LOS BILBAO | Pedro Speroni | Argentina | 2023 | 73 min | Sección Oficial Latitud.
«Permitan presentarme: soy Iván Bilbao, el rey del pueblo, el más poronga de Chascomús. Nadie se mete conmigo. Reventé a todos los tranzas, bajé un Grupo Halcón, hice desastres, pero hoy en día estoy tranquilo», dice el protagonista de Los Bilbao ante una situación policial ocurrida un año después de haber salido en libertad de un penal de máxima seguridad. Una declaración que, lejos de sonar amenazante, esconde la fragilidad, el dolor y el esfuerzo de un hombre que intenta salir adelante. La película de Pedro Speroni es una secuela no oficial de su ópera prima, la muy buena Rancho (aunque no es necesario haberla visto, en tanto Los Bilbao es un film autónomo). Allí internaba su cámara durante un buen periodo de tiempo en una cárcel de máxima seguridad para registrar el día a día de los presos. Entre ellos estaba Bilbao, el mismo que en una última escena obtenía la libertad, no sin antes despedirse con afecto de sus compañeros. Misma escena que aquí sirve como apertura.
Si Rancho era una película sobre la espera y la esperanza, Los Bilbao –que, luego de esa introducción, avanza un año– aborda lo que ocurre cuando se materializa aquello que se pensaba e imaginaba durante el encierro. El encuentro con la familia, por ejemplo, que en el caso de Iván está integrada por sus padres, su novia y la hija de ambos. O la planificación de un futuro que tiene la llegada de un segundo hijo en el horizonte cercano. O los intentos por ganarse la vida honradamente. En ese sentido, la película de Speroni es una excepción a ese sector mayoritario del cine argentino en el que el dinero nunca es un problema, al punto que pocas veces se lo menciona. Speroni es cultor de un cine de altísima carga social que dialoga con una zona poco iluminada de un presente demasiado entretenido con la confrontación política y las discusiones circulares. Pero el cineasta no necesita andar gritando sus opiniones ni tampoco juzgar a su criatura, su pretensión es la de rebajar a ras de suelo el poder que implica empuñar una cámara. En Los Bilbao, Speroni se limita a acompañar, a registrar de manera no intrusiva el proceso de reconstrucción interno y externo de Iván mientras intenta dejar atrás el pasado, ese fantasma nunca del todo dispuesto a irse. Ezequiel Boetti
FAUNA | Pau Faus | España | 2023 | 74 min | Sección Oficial Latitud.
Fauna, la nueva película de Pau Faus (Alcaldessa), propone al espectador un estimulante viaje desde la comodidad de las evidencias hasta la intranquilidad que provoca la incertidumbre, desde la simplicidad de los axiomas hasta la “verdad” de la “contradicción”, celebrada en una cita de Georges Bataille que abre el film. La evidencia inicial con la que juega la película tiene que ver con la distancia abismal entre el mundo natural y el tecnológico. En un extremo de esta premisa dicotómica, Fauna presenta una ruralidad de tintes bucólicos, un escenario idealizado donde un pastor pasea con su rebaño de ovejas entre bosques y prados. Del otro lado, el film se adentra en las asépticas estancias de un laboratorio científico donde se realizan pruebas con animales para el diseño de una vacuna contra la Covid. La enorme distancia entre estos dos escenarios aparece subrayada por una dialéctica formal: el pastor es filmado mediante una combinación de planos fijos y cámara en mano, mientras que en el retrato del laboratorio científico –que parece surgido de una obra de ciencia ficción cronenbergiana– impera el rigor simétrico, una frialdad clínica.
Con este arranque elemental, Fauna propone uno de sus temas de fondo: la relación desigual entre el ser humano y el mundo animal. Un combate disparejo, marcado por la arrogancia humana, que Faus muestra con locuacidad, pero también con un cierto pudor, en cuanto que la película renuncia a mostrar la cara más sórdida del trato que reciben los animales (cobayas, cerdos, cabras…) en el laboratorio. No estamos ante una reescritura de La sangre de las bestias de Georges Franju, aunque la brutalidad del célebre documental sobre mataderos palpita en los fueras de campo que Faus maneja con destreza. Fauna merodea por el tabú de la investigación científica con animales, aunque ese no es el único límite que explora una película que se sitúa a medio camino entre la observación y la escenificación. En realidad, la mayoría de las secuencias responden a una planificación marcada, en línea con la idea de “documental de creación” que puso en boga En construcción de José Luis Guerín.
Entre imágenes de corte metafórico (unas malas hierbas se abren paso en los aledaños del laboratorio) y otras más literales (un plano general muestra a las cabras transitando al lado de una autopista), Fauna se hace fuerte en su negativa a anquilosarse en una posición maniquea. Así, poco a poco, revelando un minucioso trabajo de construcción narrativa, la película va revelando la importancia que tiene la tecnología en la vida del pastor, que ordeña a sus cabras con maquinaria industrial y que requiere de pruebas de rayos X para el diagnóstico de una enfermedad. Mientras, del otro lado, la investigación con animales se enmarca con toda claridad en la urgente lucha científica contra la COVID (cabe apuntar que el film se realizó a lo largo de los meses más críticos de la pandemia). En definitiva, guiado por una disposición meditativa, Faus se desmarca del film de tesis, así como de todo impulso panfletario, en su estudio de la relación entre lo artificial y lo orgánico, lo maquinal y lo natural, dialécticas esenciales para comprender nuestra realidad contemporánea. Manu Yáñez
KATKA | Helena Trestíková | República Checa | 2010 | 90 min | Sesiones Especiales.
En su película René, la documentalista checa Helena Trestíková acompañaba durante más de 14 años a un chico rebelde y delincuente, que entraba y salía de prisión sin lograr escapar de ese círculo vicioso. Katka es un trabajo semejante, esta vez con una chica adicta, cuya historia Trestíková sigue desde 1996 hasta 2009. Hablamos de un film de extremo dramatismo, dado que su protagonista tampoco puede quebrar el estado de dependencia de su adicción. Las primeras tomas la encuentran en un centro de rehabilitación y año a año la vemos contar su historia familiar, cambiar de parejas –Katya se une a hombres adictos y violentos–, y seguir frustrados intentos de desintoxicación. La joven tiene una hija que ha deseado desde siempre, pero no puede hacerse cargo de su maternidad. Es terrible el deterioro físico evidente que experimenta Katya a lo largo de los años, y en 2009, cuando tiene 31 años, parece una mujer de 50. Estamos ante otro excelente trabajo documental de Trestíková, bien filmado y montado, que logra que empaticemos con un personaje que se sitúa en los límites de la ortodoxia social y moral. Josefina Sartora