Dirigida por Greg Berlanti y producida y distribuida por la 20th Century Fox, Con amor, Simon, marca un hito al ser la primera comedia romántica de Hollywood protagonizada por un adolescente gay. Del mismo modo que ocurrió con películas-acontecimiento como Wonder Woman (Patty Jenkins) o Black Panther (Ryan Coogler), el sistema de estudios parece haberse dado cuenta de que los aparatos alternativos de representación no sólo resultan de gran importancia social sino que también pueden ser máquinas de dar dinero. El problema –si es que hay alguno– de esta deriva hacia unos contenidos hasta ahora circunstanciales pasa tal vez por el hecho de que el marketing y el fondo se confunden hasta el punto de que cierta crítica no se permite ir en contra de una obra más por lo que significa que por lo que es. Esto ocurrió de manera bastante evidente en varios textos surgidos a propósito de Un pliegue en el tiempo de Ava Duvernay, donde los críticos casi parecían pedir perdón por cargar contra una película dirigida y protagonizada por mujeres negras. ¿Se puede estar al mismo tiempo a favor de un producto pero en contra de la obra?

Con amor, Simon comienza subrayando su propia declaración de intenciones: Simon es un adolescente que se encuentra en el último curso del instituto y su voz en off se empeña en dejarnos claro que es un chaval normal. Gay y armariado, pero normal. No estamos ante un personaje marginado, sino ante uno que tiene un grupo de amigos estable, una familia perfecta y pasa más o menos desapercibido en el instituto (del mismo modo que ocurría en la fantástica Lady Bird de Greta Gerwig, aquí tampoco pasará de extra en la obra de teatro que representan en clase de teatro). Simon nunca ha sido protagonista, ni siquiera de su propia historia, pero a diferencia de lo que tal vez suelen pretender cines más alejados del canon, tampoco tiene nada de apocalíptico y es plenamente un integrado. Tomando prestada la terminología de Eco, para él el problema de la cultura de masas y la sociedad en general no pasa por matar la originalidad y crear un gusto medio, sino por no poder participar de ese mismo gusto. Lo sugerente de la propuesta es que es precisamente en ese punto, a priori acrítico y estereotipado, donde la cinta ofrece algunos de sus apuntes más interesantes: pese a su sexualidad, Simon no quiere desmarcarse del mainstream. Nos encontramos ante un coming of age con todas las letras, uno que parte de una forma calcada y una fórmula reconocible pero también de uno que fulmina las expectativas desde el fondo, casi sin que nos demos cuenta.

Al igual que ocurría en ejemplos posmodernos recientes como Rumores y Mentiras (Will Gluck), Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky), la muy influyente Chicas Malas (Mark Waters) o incluso La llamada (Javier Calvo & Javier Ambrossi), Con amor, Simon es, ante todo, una película que es plenamente consciente del subgénero al que pertenece. No se trata tanto de que la cinta parta de referentes como John Hughes, sino del subrayado explícito tanto en aspectos de la trama (toda el guión está estructurado entorno a un admirador secreto), escenarios (padres que se van de fin de semana y fiestas que se montan solas) e incluso líneas de diálogo (“pasamos las tardes viendo películas malas de los noventa”). La actualización llega a través de ligeras modificaciones propias de nuestro tiempo (redes sociales, menciones a figuras integradoras como Barack Obama, etc) pero también a partir de un par de detalles que de algún modo la alejan de esa posmodernidad del homenaje literal y vacío.

Sin duda uno de los apuntes más interesantes pasa por el pseudo-villano de la función: Martin, el nerd interpretado por Logan Miller, chantajea al protagonista a cambio de que éste le ayude a enamorar a su amiga, y ya desde sus condiciones muestra un desvío de la norma: “No quiero que me ayudes a cambiar: quiero que se enamore de mi”. El personaje, que está siempre descrito a partir de su amor por la cultura pop, proporcionará secuencias tan interesantes como esa declaración de amor publica y extrema, en mitad de un partido de fútbol, donde será el encargado de representar el fracaso absoluto de los tópicos triunfales del cine teen; es decir, que el mal en Con amor, Simon proviene de la misma cinefilia. Para una película cuyo objetivo final pasa por mostrarnos un beso entre dos adolescentes del mismo sexo –imagen borrada y robada a lo largo de la historia del cine comercial–, esa idea es toda una declaración de intenciones.

Del mismo modo, la familia del protagonista no peca en ningún modo de puritana y las conversaciones sobre sexo son tan habituales como aquellas sobre comida. Con amor, Simon ofrece un escenario donde la imagen que nos hemos creado del mundo pasa obligatoriamente por la presión de una heteronormatividad simpática, supuestamente libre y sin censuras, pero, aun así, terriblemente intimidante . De algún modo, y salvando las distancias, la cinta de Greg Berlanti recuerda a la serie Lucky Louie donde un Louis C.K. previo a Louie mimetizaba la estructura clásica de la sitcom (pocos escenarios, público en directo, tres cámaras) para innovar desde los contenidos (blasfemidad, sexo, violencia, etc). A diferencia de aquella, Con amor, Simon es una cinta absolutamente blanca y tierna donde en realidad el mensaje final pasa por ser tan ideológicamente tóxico como el de la mayoría de cintas made in Hollywood (el amor y el encuentro en el otro como vía para la definición personal): aunque el film persigue la integración en la norma, también consigue llamar la atención sobre lo absurdo de las reglas. Desconozco si esa intencionalidad estaba presente en la mente de sus creadores, pero en cualquier caso, resulta difícil posicionarse en contra de Con amor, Simon, tanto del producto como de la obra.