La guerra del Chaco tuvo como contendientes a Paraguay y Bolivia, y es considerado el conflicto armado más importante de la región durante el siglo XX. Más de 370.000 soldados combatieron entre 1932 y 1935 por el control del Chaco Boreal, aunque fueron peleas no tanto entre ellos sino contra las hostilidades de un entorno seco y abrasador, un caldo de cultivo de enfermedades e infecciones que dejaron huella en los sobrevivientes. Entre ellos, estuvo el abuelo del director Diego Mondaca, quien en varias entrevistas afirmó recordar el silencio absoluto que devolvía aquel hombre cuando le preguntaba por sus experiencias en el campo de batalla.

Coproducción entre la Argentina y Bolivia, Chaco funciona como una suerte de reconstrucción de Mondaca sobre qué ocurrió durante ese tiempo que su abuelo prefería no recordar. Todo arranca con la llegada del comandante alemán Hans Kundt (Fabián Arenillas) para dirigir a un grupo de soldados indígenas bolivianos, aymaras y quichuas en medio de un desierto donde el agua y la comida escasean. El enemigo es una entidad fuera de campo al que buscan sin jamás encontrar. No obstante, Kundt no está dispuesto a retroceder y continúa al mando de un recorrido cuyo principal obstáculo es la naturaleza.

Película menos “de” guerra que sobre sus efectos en hombres que no estaban preparados para enfrentarla en su real dimensión, en Chaco no se dispara ni una bala ni se representa una lucha sangrienta. Lo que hay es, como en Zama, de Lucrecia Martel, una espera constante como disparador de tensiones internas (las peleas entre los soldados están a la orden del día) y de un progresivo deterioro psicológico, todo en medio de un calor que Mondaca logra transmitir mediante una cámara siempre cercana a los cuerpos transpirados y sedientos cuyos destinos son víctimas de una locura colectiva.

Comentario de Violeta Kovacsics:

En Chaco, de Diego Mondaca explora el modo en que un regimiento boliviano a las órdenes de un comandante alemán sobrevive como puede en plena guerra entre Bolivia y Paraguay. La película ahonda sobre lo fútil de la guerra –como dictan los cánones del género bélico–, y lo hace en un paisaje árido y silvestre que se expresa aquí de forma sobria, en el formato cuadrado de la pantalla. Hay una distancia entre lo que se plantea –la fisicidad de la tierra, del esfuerzo– y lo que emana de sus imágenes, apoyadas en el diálogo. En cualquier caso, Chaco alcanza una cierta soltura expresiva en ciertos pasajes, especialmente cuando la cámara en mano se posa en el rostro de uno de los soldados, mientras alrededor suena una tonada militar desafinada. De repente, de la planicie surge una escena que bien podría ser una ensoñación, y la película, tan pegada a la tierra, revela algo diferente: el delirio. Es en estos momentos que Chaco se acerca más al referente que parece sobrevolar sus imágenes: el imaginario de Werner Herzog, un cineasta capaz de convertir el paisaje más concreto y terrenal en algo terrible y fascinante.

Chaco se proyecta los días 13 y 14 de febrero en La Casa Encendida