Manu Yáñez

Xacio Baño es un habitual del Festival de Locarno, una de las citas más prestigiosas del circuito mundial del cine independiente. Tras estrenar allí sus cortometrajes Ser e voltar (2014) y Eco (2015), el cineasta gallego vuelve al festival suizo para presentar su primera incursión en el largometraje, Trote, un estudio de personajes que medita acerca del luto, la familia y la construcción de la propia identidad basculando entre un cine abstracto –cargado de elipsis y enigmas– y un cine más epidérmico –aferrado a la fisicidad del relato–. Entre la contención y la visceralidad, la planificación y la espontaneidad, Trote emerge como un film rugoso, de apariencia serena y corazón exaltado, forjado en un lugar equidistante a las figuras de Yasujirō Ozu (y su capacidad para invocar el misterio de los espacios interiores) y Claire Denis (con su cine fulgurante y sensorial). En la siguiente entrevista, Baño disecciona, con ademanes poéticos, las claves formales y espirituales de su ópera prima, que compite en la sección Cineasti del Presente de Locarno.

¿Cuál fue el germen inicial de “Trote”? En la película confluyen elementos presentes en tus anteriores cortometrajes –el estudio de la pérdida, la exploración del espacio doméstico–, pero se detecta la voluntad de abordar nuevos territorios, en particular una suerte de “cine epidérmico”, aferrado a la superficie de las pieles y los materiales.

Un picor. W.H. Auden decía que el ser humano, además del alimento y el sueño profundo, necesita escapar. Creativamente, tenía la necesidad de escapar de lo que había hecho hasta el momento en el tratamiento de la imagen y en la concepción del relato que vertebra la historia. Quería, además, en una suerte de actividad fílmica-cinegética, capturar un caballo y hablar de la relación que tenemos con el animal interno. Hablar de ese picor. Por ahí apareció la rapa das bestas como marco para hablar de ese conflicto que debemos manejar.

Necesitaba perder (un poco) el control de la obra.  Si pienso en Eco, mi anterior cortometraje, hay algo muy cerrado en lo formal, en la puesta en escena, estático, sin vida ni movimiento. Algo muy centrado en la cabeza. Necesitaba hacer un viaje hacia el instinto.

¿Hasta qué punto ese trabajo en torno a la superficie de los materiales (las heridas de la protagonista, el pelo de los caballos, la masa del pan, el mármol) fue preconcebido? ¿Fue el de Trote un rodaje muy planificado o hubo lugar para los descubrimientos?

La película parte de la premisa de tratar a las personas como animales. Los cuerpos como elementos finitos, que nos cierran. Nuestro mundo dura y abarca lo que podemos ver y sentir. No existe nada más que lo que está al alcance de los dedos. El tratamiento de las pieles animales y humanas, en detalle, tiene la finalidad de abstraerse de la figura completa, reducirnos a detalles y así igualarnos en la pirámide trófica. Cuanto más cerca se ve un organismo vivo, menos diferencias hay entre especies.

Otra de las premisas era eliminar siempre que pudiéramos la mirada de los personajes, el pathos, todo lo que nos da la información de los sentimientos. La batalla que en Trote se lleva a cabo está entre la mente y el instinto, la razón y el animal. Todo lo que tiene que ver con sentimientos, que muchas veces mal-llamamos humanidad, se relegó para que no entorpeciera en la narración. Existe una expresión que retrata lo que estoy explicando. Cuando decimos que un gesto es muy humano, seguramente la acción está más próxima a nuestra parte animal que a nuestra parte humana. Este tipo de distancias que nos autoimponemos en el propio vocabulario para diferenciarnos de los animales es parte también del germen de Trote.

Existe un guion clásico. Estructurado. Si te das cuenta, hay tres negros que parten la película en cuatro partes. Cada sección es uno de los movimientos del trote de un caballo. Me interesaba que la puesta en escena inicial fuera más cercana a lo teatral, al cine-encuadre, para luego ir rompiéndose y llegar al un cine-físico en donde los actores, actrices y cámara pudiesen hablar desde el cuerpo. 

Mi viaje, el que necesitaba hacer como director, era perder ese control sobre la obra que tanto me obsesiona. El film comienza en la razón, en la cabeza. Planificando mucho los planos. Con la cámara estática y los intérpretes hieráticos, todos trabajando con la mente. Los personajes piensan antes de actuar. Durante el metraje, la película se irá abriendo al cuerpo. Se libera el instinto, damos menos indicaciones a los actores, dejamos la cámara más libre… Recuerdo alguna discusión con la directora de foto, Lucía C. Pan, por la poca planificación de algunas secuencias, o porque era todo muy emborronado formalmente. Es eso: dejar que la peli se acabe haciendo a sí misma.  Crear un espacio escénico más proclive a que entre la realidad, y capturarla con el instinto. Además, en montaje se contribuyó a esta sensación de perder el control, de ir al cuerpo y a los intestinos, escogiendo muchas veces la peor toma de cámara, la que más manchaba.

Xacio Baño.

En ese posible choque entre un cine “doméstico” y otro más físico y salvaje se percibe la estela de dos grandes autores en los que pensé mientras veía Trote: por un lado, Yasujirō Ozu y su capacidad para invocar el misterio de los espacios interiores (como él, tú construyes los espacios desde una cierta abstracción, no facilitas la ubicación del espectador); por el otro, Claire Denis y su cine candente, en fuga, un cine áspero y visceral.

Me encantan los referentes porque sí: hay algo de esa lucha entre dos mundos en la película. El conflicto razón/control vs. animal/instinto llevado a la arquitectura. Dentro de casa vs. Fuera de casa. Doméstico vs salvaje.

Queríamos una casa con muros, con un gran portalón que aislase a esa familia del mundo exterior. Este muro es un poco el curro (el recinto) de la rapa. Los personajes de la familia luchan cada uno con su propio animal: uno lucha para que no salga; otro para que sí estalle y se imponga; y el tercero lucha por seguir trotando. Todos tienen sus propias marcas en la piel. Es así: quiénes somos, quiénes queremos ser. La utilización de la casa, de la arquitectura laberíntica, los muros… Alguien se acerca a casa, llama, salen a abrirle, pero no sabemos qué sucede. Esta decisión formal contribuye a la lucha que nuestro yo interno mantiene contra el yo social que ofrecemos a los demás. Uno se masturba en la soledad de la casa. No va pregonando que se masturba a todo el vecindario. Esta confrontación entre lo que soy y lo que quiero aparentar queríamos acentuarla con lo no dicho fuera de la casa. 

En la película me ha parecido encontrar un estudio de la violencia (a veces soterrada, a veces evidente) que puede desatarse en las interrelaciones familiares, o afectivas en general. De hecho, Trote parece dibujar un in crescendo hacia la emergencia de una violencia física, también sexual, acompañada de la violencia con la que surgen las elipsis en el relato.

La violencia, la ira, la necesidad de escapar y pasar por encima de todo y de todos para tomar aire. Dar patadas contra el cabecero de la cama. Diego Ameixeiras –coguionista– y yo tratamos de hacer aflorar esa parte animal al final de la película.

Uno no puede negar lo que es. Cuando lo negamos, acaban apareciendo traumas, desequilibrios, etc. La película es una invitación a mirarnos a nosotros mismos como animales. Esa es una de las razonas por las que evitamos los ojos de los animales en toda la película. John Berger, en su ensayo ¿Por qué miramos a los animales?, decía que cuando un animal nos devuelve la mirada somos conscientes de nuestra propia existencia. De lo que somos en realidad. La película va de no olvidar eso, de tenerlo bien presente para manejarlo internamente y que no rompa. Si el cuerpo te pide escapar, escapa.

En la película se detecta un trabajo ingente en torno a los silencios. O más bien la falta de palabras. Aquello que nunca llega a decirse y va carcomiendo las relaciones entre personas cercanas. Eso dota a la película de una sugerente aura de misterio. ¿Cuánto de esa omnipresencia de “lo no dicho” es una cuestión cultural, autoral, de escritura de guion, de montaje (algunas elipsis interrumpen posibles diálogos) o de trabajo actoral?

Uno crea el rompecabezas tratando de distraer al espectador y llevarlo por preguntas que se cierran o se apuntan cuando el gran cuadro que es la película termina. La mayoría de los silencios son de guion. Para hablar de esa zona oscura y gris que tenemos y que debemos manejar –ese animal que pide alimento, pero que la sociedad domestica– decidí que lo no mostrado de nosotros sería la pauta formal de los diálogos y de la trama de la película.

Me ha resultado magnética la presencia de María Vázquez. La fiereza de la personalidad de su personaje bulle en su mirada y en sus gestos. ¿Cómo fue el trabajo con ella?

María hizo un trabajo que aún estoy acabando de digerir. Entendió perfectamente el viaje y ha sido muy generosa en todo el proceso. Es un gusto trabajar con actrices que te hacen el camino tan fácil. La armonía entre los actores y actrices, su clara voluntad de empujar por un proyecto tan pequeño, traspasa la pantalla. Hubo mucha generosidad. Además, es una película que no es nada agradecida para ellos: la cámara no trabaja a su favor en la mayoría de las situaciones. Todo lo que el imaginario colectivo define como una buena actuación: la transmisión de sentimientos, la mirada, la catarsis emocional que impregna al público, etc. Por la naturaleza de la película, prescindimos de todo eso. Insisto: mucha generosidad por parte de María y de todo el elenco: Celso Bugallo, Diego Anido, Tamara Canosa, Fede Pérez, Melania Cruz…

El escenario tiene un peso crucial en Trote: una Galicia rural en la que perviven viejas tradiciones y rituales. La película captura la belleza de los paisajes, pero el lugar también se presenta bañado de una cierta asfixia existencial.

El patriarcado está por ahí escondido (¿escondido?), y es parte de esa angustia y asfixia. Además, los roles de género. Tanto para la mujer como para el hombre. ¿Qué se espera de ellas: que miren hacia abajo, que se pongan a disposición de, que cuiden? ¿Y qué se espera de nosotros: que seamos valientes y demos nuestros cuerpos para defender un país, que vayamos a conquistar nuevos mundos?

Son personajes que no están en equilibrio con ellos mismos. No se acaban de encontrar porque no acaban de aceptarse, o porque no escuchan lo que les dice el cuerpo. Luis, el personaje que interpreta Diego Anido, tiene la responsabilidad de ser el macho alfa de la familia. El que heredará el legado y las responsabilidades referentes al honor y la gallardía. Él no es ese tipo de persona. La poca educación emocional que nos dan a los hombres hace que no sepamos gestionar ciertos conflictos y estallemos. Hace poco en un libro sobre nuevas masculinidades leía que el mundo sería mucho mejor si el hombre fuera abuelo antes que padre, porque por lo general es en ese momento cuando la mayoría de hombre conecta con los sentimientos.

¿Cómo ha sido la experiencia de producir tu primer largometraje? El proyecto pasó por Ikusmira Berriak (de Tabakalera y el Festival de San Sebastián) y por el Agora Works In Progress del Festival de Tesalónica. ¿Cómo fueron esas experiencias?

Muy satisfactorias. Te dan tiempo, apoyo, y cuerdas a las que agarrarte. Recuerdo especialmente el paso por Tabakalera. Fue también el momento en que la productora del film, Frida Films, se unió al proyecto. En Donostia pasé un mes y medio para descubrir la película, para confrontarla con profesionales y tener visiones externas. La mayoría de veces enseñas tus proyectos a tus allegados, a las personas de tu confianza, con todos los presets que eso conlleva. Ese tiempo en Tabakalera sirvió para que el proyecto creciese, se formase más, y tuviera una solidez más clara. En septiembre Trote estará a competición en la sección Zabaltegui del Festival de Donostia. Será un placer ver la película terminada donde todo empezó.

¿Qué sensaciones te despierta volver al Festival de Locarno a presentar tu primer largometrajes después de mostrar allí tus cortos Ser e voltar (2014) y Eco (2015)?

Pues lo siento como un hermoso fin de ciclo. Fue un privilegio presentar allí mis dos últimos cortometrajes, ambos mucho más cercanos al documental que Trote. Y comenzar la vida de mi primer largo allí es algo que me hace muy feliz. Deseando ver cómo se siente la película en pantalla grande y con audiencia, y cuál es el feedback