En un sugerente pasaje del ensayo fílmico Cábala caníbal, el director vallisoletano Daniel V. Villamediana comenta a través de una poética voz en off su intención de rastrear “un origen antes del origen”. Se trata de la búsqueda de una imagen fundacional, constitutiva, que pueda permitir al cineasta exorcizar un recuerdo del pasado familiar: la relación de su abuela y su tatarabuelo con una caja, tan misteriosa como la de Mulholland Drive, que contenía textos sagrados judíos procedentes de la Torá y posiblemente relacionados con estudios cabalísticos. En definitiva, una viaje en el tiempo en el que, por otra parte, no faltan los anacronismos y las incongruencias. En otro momento feliz, Villamediana evoca la locura de Friedrich Hölderlin, que fechó uno de sus poemas años antes de su nacimiento. Un gesto de convulsión histórica que tiene mucho que ver con las trasgresiones que plantea Villamediana: sus imágenes rastrean el pasado para explicar el presente, formando espirales que apuntan hacia el interior de la mente y el espíritu del cineasta.

Espirales interiores, la materia prima con la que Alfred Hitchcock y Chris Marker construyeron Vértigo y La Jetée. En esta última, al protagonista se le aparecían imágenes oníricas que no era capaz de controlar, una especie de boicot imaginario que también pone en escena Cábala caníbal. El protagonista (Villamediana, que aparece pocas veces en plano) no consigue dominar el reflujo de imágenes que asaltan la pantalla partida del film. Es parte del juego que nos propone el director de El brau blau: situarnos en un punto intermedio entre la visita guiada (por la voluntad y la curiosidad del cineasta) y el viaje incierto, siempre el más caótico y placentero. Cabe elogiar la capacidad de Villamediana para dotar a su arduo trabajo de organización de las imágenes de una cualidad orgánica, fluida, a ratos rabiosa y a ratos meditativa.

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Las imágenes de Cábala caníbal se “combinan” (este es el verbo clave) de forma audaz, imprevisible, a la manera del Godard ensayista, aunque no hay en ellas una voluntad de hermetismo. El laberinto que se va formando a medida que avanza la película –un laberinto de imágenes que va encerrando al propio cineasta– puede hacer pensar en la obra de Alain Resnais, pero los referentes principales los cita el propio Villamediana: “El libro de los pasajes” de Walter Benjamín y, sobre todo, la Torá y la cábala como “laberintos portátiles” de posibilidades infinitas. Un magma de posibilidades que toma forma gracias al uso de la ya mencionada pantalla partida, en la que confluyen parejas de imágenes que ahora dialogan, ahora combaten entre sí por llamar nuestra atención, luego cruzan pasado y presente, y finalmente imbrican la memoria personal del cineasta (imágenes filmadas) con otras memorias ajenas (imágenes encontradas).

La posibilidad de contar la propia historia a partir de las imágenes de otros es una idea fascinante. Carolina Astudillo también ha experimentado con ello en su magnífico ensayo El gran vuelo. Esta idea permite engarzar la crónica verídica con una especie de incontinencia fabulística, que ya estaba presente en La vida sublime, del propio Villamediana. Aunque, de todas las películas que he visto, la que más se parece a Cábala caníbal es Triste trópico, una chaladura deslumbrante dirigida por el brasileño Arthur Omar en 1974. Descubrí esta película en un programa titulado “Tupi or Not Tupi: caníbales contra vampiros” que organizó en 2011 el Festival Punto de Vista. En ella, Omar inventa a un personaje de leyenda –un doctor de origen burgués fascinado por el chamanismo indígena– y ficcionaliza su convulsa y surrealista historia a partir de todo tipo de materiales encontrados: un canibalismo de las imágenes. En Cábala caníbal, Villamediana menciona a las caníbales del Brasil. Se cierra el círculo.

En su nuevo film, la inventiva de Villamediana se desata con libertad. De repente, aparecen en escena Orson Welles (genio del engaño), José Val del Omar (maestro de la mística) y Eduardo Chillida (adalid de la forma). En otro momento, Villamediana reedita el juego de idas y venidas entre las dos mitades de la pantalla que ensayó Michel Gondry en su hipnótico videoclip de la canción Sugar Water de Cibo Matto. Y, en la recta final del film, las imágenes se llenan de reflejos y espejismos que sitúan al propio Villamediana en el corazón del laberinto: el cineasta vampirizado por su película, como en Arrebato o en la menos distinguida, pero no menos alucinada Synecdoche, New York de Charlie Kaufman. De hecho, la voz en off apunta en más de una ocasión su intención de “llegar a la totalidad a partir del fragmento”, una suerte de sinécdoque. Se cierra el círculo.

Programa de actividades del 3XDOC de DOCMA, donde se podrá ver CÁBALA CANÍBAL.