Uno de los aspectos más complicados a la hora de bautizar una obra es hallar un título que, más allá de resumir, transmita su esencia sin revelar demasiado. La película Al oriente, del ecuatoriano José María Avilés –presentada en la sección Zonazine del pasado Festival de Málaga–, indica, con su escueto título, la dirección hacia la que se dirige tanto su protagonista como toda la película. Un movimiento hacia una reconfiguración de las formas míticas de representación del Oeste, empezando por el género del Western. Influenciado por las incursiones de la realizadora estadounidense Kelly Reichardt en el género –en Meek’s Cutoff y First Cow–, Avilés construye su film con pulso firme, sin grandes sobresaltos, siendo capaz de mantener cierta tensión dentro de una calma aparente. Este juego de opuestos, entre lo afilado y lo lánguido, entre el mito y su deconstrucción, se manifiesta en la propia estructura de la película, que aparece escindida en dos partes que encuentran su nexo en Atahualpa, un personaje que conserva sus anhelos y su condición social en su tránsito entre diferentes épocas.

Este mecanismo narrativo y conceptual, que sitúa al mismo personaje, interpretado por el mismo actor (Alejandro Espinosa), en dos momentos históricos separados por un siglo, dota al film de un aura fantástica, alegórica. El Atahualpa de la actualidad, que trabaja en la construcción de una carretera, bien podría ser descendiente del Atahualpa que acompaña a un buscador de tesoros cien años antes. Mediante un amplio abanico de recursos –desde el vestuario a los diálogos, del atrezo al juego con fotografías datadas en otros tiempos– Avilés logra crear una ambigüedad temporal y un extrañamiento de tintes oníricos que propicia el reflejo de una situación en la otra, poniendo en evidencia la perpetuación de un sistema social afianzado en la desigualdad y el sometimiento.