Página web del D’A Film Festival Barcelona (26 abril – 6 mayo).

TRINTA LUMES. Diana Toucedo. 80 minutos. España (2017). Con Alba Arias, Samuel Vilariño. Sección Talents.

Poco antes de la proyección de Trinta lumes en el pasado Festival de Cine Internacional de Ourense, Diana Toucedo, su directora, presentó el documental aclarando que las lumes del título no se referían a los incendios que, en los últimos tiempos, han destruido Galicia, sino a esa otra acepción popular que asegura que lume es una familia en activo, una lumbre. En este caso en concreto, son treinta debido al número de niños que quedan en Caurel, la zona donde transcurre la película, con lo que las luces del título se alejan de la actualidad, pero no así de una realidad tan propia de Galicia como del resto de España: la desaparición de la aldea rural y de sus habitantes. No sólo eso: con ese desvanecimiento, también se va una cierta concepción de la naturaleza y, sobre todo, una mirada. Por ello, Toucedo toma una decisión importante: Trinta lumes no sólo observa el lugar, sino que intenta reflejar una naturaleza que nos devuelve la mirada.

A través de una cámara extremadamente cercana a los rostros de sus habitantes, pero también sorprendentemente sugestiva respecto a los paisajes y sus detalles, Toucedo hace hincapié en un entorno cercano a lo sobrenatural que, sin embargo, nunca se aleja de lo real. La voz en off de Alba, una niña de trece años, guía desde el comienzo un relato que se fija en la escuela rural, en las familias y sus trabajos o en una aldea donde los caminos son más transitados por vacas y ovejas que por personas; pero lo hace siempre insistiendo en la idea de la desaparición y de la muerte como claves para entender el espíritu del lugar. Ya desde las primeras palabras de la cinta se nos habla de cómo los difuntos se sitúan a nuestro alrededor, sin por ello dar miedo. Esos intercambios entre aldeas llenas de muertos conviviendo con los vivos, fuera del tiempo, irán calando en una cinta en la que las leyendas acerca del día de todos los santos, las casas abandonadas, las cuevas de mouras y las huellas que no desaparecen centrarán todo el relato. Endika Rey

AINHOA, YO NO SOY ESA. Carolina Astudillo. 98 minutos. España (2018). Sección Un impulso colectivo.

Las expectativas son altas después del anterior, primer y prometedor largometraje de Carolina Astudillo, El gran vuelo. La directora chilena establecida en Barcelona lo sabe, y a pesar de estar a punto de lanzarse al vacío, ha tejido una red de seguridad que aún el público no puede ver: las palabras de Frida Kahlo, Susan Sontag, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik o Anne Sexton se entrelazan como brazos capaces de amortiguar cualquier impacto. No solo el de ella, también el de Ainhoa y otras mujeres que aún están por caer. Pero, ¿quién es Ainhoa? O, ¿quién niega ser Ainhoa? No seré yo quien conteste a la pregunta que lanzan los ojos desafiantes de una joven fotografiada en los años 80. De eso se encarga Astudillo, quien hace uso de la voz en off para ejercer de narradora. Y esta es la primera sorpresa. La directora inicia una conversación unidireccional y audiovisual con todo aquello que habla de su protagonista: grabaciones, diarios, fotografías y testimonios de quien la conoció. ¿Y cómo se cruza con ella? El hermano de Ainhoa, amigo de Carolina, es quien pone todo el material en manos de la documentalista.

Al comienzo de la película Astudillo propone un paralelismo entre Ainhoa y ella, para más tarde abrir el encuadre y dar cabida a otras experiencias de artistas universales. Así, partiendo de los escritos íntimos de Ainhoa, Carolina anuda historias de mujeres que no se conocieron, pero que atravesaron situaciones similares relacionadas con la menstruación, el aborto, la insatisfacción sexual, la maternidad, la depresión o la idea del suicidio. El hecho de que estos temas estén intrínsecamente relacionados con la feminidad los ha convertido en tabú a lo largo de los siglos. De ahí que la directora no solo busque dar visibilidad a la experiencia de Ainhoa, sino transmitir que no es un caso aislado. Y esto resuelve otra de las dudas que surgen cuando escuchamos la voz de Carolina al frente: ¿por qué un documental performativo, con la exposición personal que conlleva? Ya en su anterior documental ella misma reconoció que al trabajar en la historia de Clara Pueyo generó un vínculo emocional con su protagonista. Pudo haberse dirigido a Clara, intercambiar sus reflexiones como lo hace con Ainhoa. Pero en este caso la necesidad es distinta: la red gana resistencia si ella se desnuda y forma parte de ese tejido humano que propone. Es dejarse caer, como ejemplo de confianza. El porqué exacto, el punto en el que tomó la decisión de reflejarse en Ainhoa, lo revela en el largometraje. Laura Carneros

VER A UNA MUJER. Mònica Rovira. 63 minutos. España (2017). Con Sarai García, Mónica Rovira. Sección Un impulso colectivo.

“Por un momento el calor y el ruido invaden el recinto, alzo la vista y veo a una mujer frente a mí, lleva un abrigo blanco, su cara es morena bajo un cabello oscuro y peinado hacia atrás con masculina severidad; me sorprende la fuerza bella y luminosa que irradia su mirada y nos encontramos, un segundo, y yo siento el impulso irresistible de acercármele y, más amargo y doloroso aún, el impulso de seguir a la impresionante desconocida, que nace en mí como un anhelo y un mandato”. Estas palabras, sugerentes y líricas, escritas por Annemarie Schwarzenbach, retratan un encuentro entre dos miradas como si se tratase de un apasionado plano contraplano cinematográfico, pues el texto parece evocar constantemente el mundo de las imágenes.

Las líneas corresponden a un texto breve, titulado Ver a una mujer (publicado en castellano por Minúscula). Este mismo título es el que lleva la película de Mònica Rovira en la que la cineasta se expone, como si recolectase las piezas de un diario íntimo, o como si despertase los recuerdos dormidos para exorcizar así una relación amorosa que se ha quebrado. Ver a una mujer, la película, intenta buscar el lirismo a partir de una cámara que muda de piel: inestable en primera instancia, y más asentada después. Lo curioso, quizá, es que el desgarro que produce el desamor no se filtra necesariamente en las imágenes, sino que se presenta con mayor fuerza a partir de los límites del lenguaje. En uno de los instantes centrales de la película, en que las dos protagonistas están sentadas en una mesa, Rovira habla precisamente de las dificultades de comunicar. En el fondo esta es una película sobre la imposibilidad de hablar el desamor y así reparar las heridas. Las protagonistas plantean metáforas –la maleta como vestigio, también vital– y se cuestionan si todavía tienen algo que decirse… Es en este intento de poner en palabras, frustrante a veces, que se produce finalmente el desgarro, entre lo que es y lo que se logra decir. Violeta Kovacsics

YO LA BUSCO. Sara Guitiérrez Galve. 85 minutos. España (2018). Con Katia Armesto, Guillem Barbosa, Dani Casellas. Sección Un impulso colectivo.

A primera vista, resulta inevitable trazar una relación entre Las amigas de Ágata, Júlia Ist y Yo la busco, ya que las tres comparten orígenes y características que las hacen susceptibles de agruparlas en un movimiento aún sin definir. Películas que comienzan siendo un proyecto fin de carrera, que salen de la Universidad Pompeu Fabra y terminan recorriendo diversos festivales de cine. Podríamos añadir que están dirigidas por mujeres, y que están protagonizadas por jóvenes que representan una generación (denominada, para bien o para mal, millennial). Pero sería injusto negar que, a pesar de las relaciones que pueden extraerse, cada cual goza de una personalidad diferenciada. Al inicio de Yo la busco una melodía arabesca nos sitúa de golpe en una Barcelona multicultural que se abre al espectador en toda su esencia. Resulta pertinente resaltar que, cuando aún no se ha cumplido un año de los atentados terroristas en Cataluña, la película muestra (de manera casual o no) una imagen de convivencia que no pasa desapercibida. Esto se aprecia de manera sutil, hasta que tiene lugar una escena en que el protagonista entabla una conversación amistosa con el propietario de un establecimiento de comida árabe, y este le ofrece un kebab para ahogar sus penas.

En mitad de este deambular nocturno por las calles barcelonesas que Max inicia cuando decide salir a buscar un Corneto, el encuentro con un taxista que aprende chino por cuestiones sentimentales aporta otro punto de diversidad. Sin embargo, esta no es solo una historia de tolerancia hacia la comunidad extranjera, sino también respecto a las relaciones personales con los demás y con uno mismo. Con todo el riesgo que ello conlleva. No resulta fácil meterse en berenjenales a la hora de mostrar relaciones amorosas complejas, que aporten otro ángulo diferente. Sin embargo, el guion, escrito por la directora junto a Núria Roura Benito, denota una madurez y valentía poco frecuentes a la hora de tratar un tema tan difícil como la evolución de la pareja, tanto a nivel interno como socialmente. De una manera aparentemente sencilla, con diálogos y situaciones que rozan el absurdo, la película es capaz de ponernos contra las cuerdas de nuestras propias emociones, de nuestros propios límites y prejuicios. Max, el protagonista, no reacciona de la forma en que esperamos. No monta en cólera, no se hace respetar, es un pringado que en realidad demuestra inteligencia con su forma de actuar. Este comportamiento convierte al personaje en un ser intrigante, que se enfrenta de manera peculiar a situaciones que podrían darse en la vida real, y ello, unido a un paseo improvisado que lo lanza a situaciones extrañas, pero también factibles, hacen que la película no deje de ser una rareza fuertemente apegada a lo cotidiano. Laura Carneros

ALIENS. Luis López Carrasco. 23 minutos. España (2017). Un impulso colectivo (cortometrajes).

No sería un disparate pensar que Tesa Arranz, la musa de La Movida Madrileña, podría ser uno de los personajes que bailaban, bebían y se drogaban en aquella noche de 1982 que Luis López Carrasco recreó en El Futuro. Esos jóvenes que ansiaban olvidar el Franquismo y el 23F a golpe de decibelios, alcohol y alucinógenos podrían haber conocido a Tesa en una de esas fiestas caseras, o, quizá, tras un concierto de su banda Zombies en algún tugurio de la capital. En este sentido, la primera del sinfín de confesiones que Tesa Arranz nos relatará en Aliens enlaza con el planteamiento conceptual de El Futuro: “Era 1978. Salíamos de otro día más de represión franquista y sólo queríamos fiesta”, dice Tesa contextualizando la noche en que Miguel Ordoñez y Bernardo Bonezzi la invitaron a formar parte de Zombies.

Aliens recoge las vivencias íntimas de una diva que no sólo fue testigo del origen y florecimiento del espíritu de La Movida, sino que –como figura pública– transmitió ese deseo de libertad a toda una generación. Pero, al igual que El futuro, Aliens no se limita a poner en escena la voluntad festiva de esos ‘maravillosos’ años. La elección de Tesa como protagonista de esta breve joya documental responde a su atrevimiento a la hora de hablar con franqueza de la otra cara de un capítulo tumultuoso de la Historia de nuestro país: la del caos, el malestar, la insatisfacción y, finalmente, la demencia. Almodóvar, Alaska o los hermanos Cano son algunos de los nombres que serán llevados al paredón durante los hilarantes monólogos de Tesa. Asimismo, dichas anécdotas morbosas de la farándula madrileña, narradas con pelos y señales, se alternan con lecturas de poemas u otros textos de Arranz; todo ello filmado por López Carrasco con una cámara de vídeo VHS. Aliens muestra a Tesa Arranz como una fuerza de la naturaleza, cuya aura mágica es, y seguirá siendo, indestructible. Carlota Moseguí

EVERYONE IN HAWAII HAS A SIXPACK ALREADY. Marvin Hesse. 57 minutos. Alemania, España (2018). Sección Sala Jove.

Asegura Marvin Hesse, autor del documental Everyone in Hawaii has a sixpax already, que la postura observacional que adopta sobre un grupo de adolescentes canarios se debe, fundamentalmente, a su escaso dominio del español. Sin embargo, no parece que el director alemán, que participa en la sección de Documentales del Festival de Málaga, desconozca las circunstancias que empujan a los jóvenes habitantes de la isla de La Gomera a dejar su tierra en cuanto cumplen 15 años. A Hesse apenas le basta introducir las imágenes de una camioneta electoral que avanza lentamente para resumir el futuro que les espera si deciden quedarse: “apuesta por el sector primario”, reza el hilo propagandístico. El vehículo recorre las carreteras terrizas durante los meses estivales, como si de una carroza del apocalipsis se tratara. Se acerca el final del verano en la isla, y, precisamente por ello, los jóvenes prefieren ignorar cualquier discurso a cerca del futuro que les impida vivir con intensidad el presente.

Resulta curioso, casi increíble, el nivel de intimidad que Hesse alcanza con los protagonistas. El realizador se integra en el grupo como si otro adolescente se escondiera detrás de la cámara: desde una distancia poco prudencial es capaz de convivir con ellos, colarse en sus habitaciones y registrar conversaciones muy personales que fluyen sin pudor. El punto álgido de la película, tanto a nivel discursivo como estético, tiene lugar la noche de San Juan, tornándose especialmente poética la escena en que una joven pareja se baña en el mar. La imagen desenfocada, los cuerpos que desaparecen bajo las olas y la música de carácter atemporal transforman el momento en un recuerdo automático, consumido por la fugacidad. Como si de una estación de paso se tratase, el documental captura aquellos rituales que se repiten para entrar en la adultez: los primeros cubatas, los castillos en el aire, el desengaño amoroso, los celos, la batalla (literal) contra el acné y los accidentes en monopatín, reconstruyen un verano reconocible que nos devuelve al tiempo de las tardes interminables. Laura Carneros