¿Y si esta película de apariencia discreta, que ha tardado cuatro años en llegar a la cartelera española, fuese en realidad la pieza que completa el gran proyecto realista de Richard Linklater? El director de Boyhood ha dedicado gran parte de su trayectoria a establecer puentes de contacto entre su universo imaginario y su realidad más próxima: ha dirigido películas sin trama que retrataban su querida Austin (Slacker), films de animación dibujados sobre imágenes reales (Waking Life y A Scanner Darkly), obras autobiográficas vestidas de cine para adolescentes (Dazed and Confused) y una historia de amor perfilada a lo largo de tres décadas (la trilogía de Jesse y Céline). Un historial de experimentos realistas en el que Bernie establece una nueva cima de libertad, espíritu lúdico y ambición reflexiva. Combinando testimonios reales, falso documental y ficción pura –en un montaje tan dinámico como sosegado–, Linklater dibuja círculos concéntricos en torno a la fascinante y turbia historia real de Bernie Tiede, un embalsamador al que sus conciudadanos de Carthage (“el mejor pueblito de América”) describen esencialmente como un hombre bueno: carismático, servicial, hecho a sí mismo y, también, sediento de aceptación. Un atisbo de oscuridad que tomó un cauce inesperado cuando Tiede asesinó a sangre fría a su esposa Marjorie Nugent (Shirley Maclaine en la ficción).

Tras un arranque tan lúgubre como festivo, Bernie esconde una película inclasificable. Por una parte, tenemos el delicioso retrato que realiza Linklater de esa “small town America” (Norteamérica pueblerina) en la que las apariencias parecen trascender la realidad. El reino de la fraternidad y el buen cristianismo es descrito con una mezcla perfecta de acidez y ternura: tan punzante como para hacernos recordar los falsos documentales de Christopher Guest (¡aunque aquí muchos testimonios son reales!), pero lo suficientemente cándida como para no olvidar que estamos ante una obra de Linklater. El eterno instinto de comprensión que caracteriza la obra del autor de The Newton Boys no decae en esta humorístico estudio de una comunidad incapaz de abandonar a su más ilustre siervo, aún cuando este demuestra poseer una funesta inclinación homicida.

Un habitante de Carthage realiza un singular análisis socio-político del Estado de Texas.

Un habitante de Carthage realiza un singular análisis socio-político del Estado de Texas.

Escrita por Linklater y Skip Hollandsworth –autor del artículo del Texas Monthly que descubrió al director la historia de Tiede–, Bernie saborea las mieles de la comedia costumbrista gracias a un sinfín de pintorescos detalles de la vida sureña: una sinfonía de acentos incomprensibles, un escaparate de curiosas tradiciones y un florido repertorio de ademanes desairados que, si no fuese por el afecto que expresa Linlater hacia sus personajes, apuntarían hacia la caricatura. Detalles que puntúan, sin llegar a ensombrecer, el giro siniestro de la película: su viaje hacia las catacumbas del espíritu humano. Y aquí es donde la pulsión literaria del film –plenamente visible en su estructura por capítulos– adquiere un peso notable. En una escena particularmente reveladora, una de las (muchas) mujeres mayores que aparecen en la película elogiando a Tiede apunta llanamente que “todos somos capaces de caer en esa oscuridad si nos enfadamos lo suficiente”. Una frase que podría explicar los viacrucis existenciales de más de un personaje de Dostoyevski. Bernie se acerca de frente a ese momento de enajenación criminal que obsesionaba al literato ruso y lo materializa a través de la extraordinaria interpretación de Jack Black, que vuelve a formar tándem con Linklater después del home run de Escuela de Rock. Liberado de todo rastro de macarrería, Black recorre con extrema precisión todo el arco emocional de Tiede, desde su (casi) perenne jovialidad hasta su momentáneo viaje a los infiernos, cuando, en pocos segundos, el actor compone un himno a la locura transitoria: ojos entreabiertos, mirada narcotizada, calmado estalllido criminal, y, finalmente, dramática toma de conciencia. Matices actorales que remiten al sutil y elocuente trabajo de Charles Chaplin en otra comedia muy negra y muy ambigua que exploraba la cara más oscura del hombre social: la magistral Monsieur Verdoux.

Hasta cierto punto, Bernie es una de las películas menos estilizadas de su director. Los habituales planos secuencia coreografiados del Planeta Linklater brillan por su ausencia y el despliegue formal responde de manera funcional al dispositivo docuficcional: las entrevistas y los bustos parlantes marcan la pauta estética. Las únicas salidas de tono llegan en los momentos más dramáticos, cuando la cámara se acerca al rostro de Bernie para capturar su desconsuelo. Puntales trágicos que, contrapunteados por la alegre bonhomía de la mayoría de personajes, articulan la lúcida meditación del film sobre los límites de la ley moral y el orden social, pilares de nuestro sentido de la justicia.