Existe en Belle, la nueva maravilla del japonés Mamoru Hosoda, un equilibrio sobrecogedor entre lo nuevo y lo viejo, entre la animación 3D y el dibujo más tradicional, entre el mundo virtual y el real, entre las nuevas narrativas y los clásicos. El director de Los niños lobo perfila en su nuevo largometraje un trabajo mucho más frenético y arriesgado que Mirai, mi hermana pequeña. La película no tiene tiempo para reposar sobre la contemplación de lo real; lo fantástico estalla desde la primera escena. ‘U’ es una plataforma que permite a sus usuarios empezar de cero una nueva vida virtual. La visión y los sistemas cognitivo y sensorial del “jugador” se introducen plenamente en ese nuevo mundo de un modo similar al concebido por Steven Spielberg en Ready Player One, a partir de la novela de Ernest Cline. Pero Hosoda emplea un imaginario aún más barroco si cabe. El espectador queda sobrecogido por un diseño preciosista y rebosante de ideas –en Ready…, Spielberg se limitaba a amontonar capas de iconografía pop–, y por un manejo del espacio escénico-virtual que consigue dar orden y sentido a un torrente de imágenes que desfilan al ritmo de la colorida banda sonora (a la vez melódica y lírica) de Taisei Iwasaki.

La adolescente Suzu, protagonista de Belle, queda fascinada por el universo online de ‘U’, gracias al cual consigue dejar atrás una depresión provocada por una pérdida traumática ocurrida en su infancia. Si, en el mundo real, Suzu no es capaz de hacer lo que más le gusta, cantar, en ‘U’ se convierte de la noche a la mañana en una suerte de Hatsune Miku (la gran idol virtual japonesa) llamada Belle. En uno de sus eventos multitudinarios, Belle es interrumpida por el personaje que pondrá patas arriba su vida: la Bestia, el avatar más temido de la plataforma. A partir de entonces, la película se convierte en una reinterpretación del clásico cuento de hadas francés La Bella y la Bestia, de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, y toma como hilo argumental-conceptual la idea de quitarle la máscara al otro. El pueblo quiere saber quién es la Bestia, pero también quiere saberlo su amada, que no podrá liberar al monstruo de la maldición hasta que la alimaña no la ame de verdad.

En Belle, Hosoda lleva más allá su interés por los relatos clásicos, que ya se materializó en El niño y la bestia, combinando aquí el poso humanista del original con una radiografía del universo de las redes sociales mucho más trabajada que la de Summer Wars. La Bella y la Bestia funciona aquí como elemento de unión entre ‘U’ y la vida real, pero también como piedra angular de una llamada de atención sobre el problema de salud mental que afecta a muchos jóvenes hoy en día, un alegato nada afectado, aunque sí doloroso. Pese a la apariencia de comedia de instituto, el cineasta japonés mantiene en todo momento un control férreo del subtexto de su musical catártico. Belle es una película sobre el duelo por la pérdida de la infancia y el paso a la vida adulta, y sobre la dificultad de las nuevas generaciones para comunicar sus emociones y confiar en el otro cuando todo es líquido –un día eres el usuario más prestigioso de ‘U’, la chica más popular del instituto; al día siguiente todos te odian–. Hosoda presenta un trabajo de una valiosa madurez. Nos pregunta si de verdad estamos más seguros bajo la máscara, y plantea la duda –no solo a la sociedad nipona, cada vez más encerrada en sí misma– de si, quizá, la manera más apropiada de desenmascarar a la bestia no sea desvelando su identidad, sino atendiendo a sus emociones. Y eso lo podemos hacer tanto en la vida real como en la virtual, pues los sentimientos no entienden de medios y canales.