A lo largo de su prolongada filmografía, esencial para entender el cine de nuestro tiempo, Hong Sang-soo se ha consolidado como un narrador líquido, y esto no hace referencia a la cantidad ingente de copas de soju y vino que los personajes beben en sus films. El adjetivo alude a la forma en la que sus historias fluyen y se amoldan a su férrea pauta formal. El director coreano trabaja a partir de largas conversaciones en plano fijo, en esta ocasión incluso nos priva de esos deliciosos e inocentes zooms marca de la casa. Se trata de películas rodadas con el equipo justo –él mismo ejerce de montador, director de fotografía e incluso músico– y en el menor tiempo posible. Suele recurrir al mismo grupo de actores y sus historias están protagonizadas por muy pocos personajes. Además, permite que sus obras se reinventen a sí mismas desde el propio interior de la narración.
Todos estos rasgos vuelven a aflorar de manera magistral en En lo alto, otro regalo para los espectadores dentro de su apasionante obra. Se trata de una historia sencilla, con una estructura circular y que se desarrolla en un único espacio, un edificio en el que se dan cita un director de cine (interpretado por Kwon Hae-hyo, actor fetiche de Hong), su hija y una arquitecta, antigua amiga del padre. La joven quiere dedicarse al diseño de interiores y busca el consejo de una profesional con experiencia. A partir de este punto de partida cerrado, el film se abre hacia coordenadas inesperadas gracias al azar –los encuentros fortuitos son también parte esencial del estilo del director– para plantear las posibles vidas (reformadas) que tendría el personaje masculino en los tres pisos que componen el escenario de la película.
El autor de En otro país (2012) basa la arquitectura del relato en cinco elipsis –atravesadas por una breve ensoñación– que sirven para puntuar las ‘oportunidades’ que el director concede al protagonista, un personaje convencido de su incapacidad para el compromiso. Al inicio del film, el director de cine lleva ya tiempo separado, pero siente la necesidad de compartir su vida con alguien. O al menos con eso se nos invita a fabular. Este estudio de la psicología del personaje aparece rodeado por otros temas recurrentes en la obra de Hong, como los vínculos familiares, los devaneos sentimentales, las consecuencias de las decisiones pasadas, las miserias del mundo del arte y los oficios del cine –aquí se trata de un director, pero el surcoreano ha hecho películas sobre intérpretes, productores y guionistas–.
La palabra vuelve a ser la absoluta protagonista del film y las largas conversaciones se desarrollan con ese aire de naturalismo nada impostado tan propio de Hong. De nuevo da la sensación de que los actores en algunos momentos improvisan, y seguramente lo hagan durante las largas tomas, pero esa escritura líquida del director hace que estas charlas se desarrollen justo por el camino que él ha definido. Cada nueva propuesta del director de La mujer es el futuro del hombre (2004) puede entenderse como “otra película de Hong Sang-soo”, y quizá sea verdad. Pero es que ahí donde reside uno de los grandes encantos de este autor tan formalista como humanista: en persistir sobre su estilo y componer obras que se van alimentando de las anteriores. Y la manera en la que ‘reforma’ este bello trabajo es una nueva muestra de ello.