El último film de François Ozon, presentado en el Festival de Toronto y San Sebastián, es otro de sus habituales y macabros dramas sobre la represión del deseo. En esta ocasión, sus personajes –asiduamente doblegados como marionetas ante su despiadado creador– necesitan casi dos horas de metraje para lograr aceptarse; pero, no tal y como son, sino tal y como quisieran haber nacido. Una nueva amiga relata la historia de Virginia, una mujer que no existe más allá de un juego secreto y siniestro que practican dos únicos participantes: David (Roman Duris) y Claire (Anaïs Demoustier). Asimismo, Virginia (que es, en realidad, David travestido) nace de la necesidad de llenar el vacío que les ha dejado la muerte de Laura –la mejor amiga de Claire y esposa de David–. Progresivamente, el atrevido director de En la casa abandona el tratamiento verosímil en su nueva ficción, engendrando una magnífica obra híbrida que resulta del cruce genérico entre el thriller psicológico hitchockiano y el absurdo e hilarante melodrama de Pedro Almodóvar.

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