No hay duda de que la actualidad de su tema (la ola de refugiados que llegan a las costas europeas) fue fundamental no sólo a la hora de programar esta película en la pasada edición del Festival de Berlín, sino también para darle el Oso de Oro. No se trata de una mala película ni mucho menos, pero tampoco está a la altura de los grandes documentales que vienen haciéndose en los últimos tiempos, mucho menos de los clásicos. Tengo la impresión de que, como sucedió con Dheepan, de Jacques Audiard, ganadora de la Palma de Oro de Cannes 2015, es la corrección política la que pone este tipo de películas a la cabeza de las competiciones de los grandes festivales. Y también la que los mantiene ahí cuando el jurado no se pone de acuerdo con ninguna otra cosa.

Fuocoammare cuenta dos historias en paralelo, ambas en la isla de Lampedusa, cerca de Sicilia. La que lleva adelante el relato es la de Samuele, un chico que vive allí y a quien se muestra en su vida cotidiana: en familia, yendo al médico, jugando con su amigo, comiendo. Samuele a veces ve a Pietro, el único médico de Lampedusa, por un problema que tiene en un ojo. Y él médico sí lidia directamente con los refugiados que llegan en terribles condiciones (si es que llegan) hasta Italia. Es él quien debe recibirlos y revisarlos. Los que llegan lo hacen en estado, por lo general, calamitoso. Y muchos, la mayoría acaso, no llegan. Mueren hacinados en las barcazas en las que se juntan cientos y hasta miles de personas que emigran de distintos países de Africa.

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Rosi trabaja individualmente –no tiene ni equipo técnico– y lo que filma muchas veces tiene esa calidad algo casera que puede no ser técnicamente impecable pero que le permite acercarse a la intimidad de los personajes. La estrategia narrativa del film va por dos lados. Por uno, ir metiéndose cada vez más en la vida de este chico cuya vida en apariencia despreocupada de todos modos refleja algunas inquietudes respecto a lo que está pasando. Y, por otro, acercándose cada vez más a lo que sucede con los refugiados, a quienes primero vemos de lejos y oímos por llamados de radio pero luego nos vamos acercando en detalle a sus terribles situaciones y a algunas historias.

La película no acaba de unir del todo ambos registros. Y si bien es entendible la necesidad de Rosi de buscar un eje dramático personal para enganchar con la “gran historia” de los refugiados, es difícil entender del todo la conexión. De todos modos, la simpatía y la personalidad intensa de Samuele le dan al film una energía (y hasta momentos humorísticos) inusual en este tipo de relatos. Cuando la película decide enfrentar directamente su tema lo hace con la fuerza que le dan las imágenes y testimonios como los del médico, acaso el que conoce más de cerca la tragedia humana de miles y miles de personas que intentan llegar de Africa a Europa.

Las implicancias del desastre humanitario en Samuele no son del todo claras, en principio, aunque poco a poco va revelando una serie de síntomas y actitudes que bien podrían vincularse a la situación que lo rodea. Algo parecido parece pasarle a sus familiares y otra gente que vive en la ciudad, quienes parecen ya desensibilizados por el desastre que los rodea, aunque es innegable que los perturba y perturbará por siempre. En lo que respecta a las historias de los inmigrantes, lo que Rosi hace hacia la mitad del relato es registrar los procedimientos por los que deben pasar los sobrevivientes –limpieza, estudios clínicos, hacinamiento– sin contar la cantidad de muertes que pasan de ser números a cuerpos en primer plano con el correr de los minutos.

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Por momentos Rosi construye unas metáforas visuales un tanto obvias (los niños destruyendo plantas con sus hondas o disparando al aire con los dedos, los programas de radio que parecen interesados en cualquier cosa menos en los botes de refugiados), pero en otras es más certero, como cuando el médico analiza a una mujer embarazada o cuando los refugiados cantan/rapean una canción contando su historia, una escena un tanto recargada y casi teatral pero indudablemente efectiva.

La unión de estas dos historias no termina de ser convincente, pero con ellas Rosi al menos evita el acercamiento periodístico clásico a una situación como la que se ve en Fuocoammare. Su película no se integrará a los grandes documentales italianos recientes (de los cuales toma algunas características y personajes pueblerinos), pero tampoco es una película que no merezca ser atendida. Da la impresión que la verdadera historia empieza cuando esta película termina y los refugiados que sobreviven deben convivir con Samuele. Y con todos los demás también…