método que empleaban estos cineastas para integrar lo sobrenatural en el seno de lo real. “Añadir nueva información con cuentagotas, no conocer las respuestas hasta el mismo desenlace, dilatar el misterio al máximo… eso era lo mejor del cine de Spielberg”, comentaba Nichols. Desde el principio, su intención fue imitar y homenajear al maestro. Para llevarlo a cabo se impuso una serie de reglas durante la escritura del guión. Se trataba de normas tan tajantes como impedir que los protagonistas y secundarios evolucionaran psicológicamente (a excepción del personaje de Adam Driver y el de Joel Edgerton), para no desviar la atención del espectador; o que dos personajes nunca hablaran de algo que sólo ellos dos supieran, para no dar pistas. El resultado es una eterna persecución del FBI en busca de una familia que intenta devolver un niño al lugar de donde procede. Pero ese lugar no se encuentra en la Tierra, sino en la tercera fase.

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Otro gran acontecimiento celebrado en la segunda jornada del Festival de Berlín fue el regreso de Denis Côté al certamen tras el Oso de Plata (Premio Alfed Bauer) que recibió en la Berlinale de 2013 por Vic + Flo ont vu un ours. El director canadiense retornó a la competición con Boris sans Béatrice, que dejó sin palabras a la prensa en su pase de prensa –el film no recibió los aplausos que merecía–. La película –tildada injustamente de moralista– es una exquisita comedia negra sobre un hombre (James Hyndman) que debe dejar atrás su vanidad para salvar a su esposa (Simone-Élise Girard) de una depresión que la ha dejado catatónica. Boris sans Béatrice retrata la transformación psicológica de un marido infiel y padre ausente a través de unos toques surrealistas que remiten al universo lynchiano; por ejemplo, las apariciones nocturnas de Denis Lavant, encarnando la conciencia del vil protagonista.

La cámara de Côté, siempre inquieta e impredecible, se mueve cual presencia fantasmal por el interior de una casa de paredes blancas donde transcurre la mayor parte del film, brindando espléndidos travellings y evitando el plano-contraplano a toda costa. De este modo, el tema esencial de la cinta –la incomunicación marital– se traslada a las decisiones formales de toda la película; sobre todo, en los planos donde el autor rompe el eje para que las miradas nunca se crucen durante los diálogos, en la cadencia sosegada del montaje o en la música instrumental sin melodía que crea una atmósfera de otro planeta.

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Esta magnífica jornada de buen cine se cerró con el estreno mundial del nuevo largometraje de Eugène Green, Le fils de Joseph. La trama de esta pequeña joya coproducida por los hermanos Dardenne se desarrolla en un espacio donde reina la misma sensación atemporal que veíamos en Boris sans Béatrice. En cierto modo, el Paris de Green y el Quebec de Côté se sitúan en el mismo no-tiempo y no-lugar. Además, los personajes de ambos films son incapaces de comunicarse apropiadamente, dando pie a terribles consecuencias: por un lado, la depresión de la esposa en Boris sans Béatrice, y por el otro el intento de parricidio que llevará a cabo el joven protagonista de Le fils de Joseph. Éste es Vincent (Victor Ezenfis), un quinceañero obsesionado por conocer la identidad de su padre (Mathieu Amalric) que su madre soltera (Natacha Régnier) le ha ocultado desde que nació. Cuando da con el paradero de su progenitor, Vincent le sigue hasta propiciar un encuentro forzado, un encuentro que condicionara la existencia de todos los personajes de la ficción.

Sin embargo, Green no concibe este encuentro paterno-filial como el punto de inflexión central del film. El autor de La religiosa portuguesa divide el relato en cinco capítulos que coinciden con cinco episodios bíblicos: el sacrificio de Abraham, el becerro de oro, el sacrificio de Isaac, el carpintero (en referencia a la vida y oficio de José) y la huida de Egipto. La correspondencia con el texto bíblico es incontestable. Además de los nombres de algunos personajes –como el de la madre de Vincent (Marie) y el candidato a ser su nuevo padre (Joseph)–, en los cinco capítulos advertimos escenas parecidas a otras del Antiguo Testamento. Por otra parte, la dimensión bíblica y la tragicomedia familiar se intercalan durante las escapadas por las calles de Paris –donde los personajes se perderán contemplando la bella arquitectura de sus edificios e iglesias– o durante las visitas al Louvre para admirar la belleza de las obras de Caravaggio o Mantegna. Le fils de Joseph es una obra menor en comparación con La Sapienza, anterior film de Green, pero la belleza de sus imágenes y sus metáforas bíblicas y paganas son motivos suficientes para considerar que la película debería haber sido presentada en la Sección Oficial del festival y no en el Forum.