Delicada y meditativa, Mañana a esta hora, la segunda película de Lina Rodríguez, se presenta como un interesante híbrido entre el proyecto narrativo y la obra conceptual, donde lo cinematográfico se manifiesta en un estudio del espacio doméstico como enclave trascendental de la experiencia humana. Del lado de lo narrativo, Mañana a esta hora cuenta la historia de un estrecho núcleo familiar –formado por una pareja de mediana edad y su hija adolescente– que verá sacudida su plácida existencia ante el advenimiento de la tragedia. Del lado de lo conceptual, la película se presenta como una obra dividida en dos partes, escindida por un fundido a negro que irrumpe en la armónica y uniforme puesta en escena del film como un verdadero terremoto formal. Así, en Mañana a esta hora, los sentidos emergen del transcurso de las escenas pero terminan de cuajar gracias a los reflejos (y disonancias) entre sus dos mitades, en un ejercicio que puede recordar a Sueño y silencio de Jaime Rosales –con la que comparte temática–, pero también a La leyenda del tiempo de Isaki Lacuesta, o más lejanamente a los proyectos dialécticos de Apichatpong Weerasethakul.

Aunque, si entramos en el juego de las referencias, el nombre que reclama mayor atención es el del japonés Yasujirō Ozu. En sintonía con la obra del director de Primavera tardía, Mañana a esta hora convierte el territorio de lo doméstico en un escenario privilegiado para la definición del sino emocional y existencial de los personajes, que encuentran en esa intimidad un espacio de libertad expresiva. Es en el hogar familiar donde se negocian los afectos y la frustraciones personales, donde se comparten los sueños y se tensan los malestares. Tránsitos emocionales que dibujan un amplio catálogo de la aventura humana gracias al uso sistemático de la elipsis: más que un “desarrollo” o una “evolución”, Rodríguez perfila una “colección” de estados anímicos, componiendo un retrato fidedigno del estatuto movedizo, voluble, de la psicología humana. Una aproximación a la conducta de los protagonistas que, en todo caso, nunca resulta esquemática o maniquea, sino que aparece cargada de matices, belleza y, sobre todo, misterio. Un misterio que procede, en gran medida, del vínculo con Ozu: a la manera del maestro japonés, Rodriguez filma la casa familiar desde unos puntos fijos que permiten identificar las estancias, pero no su organización. Llegamos a distinguir ciertos lugares gracias a la repetición de encuadres (la puerta del baño abierta, dejando ver el interior desde el pasillo), pero no somos capaces de dibujar mentalmente una estructura global. Un misterio espacial que se transfiere a una acción que, en momentos determinantes, se ve detenida por unos enigmáticos planos de motivos naturales –el imponente tronco de un árbol, una inmensa arboleda, unas nubes pasajeras– que podrían pasar perfectamente por pillow-shots de Ozu: planos “vacíos” que acentúan la fuerza poética e inasible del sentido último de las imágenes.

Pese a estos encuentros con la obra de Ozu, hay que reconocerle al trabajo de Rodriguez un vuelo propio, marcado en gran medida por el verismo de la situaciones, que se desarrollan ante la cámara con una naturalidad notable. La predilección de la directora colombiana (afincada en Canadá) por los planos generales y las panorámicas tomadas por una “cámara flotante” remite parcialmente al trabajo del taiwanés Hou Hsiao-hsien, aunque Rodríguez añade a la rigidez del trabajo formal del director de Millenium Mambo un halo de espontaneidad. Un tendencia hacia lo imprevisible que se manifiesta en un trabajo actoral de acento naturalista, que parecería entrecruzar la ligereza del cine de Matías Piñeiro –la hija y sus amigos aparecen viendo Viola de Piñeiro, que figura en los agradecimientos del film– con la tendencia a la estasis del cine de Lucrecia Martel, a la que resulta inevitable mencionar cuando en Mañana a esta hora hay varias escenas donde los personajes se cobijan, amontonados, en la protectora horizontalidad de los lechos familiares. Así, dotado de rigor y vida, el film de Rodríguez se acaba erigiendo en un asordinado drama familiar en el que la dicha cotidiana provocada por el cariño se abraza con la disolución de la tragedia en el curso natural de la existencia. La vida y nada más.

Proyección de “Mañana a esta hora” en Tabakalera