It Follows se presenta, en varios sentidos, como una película a contracorriente. En primer lugar, por su renuncia a dejarse llevar por los artificios que marcan la pauta del cine de terror actual: la pirotecnia digital y los efectismos procedentes de un montaje entrecortado. En un alarde de nostalgia cinematográfica, la segunda película de David Robert Mitchell –director del film de culto The Myth of the American Sleepover–, explora con convicción y elegancia las posibilidades que ofrece el trabajo de puesta en escena a la hora de generar suspense y desasosiego. Así, evocando el clima de angustia y turbación característico del cine de John Carpenter –a quién se homenajea en una inquietante banda sonora interpretada a golpe de sintetizador–, It Follows despliega un perturbador universo de terrores adolescentes, inquietudes sexuales y malestares sociales.

El segundo motivo que hace de It Follows una película singular es su capacidad para esquivar una de las trabas en las que suelen tropezar muchas películas de terror: la conocida escena en la que se revela la identidad del villano de la función y su relación con los protagonistas. En lugar de resolver y concluir, It Follows prefiere interrogar: alimentar el misterio en lugar de aniquilarlo con referencias a traumas psicológicos o con banales tretas narrativas. A Robert Mitchell le interesa menos el porqué –la razón por la que una criatura sobrenatural persigue a la protagonista– que el cómo –de que manera se desata la paranoia persecutoria–. Y, sin embargo, paradójicamente, es esa negativa a concretar narrativamente el film lo que le otorga una dimensión abstracta que abre la narración a múltiples y jugosas interpretaciones.

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La premisa de It Follows parece sacada del manual básico del slasher moderno. La protagonista de la película (una Maika Monroe que cumple eficientemente con las funciones de scream queen) recibe una maldición venérea cuando se acuesta con su novio: a partir del coito, empieza a ser perseguida por una fuerza maléfica que solo se detendrá si la maldición es transferida a otra víctima mediante un nuevo encuentro sexual. El villano de la película adopta múltiples formas humanas –tiene mil caras pero no posee ninguna– y el bamboleo hormonal de la adolescencia se apodera de las imágenes. Sin embargo, la interpretación de dicha maldición nunca se cierra sobre una explicación unívoca. ¿Se trata de un comentario irónico sobre las constantes del cine slasher? ¿O es quizás una crítica a la hipocresía puritanista que impera en la sociedad yanqui? También podría tratarse de una meditación sobre una cierta pérdida de la inocencia o sobre el precio que hay que pagar por el acceso a una madurez desangelada.

It Follows transcurre en una escenario extraño: una Norteamérica suburbial cuya apacible (pero opaca) superficie oculta algo monstruoso. La obra de David Lynch parece un referente claro, aunque el escenario semi-urbano desértico también hace pensar en M. Night Shyamalan. Por su parte, las imágenes de un Detroit de casas abandonadas y de barrios en ruinas remite inevitablemente a la crisis industrial que ha golpeado a la ciudad en la última década. Robert Mitchell saca partido de este mundo enrarecido y se sitúa, con su voluntad de homenajear un cine de terror pre-digital, cerca de cineastas como Ti West o Rob Zombie. El talento del director queda al descubierto en una excelente escena en una piscina que traslada al espectador inevitable y felizmente al célebre ataque acuático que acontecía en La mujer pantera del maestro Jacques Tourneur.

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