En la notable 120 battements par minute, el joven actor argentino Nahuel Pérez Biscayart encarna a Sean Dalmazo, un militante de 26 años de Act Up París (AIDS Coallition To Unleash Power), organización que desde su fundación en 1989 y durante varios años luchó –muchas veces como grupo de choque con medidas de acción directa– por los derechos de los portadores y los enfermos contagiados con el virus del SIDA. Su nuevo trabajo en el cine francés está lleno de matices (energía, vulnerabilidad, audacia y un progresivo deterioro físico que lleva con dignidad, sin estridencias, golpes bajos ni desbordes lacrimógenos), pero es además quien carga con el peso emocional de la película dentro de una estructura coral en la que también se lucen Arnaud Valois, Adèle Haenel, Antoine Reinartz y Aloïse Sauvage.

Campillo –director de reconocidos films como Les Revenants y Eastern Boys, además de coguionista de El empleo del tiempo y La clase, de Laurent Cantet– integró de joven Act Up París y de hecho vivió varias de las extremas situaciones que se presentan en esta película que coescribió con Philippe Mangeot, presidente entre 1997 y 1999 de la entidad. Tras pelear durante muchos años para concretar este proyecto –que podría definirse como una mixtura estilística entre la apuntada La clase y La vida de Adéle, con largos debates internos en asambleas y contundentes escenas de sexo, demostraciones callejeras y bailes con música house en discotecas–, Campillo pudo saldar esa deuda pendiente con una narración que logra trasmitir un espíritu de época y un retrato generacional (al menos de un sector como el de los activistas gays con HIV) gracias a una potencia, una convicción, una credibilidad y una crudeza propias del mejor cine francés contemporáneo.