Cerca del final de este documental musical, Nick Cave canta una hermosa versión en directo de Balcony Man, uno de los temas incluidos en el disco Carnage (2021). Uno de los versos de este temazo dice “This much I know to be true” (“Esto es lo que sé que es verdad”), frase que da título a esta nueva exploración del pensamiento, el proceso creativo y el arte en vivo de Cave y su inseparable Warren Ellis. En realidad, a la dupla Cave-Ellis habría que sumarle la figura del cineasta australiano (aunque nacido en Nueva Zelanda) Andrew Dominik, que viene trabajando con ellos desde hace tiempo. Los líderes de los Bad Seeds compusieron la banda sonora original de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), mientras que Dominik les “devolvió el favor” filmado otro notable documental sobre y con ellos, titulado One More Time with Feeling (2016), centrado en el disco Skeleton Tree.

Sin llegar a las cimas de 20.000 días en la Tierra (2014), de Iain Forsyth y Jane Pollard, que para mi gusto sigue siendo el mejor acercamiento al universo de Cave, This Much I Know To Be True es un verdadero deleite para los fans (y probablemente solo para los fans) de Cave, Ellis y los Bad Seeds. Aunque tiene algunos momentos intimistas e introspectivos en los que Cave (y en menor medida el más parco y recatado Ellis) explican su visión del arte en tiempos pandémicos y de su particular proceso creativo (son bastante duros al admitir que buena parte de lo que hacen es material frustrante y descartable), el corazón de This Much I Know To Be True pasa por la interpretación en vivo en un inmenso y viejo almacén/estudio de una docena de canciones de los álbumes Ghosteen (grabado con los Bad Seeds) y el apuntado Carnage (de Cave y Ellis en solitario).

Los momentos en los que Cave vuelve sobre la absurda muerte en 2015 de Arthur, su hijo quinceañero, y cómo ese hecho trágico ha impregnado su arte y ha cambiado la relación con sus fans luego de la publicación de The Red Hand Files –a partir del intercambio franco y descarnado que mantiene con mucho de ellos– son realmente conmovedores. Pero de todas maneras nada se acerca a la experiencia de ver a Cave y Ellis aporreando teclas junto a una sección de cuerdas y a un coro en la interpretación de temas tan bellos y tristes como los de los últimos dos discos.

This Much I Know To Be True arranca con un prólogo dedicado a 18 figuras diabólicas concebidas en cerámica en plena pandemia por el propio Cave que dan lugar a un relato muy propio del espíritu de este artista. Luego, hacia la mitad del documental, surge un regalo excepcional: la presencia de una Marianne Faithfull bastante débil, degradada, un poco dictadora pero igualmente risueña y hermosa, que se quita el oxígeno para cantar con ellos, mientras los asistentes –con mascarilla, claro– intentan cumplir con sus precisas indicaciones.

A Dominik no le importan las imperfecciones o los desajustes. Puede aparecer un micrófono en cuadro, puede verse en el fondo a otro camarógrafo que está filmando lo mismo desde otra perspectiva, pero nadie puede negarle al realizador y a su talentoso director de fotografía irlandés Robbie Ryan (American HoneyLa favoritaHistoria de un matrimonio) la maestría a la hora de captar la magia de las interpretaciones en vivo, por más que en algún momento se excedan con las tomas circulares que intentan “envolver” esas performances. La autenticidad por sobre la prolijidad, lo confesional por sobre lo intelectual, el arte mayor por sobre las desgracias de un mundo en pandemia. Eso es lo que propone la insoslayable e inolvidable (reitero: para nosotros, los fans) This Much I Know To Be True.

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