Manu Yáñez (Zinebi, Bilbao)

Pese a que las formas del cine-ensayo se han consolidado como una vía fértil para los aprendices de cineasta interesados en posicionarse en el Planeta Autor, son pocos los que optan por trabajar el registro ensayístico con temeridad, buscando los límites, aceptando, por ejemplo, que la ambigüedad y la naturaleza tentativa del pensamiento pueden ocupar un lugar central en la construcción del discurso fílmico. Con su ópera prima, Rock Bottom Silver, el director portugués-norteamericano Fern Silva se presenta como un practicante del cine-ensayo de riesgo. Su apuesta por un tipo de enunciación críptica, que en ocasiones solo se vuelve significante a posteriori, cuando el espectador se esfuerza por hilvanar un discurso elusivo, se materializa desde los primeros compases de la película. En una de las primeras escenas, una voz aborda, con tono afectado, pomposo, “las cuestiones de la experiencia vital” y describe a unas figuras elegantes, aristocráticas, mientras en la imagen vemos una arboleda exótica. ¿Cuál es la relación entre el texto, que parece aludir al mundo civilizado, y esta estampa procedente del mundo natural? Rock Bottom Silver opera de este modo, abriendo espacios de reflexión, afianzándose sobre un discurso de corte conceptual y confiando en la intuición de Silva a la hora de gestionar un torrente audiovisual hipnótico.

Que Rock Bottom Silver funciona como una obra indomable queda bien claro después de dos secuencias asombrosas. La primera lleva al espectador hacia el espacio exterior, hacia una imagen tridimensional de una galaxia, mientras una voz en off, que podría ser la del HAL 9000 de 2001: Una odisea del espacio, afirma que “Yo soy la nave espacial de vuestros ancestros”. ¿Se toma Silva en serio esta apelación de corte kitsch a la ciencia ficción interplanetaria? En realidad, más allá de lo fascinante o ridículo que pueda resultar este pasaje, la escena pone en juego uno de los hilos conductores de la película: la construcción de un vínculo entre el pasado y el porvenir, lo ancestral y lo futurista. Luego, en la segunda escena en cuestión, la cámara de Silva, montada seguramente sobre un dron indestructible y tocada por el espíritu de Werner Herzog, se pasea morosamente por encima de los ríos de lava de un volcán, mientras en la banda sonora estalla un bramido techno. La lava que emerge desde los confines interiores de la Tierra –un flujo esencial, primitivo– llega hasta el espectador a través de una mediación tecnológica de primer orden. Más allá de esta nueva invocación del hermanamiento entre lo viejo y lo nuevo, el shock estético que provoca este plano volcánico es equiparable a las peripecias plásticas de las últimas películas de los hermanos Safdie. Palabras mayores.

Si, en términos formales, la fascinante inventiva visual de Rock Bottom Riser puede recordar al trabajo de los autores de Good Time y Uncut Gems, la forma en que Silva construye su discurso –de manera fragmentaria, acumulando información, expandiendo el campo de batalla– trae a la mente el trabajo reciente del también norteamericano Theo Anthony, autor de All Light, Everywhere, otra de las películas del año. Como a Anthony, a Silva le interesa la omnipresencia de los dispositivos de captura de imágenes. En Rock Bottom Silverconfluyen planos filmados con cámaras de 16mm, drones y cámaras submarinas; hay imágenes que parecen recreaciones digitales; e incluso hace acto de presencia un deslumbrante time-lapse que captura los movimientos de unos telescopios que rastrean el cielo para componer imágenes del Cosmos. De nuevo, se invita al espectador a viajar de la tierra al cielo a través de dispositivos tecnológicos modernos. Sin embargo, cuando llega el momento de la verdad y Silva se adentra en el núcleo de su tema de estudio –la lucha por la pervivencia de la cultura ancestral hawaiana–, las ideas toman forman sin necesidad de mediación tecnológica, como cuando, mientras se presentan imágenes de cartas de navegación dibujadas por aborígenes, una voz explica que, para los indígenas de Hawái, “la Tierra es nuestra madre, y el Cielo nuestro padre”.

La visión poética y mística de la existencia que emana de los testimonios vinculados a la cultura aborigen hawaiana contrasta con el racionalismo y la mundanidad del Hawái más contemporáneo, donde los científicos que trabajan en los super-telescopios instalados en la isla y los alelados asistentes a un club de apreciación artística se ensimisman en sus teorías. En un primer momento, el interés de Silva por la exploración del Cosmos parece genuino; sin embargo, las cosas empiezan a lucir de otro modo cuando la voz en off de un activista por los derechos de los indígenas denuncia que algunos de estos telescopios gigantescos se han construido sobre territorio sagrado de los aborígenes. Poco a poco, Rock Botton Riser empieza a evidenciar su oposición a los estigmas de un colonialismo en marcha. Silva no pierde la ocasión de componer con ironía una estampa turística de palmeras y puesta de sol; un hombre de rasgos hawaianos protagoniza una representación teatral callejera en la que evoca el origen de la nación hawaiana desde una perspectiva occidental (celebra la traducción al hawaiano de la Biblia); y Dwayne Johnson aparece en una pantalla de televisión intentando quitarle hierro a las manifestaciones de habitantes de la isla posicionados en contra del rodaje de The King, un proyecto de la Warner Bros que debería dirigir Robert Zemeckis y que contaría la historia del Rey Kamahameha, el gobernador de Hawái en el momento de la llegada de los colonizadores.

Silva busca espacios de resistencia contra los envites neocolonialistas en múltiples territorios: la etnografía, las ciencias naturales, la historia cultural, la astronomía… Pero lo cierto es que la oposición efectiva a las fuerzas y la lógica neocapitalista parece casi una utopía. A la postre, lo imposible se manifiesta en los lugares más impensados, como en los malabarismos humeantes de un grupo de chavales que construyen figuras imposibles con el humo de unos vaporizadores. ¿Y si la resistencia pasase por convertirse en el rey de los pringados? A Harmony Korine le gustaría la idea. Por su parte, Silva prefiere no ofrecer respuestas definitivas. Lo suyo son las paradojas conceptuales y el funambulismo sensorial. En una de las secuencias más delirantes y reveladoras de Rock Bottom Riser, Silva atiende al testimonio de un aficionado a la astronomía decidido a ayudar a la raza humana en la búsqueda de un hábitat post-terráqueo. Este personaje se dedica a buscar planetas habitables en los entornos de las estrellas Alfa Centauri y Próxima Centauri, aunque lo verdaderamente interesante es la ambivalencia temporal de su labor. Estos exoplanetas ofrecen una posible imagen “futura” de la Tierra (han vivido mucho más que nuestro planeta), mientras que el astrónomo se identifica con los cartógrafos del “pasado”, aquellos que delinearon islas y continentes que aún no habían sido pisados por “el hombre civilizado”. Desde su atalaya de cineasta comprometido con el cine-ensayo más radical, Silva nos revela que vivimos atrapados en un entramado de pasados inciertos y futuros (im)posibles.