Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Asegura José Luis Rebordinos, director del Festival de Cine de San Sebastián, que cuando vio Vergüenza se quedó “fascinado” y tuvo claro que quería programarla en el certamen donostiarra. Junto con La peste, creada por Alberto Rodríguez y Rafael Cobo, son las dos primeras series que se pueden ver en esta cita que llega a los 65 años de vida. Una lo hace en Sección Oficial (fuera de concurso) y ésta que nos ocupa, dentro de Zabaltegi-Tabakalera, la sección abierta a todo tipo de pantallas, en la que opta a premio junto a largometrajes, cortos y una instalación. Elección más que justificada, y por muchos motivos, al ver la factura de este producto que supera la etiqueta de televisivo.

La producción de Movistar + , que estrenará los diez capítulos juntos en noviembre (casi cinco horas de televisión), está firmada a cuatro manos por Juan Cavestany y Álvaro Fernández-Armero, dos directores de universos y procedencias aparentemente muy distintas, que suman de una manera tan fructífera sus talentos (y modos de narrar y contar) que convierten a Vergüenza en una propuesta innovadora y transgresora dentro del ‘flujo’ catódico nacional. A ambos les vincula la comedia, aunque en este caso el humor se va volviendo más negro e incómodo con el paso de los episodios. Y han encontrado un punto de encuentro justo entre el surrealismo y la pasión por el absurdo del primero, y la mirada sobre lo cotidiano y la amplia experiencia en producciones episódicas del segundo.

Jesúas, el protagonista (Javier Gutiérrez), es un hombre torpe en sus relaciones sociales, fracasado como artista (reciclado en mediocre fotógrafo de bodas, bautizos y comuniones), ‘valiente’ para hacer bromas a propósito de una minusvalía física o los emigrantes, obsesionado con el sexo y un machista de manual. Además, odia que le llamen Paquete. “Jesús no es perfecto, pero es una gran persona”, asegura su mujer, Nuria (Malena Alterio), a la que despiden de su trabajo y que está obsesionada con la maternidad. Una pareja que se da cuenta de que con sus actos cotidianos, en muchos momentos, da vergüenza ajena.

Alrededor de la pareja, Cavestany y Fernández-Armero construyen un microcosmos de personajes a través del que quedan retratadas situaciones cotidianas y muy reconocibles con la misma intención esperpéntica con la que Valle-Inclán reflejaba la sociedad de su época en el Callejón del Gato, con los espejos que deformaban las imágenes. Vergüenza traza líneas de continuidad desde Gente en sitios o El señor pero sin el nivel de extrañeza que producían buena parte de las situaciones planteadas en aquellos dos films. Cavestany ha rebajado la excentricidad de su discurso en la colaboración con Fernández-Armero, y por eso la serie se presenta en su apariencia exterior como más accesible, pero en su interior sigue mostrándose repleta de ese continúo juego de significantes y significados que subraya todo el cine del codirector de Esa sensación.

Vergüenza puede verse como un sainete de nuestros días, tanto por su vinculación con ese género tradicional del teatro en el que se representaban piezas “dramáticas de carácter popular y burlesco”, como por su afinidad con la definición de sainete que da la RAE en su acepción más coloquial: “Situación o acontecimiento grotescos o ridículos y a veces tragicómicos”. Un sainete que en un siglo ha pasado de representarse sobre las tablas de un teatro a convertirse en televisión concebida y rodada como si fuera cine. Pura postmodernidad muy bien entendida.

Artículo de la visita al rodaje de “Vergüenza”, por Gonzalo de Pedro Amatria.