Laura Carneros

En una de las secuencias principales de la película Sedimentos, de Adrián Silvestre, sus protagonistas visitan una explotación minera a cielo abierto. “Mira todos estos matices y recréate”, aconseja Saya a Cristina, quien se muestra disgustada porque no encuentra belleza alguna en un paisaje devastado por la acción humana. Esta secuencia, en la que los diálogos versan sobre la formación de los estratos de la tierra, funciona como metáfora del propio documental, donde sus protagonistas, seis mujeres trans, sacan a la superficie experiencias que han forjado su identidad, más allá de la etiqueta de género que comparten. En Sedimentos, Silvestre mostraba una serie de perfiles muy distintos y a la vez complementarios, cuyas intervenciones marcaban el camino hacia el conocimiento de una realidad ignorada por la mayoría.

En su nueva película, Mi vacío y yo –que se estrena mundialmente en la Big Screen Competition del Festival Internacional de Cine de Rotterdam–, el realizador barcelonés revierte por completo la propuesta coral y se centra en Raphi, una mujer de apenas veinte años, recién diagnosticada de disforia de género, que se halla inmersa en la complicada búsqueda de su identidad. Este periplo interior se caracteriza principalmente por la lucha de fuerzas entre la protagonista y un entorno social que le exige definirse constantemente y de manera apresurada, sin respetar el ritmo natural de su propio proceso de autodescubrimiento. Este proceso, además, se verá influenciado por otros aspectos inherentes a su juventud y a la etapa vital que atraviesa. Todos estos elementos hacen de Mi vacío y yo un retrato equilibrado que integra de manera orgánica las diferentes facetas de Raphi, sin que todo el peso de su frustración recaiga en su condición de mujer trans. Así, la película se desprende del sesgo narrativo que supone centrarse puramente en el dilema sexual e identitario de Raphi, y ofrece una interesante propuesta que aborda diversos planos, no solo el social y afectivo, sino también el vocacional, el laboral e incluso el económico.

En la siguiente conversación con Adrián Silvestre, recién premiado con el premio Feroz Arrebato de No Ficción por Sedimentos, el director reflexiona sobre la relación de sus dos películas y el proceso creativo de ambas.

Después de ver Sedimentos y Mi vacío y yo, tengo la sensación de haber visto dos proyectos complementarios. ¿Surgieron en paralelo? ¿Cómo fue el proceso de creación? ¿Se realizaron a la vez?

Efectivamente, las hicimos de forma paralela. Antes de la preparación de estas películas, estaba impartiendo unos talleres de cine con un grupo de mujeres trans en Barcelona, con el objetivo de hacer una obra participativa donde ellas representaran sus historias de vida. Raphi llegó al grupo el mismo día que yo, y me compartió un libro que había autopublicado con vivencias de sus primeros años de tránsito, durante su nueva vida en Barcelona, donde todo era nuevo. Todos esos nuevos estímulos que le iban llegando los transformó en narrativa, con un talento que me dejó impactado, hasta el punto de hablar con el grupo para decirles: creo que la película que tenemos que hacer es el tránsito de Raphi. A partir de ahí, ellas lo entendieron, fueron muy generosas y aceptaron ir a por la historia de Raphi. Así empezamos a armar el proyecto de Mi vacío y yo también desde la producción: a pedir ayudas, a levantar un artefacto más ambicioso, pero me quedé con la espinita de no contar las otras historias que había conocido, que el público debía conocer, y que no podían reducirse a un cameo. Fue así como me lancé a hacer Sedimentos, como una aventura mucho más libre, más arriesgada, documental, con menos expectativas, coral, en León (el pueblo de Magdalena). Esa fue la otra película que hicimos un poco por nosotras y que de repente fue muy bien, hasta el punto de decidir llevarla hasta donde pudiéramos y pausar el proyecto de Mi vacío y yo. Y así ha sido: 2021 fue para Sedimentos y ahora, en cuanto lo hemos intentado, Mi vacío… ha entrado en Rotterdam y se me han juntado las dos.

Es curioso que Mi vacío… quedase en un segundo plano pese a ser la idea original y Sedimentos, que podría considerarse un apéndice de esta, saliese primero.

La decisión de crear Mi vacío y yo se tomó primero, pero luego, a la hora de rodar, se filmó y editó antes Sedimentos, ya que el proceso de producción de una ficción es mucho más amplio y depende de mucha más gente. Pero las películas no están planteadas como una primera y una segunda parte, tampoco como la repetición de algo que nos ha funcionado, sino que ambas se complementan. Yo invitaría, a quien le guste Mi vacío y yo y no conozca Sedimentos, que revisite la película, ya que el orden de los factores no altera el producto.

¿Cuál es el título del libro escrito por Raphi?

Ese libro se llamaba Call me Raphi, pero la película no se iba a llamar así porque era el año de Call Me by Your Name. Pero Mi vacío y yo es el título de uno de los relatos de su libro. Ella no ha dejado de escribir, y entre otras cosas emprendió el proyecto de la obra de teatro en el que estaba implicada en la autoría y la dramaturgia. Y ahora que lanzamos la película, tiene un nuevo libro preparado que confío tenga el mayor impacto posible. Espero que el público la conozca y pueda comprobar que esa evolución continúa, porque es una chica muy productiva.

Imagino, entonces, que todos los poemas que aparecen en la película son de ella y que ese material ya lo tenías, al igual que la obra de teatro.

Sí, además de otros textos que ella ha hecho para la película, ya que también ha escrito el guion con nosotros.

Junto a Carles Marqués-Marcet.

Exacto. Ella ha vivido la historia en primera mano, yo la he llevado al cine y Carlos es un director que, sin conocernos y sin conocer al grupo, ha podido aportar una mirada externa a esa ficción. En la primera versión mis miedos venían por ahí, por estar demasiado vinculado a estas mujeres y sus historias, ya que yo mismo podría ser incluso uno de los personajes.

Entiendo que Carles se unió después al proyecto.

A partir de la primera versión del guion. Él nos ayudó a ver cómo se percibía la historia, cómo se veían esas personas leídas como personajes de ficción.

En la película se advierte de manera clara el paso del tiempo y la evolución del personaje a través de, por ejemplo, los cambios de look de Raphi ¿Cuánto tiempo pasó realmente desde que comenzasteis a rodar?

Pasaron dos años, pero no estuvimos rodando todo ese tiempo. Es una de las ventajas de pasar del documental a la ficción. En esta película, hay caracterización.

Las situaciones que vive Raphi se complementan, parecen tener un contrapunto, lo que hace que la película gane en perspectiva. ¿Es una decisión consciente que las escenas se contradigan y dialoguen entre sí?

Nunca me ha gustado juzgar a mis personajes, me gusta más mostrar las dudas, la inseguridad que todos tenemos. Y en términos de tonos tampoco me he planteado nunca si una película va a ser un drama estricto o vamos a tener prohibido reírnos en un determinado momento, o frivolizar. En ese sentido, creo que hay algo de inconsciencia en nuestro modo de trabajar. Hay algo novedoso en la historia de Raphi. Por fin tenemos a una mujer trans, joven, con estudios, y la independencia para emprender una vida nueva en otro país, pero con un trabajo de oficina al que ha sido abocada por una cuestión de exclusión. Al final, Raphi es alguien que, al margen de estar pasando por una transición, tiene los mismos problemas que el resto de seres humanos, como es la búsqueda de nuestra identidad y poder apartarnos de la presión externa y de lo que los demás piensen de nosotros. Al final, desde un tema que para muchos parece lejano, como lo trans, podíamos forjar un relato empático en el que cualquier persona, cis o trans, pudiera verse reflejada en Raphi.

Esa es mi sensación, la de una película que consigue hacer olvidar que estamos ante una persona trans, dada la riqueza de su personaje y sus diferentes facetas, más allá del dilema de qué va a pasar con su transición. De hecho, hay una escena en que Raphi conversa con sus compañeras de trabajo y estas le cuentan que sus problemas también lo tienen ellas, que la afectividad es algo muy complejo.

Raphi asocia sus males al hecho de ser una mujer transgénero, al igual que todos cuando algo nos va mal, lo proyectamos en algo que no nos gusta de nosotros mismos. A ella nunca le habían contado que el amor romántico es una falacia, que muchas veces no será como lo ha proyectado, que el sexo no siempre es maravilloso, que gran parte está en la mente… Todo eso se va aprendiendo a base de errores y de vivencias personales que, por mucho que te lo cuenten, hasta que no lo experimentas, no lo ves. Esa escena del bar con otras mujeres cis es de mis favoritas. De hecho, la probamos un día, sin rodar, y pensé que tenía que estar. Creo que es muy bonito que la película se enriquezca de eso, de actrices que no son actrices, que de repente se olvidan y empiezan a hablar en primera persona.

¿Tienes pensado seguir trabajando la temática trans en tus siguientes proyectos?

Creo que estas dos películas cierran bastante lo que he aprendido y he podido trasladar de la vida al cine. Es cierto que no tengo interés en abordar cuestiones que son absolutamente normativas, ya que me interesa mucho más retratar todo lo que es diferente, pero dicho esto, eso es inabarcable, necesitaría cuatro vidas para tocar todos los temas posibles al respecto.

¿Y en cuanto al lenguaje, el híbrido entre ficción y documental?

Me gustaría mucho seguir trabajando con intérpretes naturales, mezclar documental con ficción… No sé si siempre es posible, porque en términos de producción parece que las expectativas están muy marcadas y diferenciadas. Si quieres levantar el presupuesto de una ficción, te van a exigir que todo esté diseñado hasta el último diálogo. Ahora estoy en un proyecto de ficción, una coproducción mucho más ambiciosa, y hemos tenido que redactar todo lo que sucede. Esto va un poco en contra de mi manera de ver el cine y espero tener luz verde a la hora de retroceder, revisar y jugar, que al final es lo que me gusta. El documental estricto también te cierra puertas a algunos espacios, y a mí me gusta transgredirlos y mezclarlos.