Pozoamargo no será la primera ni la última película que veremos sobre individuos atormentados, martirizándose al ser incapaces de aceptar su naturaleza siniestra. Sin embargo, la ganadora de la sección Nuevas Olas del pasado Festival de Cine Europeo de Sevilla perturbará a su audiencia como pocas. El tercer largometraje del cineasta hispano-mexicano Enrique Rivero versa sobre un hombre que desciende voluntariamente a sus infiernos tras llevar a cabo un acto imperdonable. La acción en sí misma –contagiar a su esposa embarazada de una enfermedad venérea indeterminada y aparentemente incurable– no puede enmendarse. En tales circunstancias, admitir que su yo interior alberga una dimensión oscura (capaz de ejercer el mal con premeditación) sería la obra más noble que podría realizar el protagonista. No obstante, se trata de la única labor que Jesús (Jesús Gallego) rehúye a toda costa. Por ese motivo, el antihéroe de la ficción escapa a la ciudad manchega que da nombre a la película, llevando la depravación a ese confín. En este sentido, Pozoamargo no es sólo un film cimentado en la noción de la culpa cristiana, sino un ensayo existencialista sobre la maldad que habita en las personas, que deviene peligrosa cuando ésta escapa de nuestro control.

Por otro lado, es necesario indicar que Rivero esquiva el vocablo ‘maldad’, substituyéndolo por otro aún más rico: el de ‘sombra’. Esta palabra aparece infinitas veces en los diálogos de Pozoamargo, remitiendo al arquetipo homónimo que inventó Carl Gustav Jung para definir el inconsciente colectivo. Según ha señalado el director madrileño, esta película está influenciada por el estudio profundamente junguiano de Connie Zweig y Jeremiah Abrams, titulado Encuentro con la sombra. El libro en cuestión es una recopilación de escritos de Jung y de una decena de seguidores de esta corriente psicoanalítica que teorizan sobre dicha fantasía perversa, inherente al ser humano, que puede llegar a sanarse o encauzarse si el sujeto interviene a tiempo.

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Pese a ser una película basada en una especulación optimista, que apunta hacia la salvación de la humanidad si se conoce el daño que la Sombra ejerce sobre cada uno, Pozoamargo no se afianza en la redención. La trama maquiavélica del film de Rivero resulta una suma de accidentes, cuyo nivel de catastrofismo irá in crescendo, cual metáfora de ese espiral de perdición en el que se hunde progresivamente el personaje. Así, la película es una alegoría de la tortura que sufre aquel que se entrega sin resistencia a la Sombra junguiana. En otras palabras, Pozoamargo es un retrato psicoanalítico de un individuo derrotado que elige autodestruirse, en vez de encaminar su existencia.

Su escalofriante ópera prima, Parque vía –mejor película en el Festival de Locarno de 2008–, fue una suerte de anticipo de esta reciente elucubración de extremo nihilismo. Asimismo, las tres películas que componen su escueta filmografía están ligadas a la corriente que impulsa la ostentación de una violencia a veces gratuita, a veces embellecida, que ha definido el cine mexicano de la última década. En Pozoamargo la estilización de la repulsión es terminante, dado que la sensibilidad del espectador-voyeur resultaría herida sin este filtro. La audiencia, indefensa, contemplará las múltiples formas que puede adoptar la pesadilla de Jung: desde cerdos alimentándose de rostros humanos, hasta ahorcamientos fallidos rodados en un deleitable blanco y negro.