Hay pocas experiencias más intelectualmente vertiginosas que sentarse delante de una pantalla a ver y escuchar al esloveno Slavoj Žižek, conocido popularmente como “el más hippy de los filósofos actuales”, aunque mi definición favorita es aquella que le dibuja como “el Elvis Presley de la teoría cultural”. Žižek es un filósofo con vocación de agitador cultural y alma de estrella de rock. De hecho, puede que solo los guionistas de Los Simpson tengan su misma habilidad para entrecruzar alta y baja cultura, alta teoría y cultura de masas: el pensamiento de Walter Benjamín y el cine de John Carpenter, la teoría lacaniana y escenas de Tiburón o Matrix.

En Guía ideológica para pervertidos, la británica Sophie Fiennes repite la jugada que en 2006 la llevó a dirigir The Perverts Guide to Cinema, en la que Žižek departía floridamente –con su inglés macarrónico (“filem” en lugar de “film”) y su perenne sorbeteo nasal– sobre los mensajes ocultos en películas como Los pájaros, Persona o Carretera perdida. En el film que aquí nos ocupa, Žižek concentra sus agudas lecturas del cine popular en torno al concepto de la “ideología”, entendida como una suerte de reino onírico-fantástico en el que se materializan nuestros deseos y principios más constitutivos. Según Žižek, es esa condición abstracta y fantasiosa de la ideología la que hace del cine un vehículo privilegiado para su expresión; eso sí, una expresión soterrada que solo emerge si entrenamos nuestro escepticismo, sagacidad y sentido de la sospecha.

En su torrencial discurso, Žižek revela que detrás de Sonrisas y lágrimas se oculta el “contrato obsceno” del catolicismo: la permisividad sexual disfrazada de sentimiento de culpa. Luego destapa el mensaje reaccionario de Titánic: cuando los valores de la clase dominante pierden fuelle, se revitalizan gracias a la vampirización de los principios de la clase trabajadora. Aunque la hipótesis más brillante y perturbadora es la que engarza La chaqueta metálica de Kubrick con las imágenes de soldados americanos vanagloriándose de las torturas cometidas contra presos árabes en Abu Ghraib: la distancia irónica como la auténtica esencia del imaginario militarista yanqui.

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En el documental, Žižek reparte ironía e ingenio mientras Sophie Fiennes agasaja su ego situándolo literalmente en el corazón de las imágenes que está comentando: el baño del cuartel de La chaqueta metálica, el avión de El triunfo de la voluntad o la cochambrosa cama del Travis Bickle de Taxi Driver, película que Žižek conecta con Centauros del desierto como emblemas de otra paradoja esencial de la mentalidad gubernamental norteamericana: la idea de la violencia que ennoblece, la guerra “humanitaria”. Fiennes exprime hasta la última gota del excéntrico carisma del “último performer puro del mundo”, según The Guardian, y para ello se ve obligada a guionizar la exuberante verborrea de Žižek. Así, el vistoso y entrecortado dispositivo que pone en marcha la hermana de Ralph Fiennes se convierte en sí mismo en una paradoja: amplifica la espectacularidad del Žižek showman, pero al mismo tiempo encorseta su discurso.

La prueba de este constreñimiento la encontramos en el documental Slavoj Žižek: The Reality of the Virtual, que dirigió Ben Wright en 2004. En aquella primera aparición fílmica del filósofo esloveno, Wright se limitaba a plantar la cámara delante de Žižek, que durante 70 minutos (en largos planos fijos) saltaba con libertad del análisis cinematográfico a la sociología, la historia, la física y la política. Diez años después del visionado de The Reality of the Virtual, todavía recuerdo con claridad la exposición, cocinada a fuego lento por parte del filósofo, de su concepción de la utopía moderna, ajena a las utopía reformadoras y fracasadas del siglo XX, y mucho más cercana a la idea de una acción extrema, inimaginable, en el marco social existente.

Hay pocas reflexiones de ese calado en Guía ideológica para pervertidos, en la que Fiennes está demasiado ocupada en “decorar” las astutas hipótesis del filósofo con trucajes escénicos y digitales. Eso sí, el Žižek más combativo y didáctico resplandece en la recta final del film, cuando reclama una “auténtica revolución” fundada en una “acción radical y emancipadora”. En el momento más emocionante de la película, Žižek se apropia de una bella idea de Walter Benjamín: los fantasmas de las revoluciones pasadas y fallidas despertarán ante la llegada de una nueva revolución. Puede que las imágenes diseñadas por Fiennes no materialicen esa revolución que reclama Žižek, pero su voz resuena con suficiente fuerza como para quedar grabada en nuestro propio magma ideológico.

Visionado de GUÍA IDEOLÓGICA PARA PERVERTIDOS en Filmin.