Manu Yáñez (Festival Zinebi, Bilbao)

En los primeros compases de Alas / Tierra, la cámara de la cineasta navarra Maddi Barber recorre en sentido descendente (o ve pasar de manera ascendente) tres estampas de un mismo paisaje montañoso sobre el que se va perfilando una puesta de sol. La imagen activa un proceso autorreflexivo, dado que el recorrido por las fotografías evoca el paso de los fotogramas a través de un proyector cinematográfico. Se trata entonces no solo de ver, sino de cuestionar, de intentar comprender qué mecanismos se ocultan tras el retrato del escenario natural. Un cuestionamiento que, inevitablemente, pone en primer plano el rol que juega la presencia humana en el devenir de la naturaleza. Para abordar esta cuestión, Barber acompaña a un grupo de personas en una expedición nocturna por un escenario campestre. En un momento sobrecogedor, la mano de un hombre, iluminada por una linterna, posa una pluma sobre un suelo de hierbas silvestres. La delicadeza del gesto trae a la memoria el inolvidable trabajo de la argentina Jessica Sarah Rinland en torno al conservacionismo en Black Pond. Sin embargo, la mirada de Barber, que tiene el mérito de renegar del didactismo para abrazar un discurso de corte poético, descarta todo romanticismo para adoptar una óptica más analítica y distanciada, interesada por la cara más tensa de la relación del ser humano y la naturaleza.

Alas / Tierra transita de lo nocturno a lo diurno, pero en ningún momento se aleja de su fuente de inspiración: el poema “Esta es la mano que cuida” de la veterinaria y escritora María Sánchez. Mientras las manos de unos hombres estudian el cuerpo inerte de un felino salvaje, la banda de sonido recoge palabras cargadas de rotundidad (“abordamos el ecosistema, alteramos el orden”) y misterio (“especies invasoras, dañinas, inalcanzables”). En el recitado en off, se evoca una cosmovisión en la que lo científico se hermana con un credo de tintes religiosos, manifestando esa arrogancia característica con la que los humanos tendemos a relacionarnos con lo natural (un tipo de violencia que Barber analiza con el mismo ahínco del que hacen gala los cortometrajes de Gerard Ortín Castellví). Con su tono meditativo, que invita a la introspección, Alas / Tierra propone un feliz punto de encuentro entre lo conceptual, lo ensayístico y lo poético, un lugar desde el que pensar nuestra relación con los ritmos de la naturaleza y con la naturaleza de las imágenes.

“O banho”.

El interés que demuestra Barber por pensar sobre la materialidad de las imágenes también aflora en O banho de la portuguesa Maria Inês Gonçalves, una producción de la Elías Querejeta Zine Eskola que encuentra su sino estético en el temblor de unas imágenes filmadas en 16mm y reveladas de manera artesanal. Planteada como un viaje imprevisible por diferentes lugares y tiempos, esta obra de ficción parece tomar el trabajo con el soporte analógico a contrapelo. Por un lado, se beneficia de la capacidad del celuloide para capturar, gracias a su ontología fotográfica (hola, Bazin), la dimensión más vibrante del mundo físico: el cuerpo de un bebé recibe la caricia del agua en un baño templado, la silueta de una mujer danza sobre una sábana agitada por el viento, las piernas inquietas de unos niños son regadas por unos aspersores… Poco importa si algunas de estas estampas se constituyen como registros directos y otras como reflejos: el celuloide las fija con firmeza en los dominios de lo real. Sin embargo, empujada por un bienvenido azoramiento, Gonçalves no se contenta con caminar cómodamente por la vía Lumière y, con la audacia propia de los jóvenes temerarios (y los viejos sabios), apuesta por lo impensado y pone un pie en la vía Méliès: el camino de la fantasía y el trucaje.

Desestimando la idea del “montaje prohibido” (adiós, Bazin), O banho realiza piruetas espaciales y temporales cuya aparente simplicidad choca con una concepción altamente sofisticada de la puesta en escena. Así, por ejemplo, el plano frontal de una niña que mira hacia lo alto (en tierra firme) se engarza con la imagen en contrapicado de la vela de una embarcación (en alta mar). El salto por montaje resulta espectacular. Y aún lo es más la “transformación” del barco real en un barco de juguete que flota en una bañera. Nada es definitivo en O banho, todo fluye. De hecho, cuando la cámara decide zambullirse en el agua para curiosear por los fondos de la bañera y un lago, uno ya no sabe si está en un juego (imposible no pensar en el baile submarino de L’Atalante de Jean Vigo) o en una pesadilla (en cualquier momento, podría aparecer el cadáver sumergido de la Shelley Winters de La noche del cazador). ¿Y si todo fuera una alucinación? Gonçalves sopesa esta idea proyectando bajo el agua el desfile lisérgico de elefantes de Dumbo. En definitiva, en sus apenas nueve minutos de metraje, O banho se las ingenia para recopilar, anteponiendo la curiosidad al prejuicio, un amplio abanico de herencias y posibilidades expresivas.