Harley Queen, el documental dirigido por los chilenos Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda (presentado en el Festival de Málaga en 2020), cuenta la vida de Carolina Flores, una stripper que complementa su trabajo con el de cazafantasmas. Esta mujer chilena, que vive en uno de los barrios más pobres de Santiago, se enfrenta a la muerte con toda la entereza que la experiencia le ha dado, pues también ha sufrido la pérdida traumática de dos seres queridos. Esta mezcla bizarra de elementos hace que el documental no pueda escapar de lo sórdido. Incluso en su empeño por hacer visibles situaciones relacionadas con la marginalidad, sus directores registran escenas de ética cuestionable, como, por ejemplo, la paliza que recibe un hombre hasta perder el conocimiento o el estrangulamiento de un gato que ha sido envenenado. Quizá, en su intento por ofrecer un retrato amplio de una realidad cruda, el documental se dispersa atendiendo a estas anécdotas de contenido explícito que alimentan un cierto morbo.

Dicho lo anterior, si nos detenemos en su historia central, Harley Queen aborda temas tan interesantes como la lucha por el feminismo desde el ámbito de la pobreza, y desde una profesión socialmente estigmatizada que también es criticada desde ciertos sectores feministas. La reivindicación del cuerpo real, ajeno a los cánones de belleza impuestos por la sociedad de consumo, se manifiesta en la propia actitud de la protagonista, quien desde el principio no tiene reparos en explotar la voluptuosidad de su cuerpo como un sello diferenciador. A través de la seguridad de Carolina es posible reconocer a la mujer empoderada cuando posa, por ejemplo, en una sesión de fotos disfrazada con ropa sexy. La naturalidad con que sus directores registran el cuerpo de la protagonista hace que el espectador acabe apreciando la belleza y la autenticidad de sus coreografías. Así ocurre cuando, en una de las secuencias, Harley Queen participa en un certamen de strippers rodeada de cuerpos escultóricos que reproducen movimientos mecánicos.