Las dos secuencias iniciales de Estaba en casa, pero…, sin aparente relación causal entre ambas, quedan inequívocamente entrelazadas por la ausencia de la palabra. En los primeros minutos de metraje, tras una sucesión de planos con varios animales como protagonistas, se asiste al desenlace de un suceso que el film ha elidido, y cuya resolución está ejecutada por Angela Schanelec –guionista y directora de la cinta– con la expresa voluntad de omitir cualquier verbalización sobre lo acontecido. La realizadora alemana resalta de este modo el potencial expresivo del lenguaje cinematográfico (imágenes) y la elocuencia de la gestualidad actoral (cuerpos) como formas de comunicación autónomas que no requieren del lenguaje verbal, ya que éste tampoco garantiza el entendimiento entre las personas, como queda ratificado en un largo y divertido plano que comparten la protagonista del film, una mujer de mediana edad llamada Astrid –interpretada por Maren Eggert, actriz habitual en la filmografía de la germana desde Marseille (2004)–, y un hombre mayor que se comunica a través de un laringófono y que intenta venderle una bicicleta. El interés por las posibilidades del lenguaje está presente ya en el propio nombre de la película, que además de ser un homenaje al clásico mudo de Yasujirō Ozu, He nacido, pero…, de 1932, sirve para crear incertidumbre desde el propio título (tanto en el original como en varias de las traducciones), ya que en apenas cuatro palabras incluye una conjunción adversativa y finaliza con puntos suspensivos; casi un reflejo gramatical de la elíptica y sugerente sintaxis cinematográfica de Schanelec.

La radicalidad de Estaba en casa, pero… confirma el firme paso de la cineasta –de cuyas constantes hablamos hace unos meses– por el sendero de depuración formal iniciado en su anterior largometraje, The Dreamed Path (2016). Tras un arranque en el que se plantean interrogantes sobre las posibilidades y los límites del lenguaje, el film prosigue desde el absoluto convencimiento en la necesidad de confrontar el Modo de Representación Institucional (el abecedario y gramática del cine “clásico”, según la terminología acuñada por Noël Burch) para desenmascarar el artificio ficcional y poder establecer un debate sobre la moralidad de las imágenes. Para alcanzar este propósito de resonancias bressonianas, Schanelec, que inició su carrera como actriz, aborda el cuestionamiento de ciertas convenciones asociadas al trabajo actoral. La interpretación emerge, por tanto, como otro de los grandes temas del film. En torno a ella gira una de las escenas más dialogadas, explícitas y fervorosas de la película: un larguísimo y ligero travelling “liberador” durante el cual el personaje de Astrid y un director de cine (interpretado por el cineasta bosnio Dane Komljen) elevan el debate cinematográfico a dimensiones filosóficas de corte humanista. Se produce en esta escena un interesante reflejo metafílmico entre el discurso verbal de la protagonista (que define la interpretación como “usar el cuerpo para contar mentiras” y luego sostiene que para alcanzar una cierta verdad es necesario perder el control de dicho cuerpo) y las modulaciones en la propia interpretación de Eggert –de una espontánea pasión que contrasta con el hieratismo en la declamación de otros diálogos del film que hacen visible el texto–.

La fascinación de Schanelec por la representación y la actuación se ve complementada por la inclusión en Estaba en casa, pero… de varias escenas en las cuales el hijo mayor de Astrid, Phillip (interpretado por el joven debutante Jakob Lassalle), participa en los ensayos de una adaptación infantil de Hamlet –una obra que, precisamente, contiene una escenificación teatral que pretende sacar a relucir “la verdad” y para cuyos preparativos el propio Hamlet da indicaciones a los cómicos sobre el tono y la intensidad adecuada para la representación–. La confrontación de estilos interpretativos es otro foco de interés habitual en Schanelec, que lo fomenta desde el casting con la inclusión de actores no profesionales y niños entre el reparto principal.

Si el incidente inicial es uno de los vacíos sobre los que gravita la película, cabe apuntar que el film entrelaza de forma emotiva y contenida otras dolorosas ausencias, que van del duelo al abandono, y que incumben tanto a Astrid y sus hijos como a un fascinante conjunto de personajes-satélite. Un encadenamiento que toma forma mediante una puesta en escena que aboga por un tratamiento circundante de estos pesares, centrándose en el movimiento de los cuerpos (que entran y abandonan los planos, o mantienen las distancias en su interior) y en el contacto físico entre los mismos, mediante caricias y abrazos de diferentes intensidades. Es a través de esta atención a la gravedad de los gestos, despojados de la palabra, que Schanelec hace justicia a la complejidad de las relaciones paterno-filiales, un tema que ya era el epicentro de la chejoviana Tarde (Nachmittag, 2007). El misterio, la rotundidad y el atrevimiento de su última película hasta la fecha le valieron a Angela Schanelec el Oso de Plata a la Mejor Dirección en la Berlinale 2019 y el premio a la Mejor Película de la sección Zabaltegi-Tabakalera del Festival de San Sebastián. Ahora, por fin, Estaba en casa, pero… llega a las pantallas.