Gonzalo de Pedro Amatria

Juan Cavestany se esconde tras una manta negra, como un fotógrafo antiguo. Cuelga la mochila casi vacía en la que lleva algunos folios impresos de la esquina de un carro lleno de cables y aparatos extraños. Y al poco, asoma la cabeza y se acerca a un grupo de gente que parece tomar algo tranquilamente al sol de una terraza. Todo parece bastante normal, o bastante raro. Hay mucha gente que se mueve de un lado a otro, gente que repite de forma mecánica movimientos aparentemente normales: una paseante de camiseta rosa fluorescente entrena sin cesar en un césped del parque, otros pasan y vuelven a pasar mientras miran el móvil, uno obliga a su perro a repetir el mismo recorrido una y otra vez, y mucha gente come bocadillos y sandwiches o bebe agua fría que sacan de una nevera de corcho. A lo lejos, gente tumbada en la hierba repasa con fruición hojas impresas con poco texto. La escena, que transcurre en una cafetería cercana al madrileño Parque de Berlín, corresponde a uno de los últimos días de rodaje de Vergüenza, la primera serie producida por la plataforma digital Movistar+ y que han escrito y dirigido, a cuatro manos, piernas y ojos, Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero.

Los protagonistas son Malena Alterio y Javier Gutiérrez, que interpretan a un fotógrafo de bodas con aspiraciones artísticas y dotado de una inusitada torpeza social, y su novia empeñada en ser madre. Además, hay parejas imposibles de gente mayor con gente joven, y mucha vergüenza, propia y ajena. “Es una serie de diez capítulos pero en el rodaje casi todos hablamos inconscientemente de la película, porque esto es tanto una serie como una película de cinco horas”, afirma Cavestany en una pausa del trabajo. Mira al jaleo de gente, a las cámaras, a los monitores, a los carros de material, a los numerosos extras, y piensa en voz alta: “Me he acostumbrado tanto a hacer yo todo, sin ayuda y sin medios, que aquí me siento raro: cuando voy a mover una silla, ya hay alguien que la ha movido”. Sentirse raro, siempre. Como de paso, fuera de lugar, un pequeño impostor en tu propia vida, a punto de ser descubierto. Movistar parece que no ha escatimado en recursos para producir una de las series con las que quieren renovar la creación televisiva en España. “Nos pidieron una serie de autor, y les presentamos esto, que es un proyecto que Álvaro y yo habíamos pensado hace muchos años, y que en Apaches, la productora de Enrique López Lavigne, estaban moviendo desde hace tiempo. Y lo cierto es que solo hemos recibido apoyo desde que Movistar se decidió a producirlo: todas sus intervenciones en la serie han sido siempre a favor, no para hacerla más convencional, sino para trabajar y reforzar la propuesta original. Es un lujo, hay un buen equipo, y aunque tenemos que trabajar rápido, la gente está contenta”.

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Cavestany no encuentra su mochila, y la busca por todo el rodaje. No se acuerda donde la dejó, y nadie ha reparado en ella. Hoy está en solitario al frente del rodaje porque el coautor y codirector, Fernández Armero, está localizando para el rodaje del día siguiente. Cavestany tiene que repasar el texto con los actores, antes de rodar la escena en la que Malena pide ayuda a una pareja de amigos para que, por favor, le consigan a su novio una exposición fotográfica en el gimnasio de un colegio, dado que está a punto de abandonar sus ambiciones como artista. Los actores se reúnen a la sombra de unos árboles, cerca de la entrada de un parking, en unas sillas sacadas del bar, y pasan y repasan las líneas de diálogo. “Esta es una escena excepcional en la serie porque en ella hay tres personas que se entienden hablando razonablemente de cosas normales”, bromea Cavestany con los actores. Como si fuera una prolongación, y quizás lo sea, de ese universo de personas anónimas, entre el drama y el absurdo cotidiano, entre la victoria diaria y la derrota absoluta, con el que Cavestany ha ido poblando sus películas los últimos años, Vergüenza, en formato televisivo, parece que seguirá ahondando en ese retrato extrañado de lo más normal, que es el fracaso, la torpeza, las ambiciones no satisfechas, y lo profundamente raro que es vivir día a día.

El día ha comenzado con el rodaje del momento en que Malena sale aturdida de la consulta de un ginecólogo. Casi la atropella una moto, en una escena que han rodado al menos cinco veces, y luego camina por la calle absorta en sus pensamientos. “Esta escena la íbamos a rodar en otra calle, y tenemos el permiso para hacerlo ahí, pero siento la necesidad de rebelarme un poco contra todo este orden, así que vamos a rodar sin permiso en un sitio distinto”, explica Cavestany, satisfecho de su pequeña travesura. “Me gusta cómo está quedando, aunque echo algo de menos la rapidez de los rodajes autónomos en los que he estado trabajando en los últimos años. Aquí, por momentos, todo parece demasiado limpio y organizado, así que tengo que romperlo de alguna manera, a veces”. Lo cierto es que el rodaje impone, tanto por el despliegue de medios, como por la tranquilidad y eficacia con la que se desarrolla todo.

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Tras rodar esas escenas, se trasladan a otro lugar del parque, donde un cámara montado en un Segway-steadycam, rodará a Vito Sanz en una carrera desesperada, entre la impotencia y la alegría, por una calle cuesta abajo. “Este ha sido siempre mi barrio, aunque ya no viva aquí, y he crecido jugando en este parque”, explica Cavestany mientras Vito y el cámara ensayan la carrera, y el equipo de fotografía prepara ya un enorme palio de 4 metros cuadrados para matizar los rayos de sol de otra escena que rodarán después. Así que todo remite, de alguna forma, a la infancia, ese lugar tan raro en el que, por un espejismo pasajero, todo parece normal, y todo parece funcionar como debe. Cavestany ya ha encontrado su mochila, y se la pone. Con su gorra de The Wire y sus pantalones cortos, parece un turista en el rodaje, un paseante de mañana soleada. Y sin embargo, no hay vergüenza. Lo controla todo, y matiza una inflexión de voz en el diálogo de los actores. Al final, todo remite al lenguaje, que nos une, y nos separa. Vergüenza, o no.