Mariona Borrull (Festival La Inesperada)

Hay un pasaje, prácticamente al inicio de The Two Sights (An Dà Shealladh), la nueva película de Joshua Bonnetta (codirector junto a J.P. Sniadecki de El mar la mar), en que una mujer relata en off cómo veló a sus padres en sus respectivos lechos de muerte mientras tarareaba “melodías de paso al otro mundo”. La voz femenina explica la lógica tras sus cantos fúnebres, pero duda: “quizás sería un tono sagrado, pero no lo sé con seguridad”. Acompaña a sus palabras la imagen de una playa en calma, perturbada solamente por el remolonear lejano de una banda de pájaros. Mientras la mujer habla, una nube se aparta y la playa se ilumina unos instantes, en lo que podría interpretarse como un umbral al otro mundo. Ahora la mujer hace sonar el “tono sagrado”: tres cantos de ‘om’ que se asemejan a los mantras empleados para calmar la mente en la meditación. Tres golpes vocales que enmarcan tres trozos de mar: primero, unas olas pequeñas que vibran tranquilas sin llegar a rizar la superficie acuosa; luego, un lienzo marino calmo y plateado cuyo reflejo del cielo nublado se ve salpicado por una hilera de rocas negras, que recuerdan a los jardines zen japoneses (los karesansui, cuya arena rastrillada puede interpretarse indistintamente como “agua” o “cielo”).

Tras esta perfecta asíntota espiritual, llega la tercera imagen: un oleaje azul profundo que rompe incesante, a ráfagas veloces, colmando la pantalla en un movimiento descendiente. Aquí el canto es polifónico y ascendente, dando forma a una suerte de clímax musical. A una nota visual oscura y en caída se le contrapone una tonada que perfila una ascensión espiritual. Un choque sensorial en el que la mirada del espectador queda privada de todo asidero figurativo o semántico (no hay balsa, o piedra, o algo). Solo entonces, en la confusión, el ojo humano puede descubrir cosas que no están ahí. Tras observar este plano una docena de veces, he llegado a percibir un ligero e imposible movimiento ascendente en la imagen de las olas descendentes, lo que abre un interrogante: ¿cómo abordar unas imágenes que adquieren su sentido en la frontera entre la forma fílmica y la intuición o aprehensión personal?

El espacio que se abre entre la imagen y su percepción parece un punto de partida idóneo para interpretar The Two Sights, que llega al Festival La Inesperada, tras pasar por la Berlinale y Cinéma du Réel, dispuesta a revelar a los espectadores los vínculos entre el paisaje escarpado y el tenebroso sustrato mítico de las Islas Hébridas. ¿Pero qué se esconde entre los rocosos páramos del paisaje escocés? Sin ir más lejos, en 2012, el videojuego Dear Esther (por Thechineseroom, en colaboración con Robert Briscoe) permitía atisbar, por el rabillo del ojo, siluetas humanas escondidas en lo alto de acantilados o en los reflejos del agua, que sin embargo desaparecían al mínimo intento de acercamiento. Las Hébridas han sido históricamente consideradas como thin place, lindar donde “lo material y lo espiritual viven separados solo por un pañuelo de papel” (palabra de George Macleod, fundador de la remota comunidad de Iona, en el extremo occidental del archipiélago). Al borde de estas enormes rocas, el mar en calma parece confundirse con el cielo. Del mismo modo, la negrura interior que revelan las ventanas de las masías abandonadas en la costa parece mucho más sólida que las paredes de piedra. Explica uno de los isleños que hace años asistió al lento perecer de una ballena, cuyo canto agónico y ultrasónico nunca llegó a oír, aunque sí lo afectó durante días. Por su parte, las gaviotas, elevadas contra el fuerte viento, parecen suspendidas en quietud. La película de Bonnetta abraza la ambivalencia y extrañeza de su escenario y juega a abrir percepciones alternativas, anversos de una imaginación fantasiosa. Por ejemplo, nunca me había percatado de lo mucho que se asemeja un buzo, flotando quieto y bocabajo en la superficie del agua, a un cadáver.

Como anuncia el título, las imágenes de The Two Sights se desdoblan en réplicas virtuales, puertas de entrada a ese mundo fantasmagórico que es al mismo tiempo abono y fruto del rico imaginario local. En tiempos de fact-cheking y de mercantilización del mito, las imágenes pueden proporcionarnos un lugar para la ambivalencia, un emplazamiento que, desde la duda genuina, permita una cierta conservación del fragilísimo mundo del fantástico, ya sea escocés o de cualquier otra parte. También la indeterminación se carga de responsabilidad.