Violeta Kovacsics (Festival de Berlín)

La pertenencia a una determinada clase social deviene uno de los temas de First Cow, la película de Kelly Reichardt proyectada en la sección oficial de la Berlinale 2020. Aunque, lejos de todo panfletarismo, el nuevo trabajo de la directora de Meek’s Cutoff articula su discurso a partir de la cuidada construcción de sus imágenes y el espiritu humanista de su relato. Así, el paseo de una chica y su perro por un paisaje boscoso al lado de un río da pie a un descubrimiento: el de dos esqueletos tumbados juntitos como la pareja de Viaggio in Italia (Te querré siempre) de Roberto Rossellini. A partir de ahí, la película viaja al pasado para relatar qué pasó en esa misma tierra un siglo atrás, en un flashback que abarca el grueso de la película y que ahonda en la amistad entre dos hombres, un cocinero y un inmigrante chino, en el contexto de unos Estados Unidos salvajes, en los albores de una civilización que ya avistaba su horizonte capitalista.

En The Hitch-Hiker (El autoestopista), Ida Lupino planteaba un film noir que, de tanto alejarse de los códigos del género, terminaba precipitándose sobre el terreno del western. Dos amigos de viaje por el sur americano se convertían en los rehenes de un asesino. El paisaje, árido y diurno, era propio del cine del oeste. Esta no era la única subversión de la película: Lupino, una de las pocas directoras en la edad dorada de Hollywood, firmaba una cinta en la que la única voz de mujer era la de la víctima del asesino, que gritaba en fuera de campo al arranque de la película. En First Cow, Reichardt retoma esta tradición: hay apenas un único personaje femenino con líneas de diálogo en la película, en las que se limita a traducir unas frases a la lengua de los indígenas. Como Lupino, Reichardt desplaza las presuposiciones de lo que se considera el cine hecho por mujeres y se interesa –como en Old Joy, por otro lado– por la amistad masculina. Como en The Hitch-Hicker, la directora de Certain Women vacía el género del western de algunos de sus códigos más visibles, pero le otorga uno de sus cimientos más hondos, el del relato fundacional. A la vez, lo llena de pequeños gestos cotidianos, de la profundidad de los vínculos afectivos, que se dibujan mediante otra profundidad, la de campo.