Presentada en la edición de 2019 del Festival de Cannes, en la sección Un Certain Regard, Nina Wu de Midi Z –cineasta de origen birmano nacionalizado taiwanés– narra la historia de una actriz sin éxito, la Nina del título, que, afincada en Taipei, vive de interpretar papeles irrelevantes en cortometrajes y anuncios publicitarios. Cuando su agente le ofrece un papel importante en un film de espías, ella abre un nuevo capítulo en su vida, un ascenso profesional por el que, como ocurre con todo en este mundo abusivo, deberá pagar un precio. Lo nuevo del director de The Road to Mandalay y Ice Poison refleja una faceta del oficio de la actriz que dialoga de forma clara con el contexto sociopolítico en el que se asienta el film. Abordando ámbitos como los de la sexualidad y la represión, la tradición y la familia, lo cosmopolita y lo local, el discurso trazado por la película resulta evidente. También es innegable la huella del #MeToo en su argumento. Fuera de la pantalla, con el hashtag situado en primera plana, cada vez son más mujeres las que alzan sus voces contra los métodos de un sistema denigrante. El caso de las actrices ha sido, desde que empezó esta necesaria revuelta, especialmente sangrante, sobre todo cuando se hace evidente el perjuicio que pueden suponer estas denuncias para las cuidadas trayectorias profesionales de las agredidas. El film de Midi Z bebe de esta dicotomía entre apariencias y esencia, tan contradictoria y cruel.

El director y guionista realiza un muy buen trabajo, conjuntamente con la actriz protagonista y también co-guionista Ke-Xi Wu, al construir esa jaula emocional que encierra a Nina en su propia psique, que no deja de ser la de una mujer abrumada. Arrancamos junto a ella en el borde exterior de un laberinto psicológico. La estilizada fotografía de Florian Zinke, que en ocasiones remite a los imaginarios visuales de Nicolas Winding Refn o Gaspar Noé, sirve de contrapeso para el tortuoso desarrollo de una narración que se va oscureciendo de forma progresiva. A medida que vamos cruzando sus pasadizos, acercándonos al centro (la fuente dramática del relato), la propia estructura del film parece desvanecerse. Las diferentes capas de ficción que maneja Midi Z –se juega de forma metalingüística con la idea del film dentro del film– se van revelando indisociables.

“¡No quieren solo mi cuerpo, también quieren mi alma!”, exclama la protagonista en la línea de diálogo que debe practicar una y otra vez para el film (dentro del film). A lo largo de Nina Wu se hace evidente que aquellos a los que se refiere Nina con su “ficcional” grito de auxilio (un agente propenso al chantaje emocional, un director abusivo, un productor todopoderoso, y también un empleado descontento) ya han conseguido arrebatarle las dos cosas, tanto su cuerpo como su alma, quebrados y atormentados por un cúmulo de experiencias indigeribles. Por desgracia, el film abandona por momentos la sugerencia y la reserva dramática en pos de la obviedad, especialmente a medida que avanza la trama y se introduce un personaje que expone todo el conflicto. Sin embargo, al mantener a Nina como centro neurálgico de la historia –suyo es el punto de vista del film en todo momento–, no se llega a cruzar la fina línea que separa el subrayado de la recreación en la sordidez. Cuando la película nos enfrenta a la violencia o el ensañamiento, nunca perdemos una cierta distancia crítica, se nos invita a conservar una visión moral del ultraje, a reconocer el límite entre exposición y espectáculo indecente.

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