Sorprendentemente reposada y meditativa para tratarse de una ópera prima, Wildlife de Paul Dano propone un apesadumbrado (y también embriagador) retrato de la disolución de un reducido clan familiar en la América profunda de la década de 1960. Imaginen una relectura de American Beauty o Revolutionary Road sin la altivez de un creador deseoso de embestir ferozmente contra sus criaturas, y sin unos actores ansiosos por cazar una nominación al Oscar: Jake Gyllenhaal brilla a la altura habitual, mientras que Carey Mulligan se muestra capaz de actualizar el modelo de mujer-bajo-la-influencia, a lo Gena Rowlands, liberándose de su tendencia a abusar del mohín apenado. La sutilidad de Wildlife resulta todavía más admirable en cuanto estamos ante una adaptación de la insidiosa novela Incendios de Richard Ford. Dano, junto a su coguionista y pareja Zoe Kazan, asordinan los punzantes soliloquios de los personajes de Ford y, en un audaz ejercicio de dramaturgia, desdibujan los parámetros temporales demarcados por el original literario: lo que en la novela son unos pocos días, en la película, sumergida en la profunda confusión y aturdimiento del hijo del matrimonio (un impresionante Ed Oxenbould), parecen meses. De hecho, el díptico que forman la novela de Ford y la película de Dano ilustra de manera reveladora la dimensión psicologista de la literatura (un arte del alumbramiento) y el potencial enigmático del cine (un arte de la ambigüedad). Manu Yáñez

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