El director de La mirada del hijo (Madre e hijo), película que ganó el Oso de Oro de la competición del Festival de Berlín en 2013, regresa con un film formal y temáticamente muy distinto al anterior pero que mantiene una línea similar con el realismo psicológico y el estilo “naturalista” de gran parte del cine rumano de la última época. Lo que Netzer cuenta aquí es una complicada historia de amor entre dos jóvenes que se conocen en la universidad. El conflicto básico está relacionado con el hecho de que ella, Ana, sufre continuos y severos ataques de pánico que la van volviendo cada vez más dependiente de él y la alejan de buena parte de la vida pública y social.

El film está organizado de una manera no cronológica. Poco a poco nos daremos cuenta que las idas y vueltas en el tiempo tienen que ver con la terapia que hace Toma (el novio) y que las anécdotas se organizan en función de lo que él le cuenta a su terapeuta desde lo que parece ser el final de la historia. Si bien al principio el dispositivo es un tanto confuso, pronto la trama se organiza claramente dejando, apenas, la duda de cuáles de las historias que cuenta Toma son reales y cuáles son sueños.

La relación de ellos es codependiente al extremo y así como Ana no parece poder sobrevivir un minuto sin la ayuda de Toma, él también necesita que ella dependa de él, al punto que las mejorías de salud de Ana más que soluciones a veces aportan más problemas. Ambos tienen familias temibles que les han causado cantidad de traumas (aquí al guión se le va la mano en el catálogo de calamidades familiares que ambos parecen haber soportado) y se las van arreglando volviéndose casi una dupla que se mueve como una persona sola. Con conflictos y diferencias, sí, pero inseparables hasta para ir a confesarse con un cura.

La extraña cronología del relato nos va anticipando cosas que solo veremos bien cómo funcionan después, lo cual lleva al film a construirse como una especie de fast forward y rewind continuos, como si nos adelantáramos en las páginas de un libro y volviéramos para atrás varias veces. Netzer construye una historia inteligente y compleja, que parte de los ataques de ella para hablar de la naturaleza un tanto enfermiza de algunas relaciones. Al punto que, llegada cierta parte del relato, uno tiene la impresión que, pese a los continuos ataques de pánico de Ana, él más complicado y problemático de ambos es Toma, por más que sus conflictos no se manifiesten de una forma tan específica.

Es cierto que por momentos el realizador se pasa de gráfico y truculento y que, en más de una ocasión, cae en psicologismos extremos –incluyendo varios análisis y lecturas psicoanalíticas de sueños– que hacen parecer a la película un largo episodio con alguno de los personajes de la serie In Treatment. Pero, más allá de esos pasos en falso, Ana, mon amour es una película que habla de manera muy sincera y hasta cruda de las dificultades y extrañas simbiosis que existen en las relaciones de pareja, más allá (o más acá) de los problemas psiquiátricos, las pastillas y las horas de terapia.