Adaptar a Éric Rohmer desde el teatro. Es lo que se propone Rita Azevedo Gomes en El trío en mi bémol, que toma su título de una pieza musical de Wolfgang Amadeus Mozart. Rodada en plena pandemia, la película ocurre en buena parte en una casa en el campo de estilo moderno, con austeros muros blancos y líneas rectas; habitaciones luminosas gracias a ventanales enormes de una sola hoja, que dan a mínimos jardines con recovecos asfaltados en piedra lisa. Por estas características y el omnipresente viento en el exterior, de inmediato intuimos la arquitectura de Álvaro Siza, quien cuenta con extensas edificaciones en el norte de Portugal. Los créditos confirmarán más tarde que se trata de Caminha.

En este espacio, una pareja que se ha separado hace un año se reúne con relativa frecuencia. Siguen siendo buenos amigos y ella lo visita a él, poniéndolo al día principalmente sobre sus avances amorosos con otros hombres y volviendo a temas que marcaron su vida juntos, como la continua presencia de música clásica en el domicilio; de ahí el título. Cada uno de esos encuentros está marcado por elipsis, habitualmente divididas por un segundo nivel de narración. El trío en mi bémol no es una adaptación de la obra de Rohmer, sino una dramatización de su puesta en escena. Ya desde el inicio se rompe la cuarta pared para comprobar que al otro lado tenemos un equipo de rodaje, capitaneado por el realizador español, hijo adoptivo de París, Ado Arrietta. Este alter ego de Gomes se desvela rápidamente como personaje de ficción, al aparecer ensayando él mismo junto a sus actores. De repente, personas del equipo, vestidas de forma mucho más desarreglada que los elegantes protagonistas, entran en plano portando mascarillas. Ese es el rodaje real, presente en la cinta como tercer elemento narrativo de no ficción.

Al optar por mostrarnos estos tres niveles, la directora de La portuguesa (2018) y Danzas macabras, esqueletos y otras fantasías (2019) decide diseccionar su propio proceso creativo y continúa trabajando sobre las relaciones entre literatura y cine. Si en estos filmes anteriores tomaba las cartas entre Jorge de Sena y Sophia de Mello, y la novela homónima de Robert Musil, respectivamente, aquí se juega con una obra de teatro. Continuamente se discute dónde se posiciona la cámara, pero también cómo debe declamarse cada frase. No existen florituras, Gomes utiliza planos fijos más bien abiertos para dar a sus intérpretes la facilidad de moverse por el cuadro. Son estos desplazamientos los que acaban por enmarcar a los protagonistas en una estilización de las formas teatrales. El trío en mi bémol se disfruta, no obstante, no solo por estos elementos metatextuales, sino como una bonita y delicada historia de amor entre dos personas de las que emana complicidad. Rita Durão y Pierre Léon están magníficos a la hora de trasladar las sutilezas de una relación tan larga e íntima.