Manu Yáñez

Anunciados como los tres “grandes títulos” de la sección Collita de la presente edición del Most (Festival Internacional de Cinema del Vi i el Cava), Bitter Grapes, La guerre du vin y Saving Wine (Le vin en ebullition) ofrecen tres caminos dispares, y también complementarios, para el cine enológico. Tres películas que se mueven por territorios apenas colindantes de lo documental: el cine social de denuncia, la investigación histórica con un aura poética y el documental informativo de corte didáctico. Tres obras que ilustran el amplio abanico de propuestas que recoge el certamen catalán de cine y vino.

En primer lugar, Bitter Grapes del danés Tom Heinemann ofrece un abordaje frontal a la denuncia del trato deshumanizante que se da a los trabajadores de la industria vinícola sudafricana. Un documental urgente en el que resuenan los ecos de los reportajes de investigación que llenan las parrillas nocturnas de las cadenas de televisión más comprometidas con la actualidad. Heinemann establece sus tesis con claridad meridiana y se adentra con temeridad en territorio comanche: contra el hermetismo de los productores vinícolas sudafricanos –que pretenden ocultar el modo esclavista en que tratan a sus trabajadores–, el cineasta toma su cámara digital y, abrazando las formas del cine de guerrilla, logra testimonios espeluznantes y pruebas gráficas del desastre. Por el camino, Bitter Grapes destapa dramas colaterales. Por un lado, el enquistamiento del alcoholismo como herramienta de control de la población marginal por parte de los poderosos –una estrategia heredada de los tiempos del Apartheid–. Y, por otra parte, la inoperancia de unos organismos de control que, con su propensión a la ceguera ante las injusticias que denuncia el documental, acaban legitimando la mala praxis de los grandes productores del vino sudafricano que se bebe en los restaurantes y casas de todo el mundo, sobre todo en los países escandinavos. A la postre, Heinemann se pone el uniforme de David para luchar contra un todopoderoso Goliat, y por el camino logra algunas victorias pírricas que se asemejan a los pequeños grandes triunfos de los que Michael Moore se jacta en sus documentales. Más humilde que el director de Bowling for Columbine, Heinemann es consciente de la dimensión del conflicto y sabe encontrar el equilibrio justo entre la claudicación y la esperanza.

El más interesante de los tres films analizados es, sin lugar a dudas, La guerre du vin, donde el director francés Sébastien Le Corre aborda el recuerdo, desde un presente apagado, de la lucha que, en los años 70, protagonizaron los comités agrícolas que exigían una regulación del mercado del vino en Europa. Una contienda que, el fatídico 4 de marzo de 1976, se cobró dos vidas: la de un agricultor y la de un policía. Combinando con gran elegancia imágenes de archivo y entrevistas actuales, Le Corre ofrece una incisiva radiografía del funcionamiento de los comités sindicales del vino, tocados por esa determinación casi belicista que desembocó, en una progresión lógica –heroica y al mismo tiempo siniestra–, hacia la lucha armada. Le Corre organiza las imágenes del pasado como si fuese ráfagas furiosas, con un montaje entrecortado acompasado por embistes de música jazz; mientras que las escenas del presente se presentan aureoladas por una calma entre melancólica y resignada. La guerre du vin trasciende el ámbito de lo vinícola para erigirse en un retrato del desmembramiento de los movimientos sindicales, que han perecido, a nivel global, a manos del neoliberalismo más salvaje. Más allá incluso de este registro socio-económico, la película se cierra con un emotivo retrato de un viticultor que, en el crepúsculo de su vida, abandona la lucha colectiva para concentrarse en su relación íntima, casi poética pero también ruda, con la tierra. Un retrato entre antropológico y etnográfico –cercano a los postulados del cine de Raymond Depardon– que aporta una capa más al inspirado trabajo de Le Corre.

Por último, encontramos Saving Wine (Le vin en ebullition) de Philippe Prieto y Samuel Toutain, que emplea un lenguaje didáctico para abordar las medidas que están tomando algunos viticultores franceses para contrarrestar los palpables efectos del cambio climático. El documental nos permite conocer algunos datos sorprendentes, como el hecho de que en Francia existen más de 3500 tipos de vino, una industria que supone el 15% de las exportaciones del país. Aunque el corazón del film está en la presentación de las diferentes estrategias e investigaciones de agricultores y científicos. Enlazados por unos convencionales planos aéreos y por una narración de corte televisivo, los testimonios abren la película a múltiples realidades, desde el viticultor que se refugia en los métodos agrícolas tradicionales –reciclados bajo el paraguas de la “agricultura biológica”– hasta las investigaciones que persiguen optimizar el modo en que las raíces de las vides absorben el agua de la tierra. El mañana ya está aquí.