Manu Yáñez

¿Cómo debe responder una escuela de cine al voluble escenario del cine de lo real? ¿Es posible incentivar la autoría manteniendo vivo el espíritu colectivo de la praxis fílmica? ¿Qué peso debe tener la cinefilia en los procesos formativos vinculados al cine? ¿Y hasta donde se pueden extender esos procesos de aprendizaje y apoyo a la creación? Estas son algunas de las cuestiones que se abordan en nuestra entrevista con Luis Ferrón, gerente de ECAM y productor de las películas El futuro y El año del descubrimiento, dirigidas por Luis López Carrasco. En el centro de la discusión se sitúa el cambiante y fértil panorama del documental contemporáneo, un territorio de transformaciones a nivel industrial en el que la ECAM participa de la mano de su Diplomatura de Documental, que coordina el cineasta Sergio Oksman.

“Rueda desde el principio, escribe hasta el final”. Este lema representa muy bien el modo en que, desde la ECAM, entendemos la praxis documental, como un proceso altamente creativo donde los autores y autoras pueden operar con mucha autonomía. Esto es algo que, en la Escuela, intentamos fomentar en los alumnos de todas las Diplomaturas, ya desde el primer “Curso Común”. En este primer curso, los alumnos y alumnas conocen desde una doble perspectiva teórico-práctica las diferentes vertientes y disciplinas de la creación cinematográfica, y luego, en el segundo y tercer curso, la Diplomatura de Documental se estructura a partir de talleres que imparten cineastas vinculados, desde diferentes perspectivas, a la no ficción. Con la intención de abrir posibilidades creativas, intentamos que los talleres sean muy variados y que no caigan en ningún dogmatismo o purismo respecto a la idea de documental. De hecho, uno de los talleres lo imparte Chema García Ibarra, que trabaja con elementos de lo real en el marco de un cine de ficción. Dentro de este sistema de talleres, también recibimos a Concha Barquero y Alejandro Alvarado, directores del cortometraje Descartes, y, entre otros, a Samuel Delgado y Helena Girón (autores de Eles transportan a morte), que reflexionan sobre el trabajo con material fotoquímico.

Documentalistas autónomos. En la Diplomatura de Documental, se tiene muy en cuenta que los alumnos y alumnas sean capaces de filmar, capturar sonido, montar… Esta autonomía debería servir a los futuros cineastas para desarrollar sus primeros trabajos, sean cortometrajes o largometrajes. En todo caso, para los proyectos que realizan al final de segundo y tercero, todos los estudiantes están invitados a contar con gente que pueda estar cursando las otras diplomaturas de la escuela. La idea es que se vayan acostumbrando a trabajar con un equipo humano, que es algo fundamental si se quieren realizar proyectos ambiciosos y de una mayor envergadura en términos de producción. En los últimos años, la industria audiovisual en España parece haber abrazado finalmente el cine documental, tanto en el ámbito cinematográfico como en el serial, sobre todo en plataformas de VOD, y eso abre una posibilidad de crear cine de lo real en unas condiciones de producción más holgadas de lo que suele ser habitual. Al mismo tiempo, no podemos olvidar que, hoy en día, todos tenemos un centro de producción a nuestro abasto, gracias a los dispositivos móviles y los programas de edición, y eso ofrece muchas posibilidades para la producción independiente.

Autoría y trabajo en equipo. En el segundo curso de la Diplomatura de Documental, los estudiantes pueden realizar el proyecto de película que ellos desean. Sin embargo, en tercero, les invitamos a trabajar de un modo colectivo, repartiendo tareas técnicas, creativas y de producción, pero también consensuando en todo momento el rumbo del proyecto. Desde la escuela, creemos que el pacto y el diálogo debe formar una parte relevante de la creación cinematográfica.

Cinefilia. Pensamos que, en los años de la ECAM, los alumnos deben ver mucho cine, y muy diverso. Y toda esa experiencia cinéfila debe ir acompañada de comentarios con los profesores y con los compañeros y compañeras. Para mí, la base fundamental de una escuela de cine debe ser el descubrimiento asesorado y conjunto de películas. Todo ello debe ir acompañado de un aprendizaje teórico, que permita que los alumnos y alumnas no piensen, cuando filman, que están descubriendo el Mediterráneo todo el tiempo. La única manera de construir mentes ambiciosas y capaces es a través del conocimiento de las diferentes tradiciones del cine. En ese sentido, el desarrollo del cine de no ficción, desde la década de los 50 y 60 del siglo pasado, es un ejemplo de aperturismo y libertad. Lo importante de la cinefilia no es solamente el disfrute de las películas, sino también el abanico de recursos formales y estilísticos que el conocimiento de la historia del cine pone en manos de los futuros cineastas.

La diversidad del documental. Celebro que las grandes plataformas estén apostando por el documental, en su diversidad. Wormwood de Errol Morris, que se puede ver en Netflix, me parece una serie de docuficción que propone cosas muy interesantes, aunque el final no me acabó de convencer. También celebré que Tiger King se convirtiese en la serie más vista durante la pandemia. Y recomiendo una serie documental que se titula The Most Dangerous Animal of All, que se puede ver en Disney +. Trata sobre un hombre adoptado que, ya de mayor, consigue contactar con su madre biológica y ella le cuenta quién es su padre. Es una historia bastante brutal en la que el protagonista termina convenciéndose a sí mismo de que es el hijo del asesino del zodiaco, el Zodiac. Más allá de la fórmula del true crime, esta serie va abriendo interrogantes que conectan con el modo en que, hoy en día, damos forma a nuestra identidad. Todos estos trabajos no se pueden desmerecer, aunque al mismo tiempo tengo la impresión de que la aparición de estas series no debe transformar por completo la manera en la que transmitimos a nuestros alumnos cuáles son las bases de la práctica documental. A estas series documentales, los alumnos y alumnas llegan con facilidad, mientras que hay un montón de obras de otros periodos y cinematografías que requieren de nuestro esfuerzo para que sean descubiertas, recuperadas.

Hacer películas que no se han visto. El riesgo de caer en lo formulístico es algo que afecta tanto al cine más industrial como al de autor. En mi caso, tanto en mi tarea de formador como en mi trabajo como productor, y siguiendo la máxima de mi amigo Luís López Carrasco, siempre me propongo hacer películas que no he visto. Para intentar transmitir este espíritu de libertad a los alumnos y alumnas, intentamos tener un profesorado lo más diverso posible. Así, en la asignatura de Cine Contemporáneo que se imparte en tercer curso, vienen a la escuela ocho o nueve profesores que, bajo la batuta de Carlos Heredero, ofrecen miradas diversas sobre el cine de hoy. Este año, hemos tenido a Violeta Kovacsics, Jaime Pena, Santos Zunzunegui, Andrea Morán y Roberto Cueto, entre otros. Luego, otro aspecto importante es que, pese a que cada proyecto de cada alumno cuenta con un tutor, intentamos no ejercer una producción ejecutiva fuerte sobre los proyectos. Quizá, de otro modo, podríamos hacer cortos o largos más “efectivos”, pero no lograríamos nuestros objetivos principales, que son, por un lado, que los alumnos y alumnas sean capaces de dimensionar la complejidad de la película que están haciendo, y por el otro, intentar no ofrecer recetas simples. La idea de fondo es que cada alumno y alumna pueda hallar su propia voz por el camino.

Una imagen del cortometraje “La fiesta del fin del mundo”.

La fiesta del fin del mundo. Por su naturaleza híbrida y heterodoxa, quiero pensar que este cortometraje, dirigido por Paula González, Andrés Santacruz y Gloria Gutiérrez, es, en parte, el resultado de una escuela en la que se trabajan todas las especialidades y todos los cines, sobre todo en el primer curso, el Curso Común. Y, luego, La fiesta del fin del mundo tiene mucho que ver con el freno que supuso la pandemia de Covid. Aquello generó un trauma colectivo muy brutal y nosotros, como escuela, teníamos claro que debíamos terminar los ejercicios del curso 2019-2020 lo antes posible. Recuerdo que, en el verano de 2020, había mucha incertidumbre y cierto miedo en el ambiente, pero teníamos que rodar porque, en el otoño, la cosa podía empeorar, como así fue. En el caso de las directoras y el director de este corto, que procedían de la Diplomatura de Documental, supieron captar el desconcierto de aquel momento con las herramientas que tenían a su disposición: la comunicación por Whatsapp y un cierto caos audiovisual. Gracias a la sensibilidad de los cineastas y la ayuda de compañeros de las otras especialidades, se hizo realidad esa película que me parece un milagro pandémico. Al ver La fiesta del fin del mundo, puedes preguntarte: ¿es esto una obra de no-ficción, cuando los diálogos parecen guionizados y se propone un gran viaje a través de imágenes históricas? Pues pienso que sí. Es un retrato muy fidedigno de cómo una generación de jóvenes vivió el confinamiento provocado por la pandemia de Covid.

La Incubadora y los festivales. Mi sensación es que el trabajo de transmisión del conocimiento, en el ámbito cinematográfico, es una labor colectiva que las escuelas, que somos un punto de partida, debemos compartir con los festivales, los laboratorios de creación, las residencias artísticas… Pienso que un buen entramado formativo y de ayuda a la creación, una buena estructura, es indispensable para el buen funcionamiento de una industria fílmica. El talento puro, sin una estructura que le permita florecer, no lo tiene nada fácil para hallar su camino. Además, los procesos madurativos de nuestros estudiantes pueden ser muy dispares. Puede que alguien salga de la ECAM o ESCAC con un proyecto de largometraje perfectamente perfilado, pero eso no es lo más habitual. Los procesos formativos y vitales continúan, y es positivo que las escuelas podamos seguir esos procesos en nuestras colaboraciones con festivales y laboratorios, haciendo talleres, promoviendo encuentros o creando una Incubadora de proyectos como hemos hecho en ECAM. Y debo decir que, desde el primer año, en nuestra Incubadora ha habido proyectos de la ECAM, pero también de ESCAC. Este año, tenemos un proyecto de Gabriel Azorín, quien estudió en ECAM, luego en la Elías Querejeta Zine Eskola, fue residente en la Academia, ha pasado también por la residencia de Ikusmira Berriak, y ahora está de vuelta aquí.

La resaca de El año del descubrimiento. Mi labor como productor me ayuda a estar en contacto con la realidad industrial que viven o habitarán nuestro profesorado y nuestros alumnos y alumnas. Sé lo difícil que es impulsar un proyecto, conseguir financiación, la cantidad de horas que hay que robarle al sueño, a la familia y a las vacaciones para sacar adelante un film. En cuanto a todo lo que viví con El año del descubrimiento, estoy contento de que toda esa experiencia me llegara con más de 40 años. Si esto me pasa con 24 años, quizá me hubiera confundido. Fue una película que hicimos con el convencimiento absoluto de que debíamos hacerla, pero fue difícil de financiar, de rodar, de montar… Como productor, mi tarea consiste en que cada proyecto llegue al máximo de su publico potencial. Cuando se trabaja en proyectos como El año del descubrimiento o Sueñan los androides, uno tiende a pensar que se dirige a un público más limitado, pero con la película de Luis (López Carrasco), el resultado superó todas nuestras expectativas. En todo caso, el éxito de El año del descubrimiento me llegó trabajando, porque ya estaba metido en un proyecto de documental sobre toreros que dirige Albert Serra. También estoy involucrado en la que será la primera película de Juan Soto Taborda y Chiara Marañón, que lleva por título Elena dio a luz a un hermoso niño y que recorrerá la senda de una familia catalana de Vic, desde finales de los años 40 hasta los 90 del siglo pasado. Y también estoy elaborando, con Javier Olivera, el director de La sombra, y Laura Pousa una serie documental para Movistar +.