Sustituyendo la lucha de clases de la extraordinaria Snowpiercer por una batalla ideológica igual de grotesca pero menos implacable, Bong Joon-ho se estrena en el imperio Netflix con Okja, una monster movie que recupera de la memorable The Host el mensaje ecologista/animalista filtrándolo a través de la emotividad a flor de piel del cine de Steven Spielberg. Que nadie se asuste, no estamos ante un remake encubierto de Liberad a Willy, aunque cabe reconocer la sorpresa que provocan unos pasajes de descarada melosidad en la obra de un autor tan ácido como Bong. Un exceso de sentimentalismo que responde, en todo caso, a la lógica de un relato que utiliza como pilar narrativo el vínculo de amistad/fraternidad entre una niña huérfana criada en las montañas de Cores del Sur y un Super-Cerdo gigante parido en el laboratorio de una gran compañía agroquímica (un cruce imposible entre el Baloo de El libro de la selva, una criatura mágica del universo Ghibli y un teletubbie).

Por fortuna, el elemental gancho emocional de Okja no ha enturbiado el talento de Bong para filmar memorables escenas de acción, siempre al servicio del relato y siempre construidas sobre la frontera entre la sobreexposición (nadie filma la acción en plano general como Bong) y el fuera de campo (esencial para el manejo del suspense). En este caso, el punto álgido del film es una persecución que nos lleva desde la carretera de una gran urbe coreana hasta un centro comercial subterráneo. Una persecución protagonizada por la niña, el monstruo, unos desalmados subalternos de multinacional y un hilarante grupo terrorista-pacifista. Una secuencia en la que confluyen armónica y frenéticamente los grandes temas de fondo del film: el vínculo afectivo entre la niña y el monstruo (a lo Frankenstein), el despiadado proceder de la maquinaria empresarial, la preocupación ante el maltrato animal y, por último, la preeminencia de una cultura afincada en el narcisismo. En la imagen más poderosa y desternillante de la película, una joven que huye espantada de las embestidas de Okja (así se llama el Super-Cerdo) aprovecha la ocasión para sacarse un selfie mientras se acomoda una nariz de cerdo postiza. El relato, el subtexto y la acción orquestados por un director en plena forma.

El otro gran momento del film es el prólogo, en el que la mandataria de la gran corporación, Lucy Mirando (Tilda Swinton, igual de histriónica que en Snowpiercer), promociona ante la prensa su proyecto de cría de Super-Cerdos, con el que aspira a materializar una escabrosa utopía capitalista: lograr que el público/consumidor se encariñe con el animal que luego comprará y devorará, adecuadamente empaquetado. El furibundo ataque de Bong a los métodos y la mezquindad del universo corporativo se alimenta del espíritu socarrón de la serie B, a la manera del Están vivos de John Carpenter. Por desgracia, la incuestionable valentía de la dimensión política del film está bastante por encima de la inventiva y vivacidad de la narración. La sutileza nunca ha sido una de las cualidades primordiales del cine de Bong, pero aún así llama la atención la poca hondura de los villanos de la función: el personaje de Swinton, pese a protagonizar un giro llamativo, no trasciende el ámbito de la caricatura –la vemos acongojada, en su lujosa oficina, ensimismada ante la elegancia de su rúbrica–, mientras que el personaje de Jake Gyllenhaal (un científico mediático que, en un principio, parece destinado a reencarnar al Jeff Goldblum de Jurassic Park) termina asfixiado por su neurosis y por el amanerado payaseo del actor. Por su parte, los terroristas animalistas tampoco terminan de enriquecer el relato, limpiamente entregados a la buena causa y sólo ligeramente marcados por el fanatismo: el personaje de Paul Dano (el sibilino líder de la banda) palidece ante el recuerdo del héroe trágico que encarnó Chris Evans en Snowpiercer.

A Okja no le faltan puntos de interés: desde la atractiva fotografía de Darius Khondji (colaborador de David Fincher, Woody Allen o James Gray), que pone en contraste la luminosa frondosidad selvática con la sombas de una urbe post-industrial, hasta una banda sonora que combina baladas a lo Clint Eastwood, temas folclóricos a lo Emir Kusturika e incluso una pieza de tango que adorna el paisaje de Nueva York. Sin embargo, pese al notable envoltorio y la consistencia ideológica del film, Okja se antoja un film menor en la flamante trayectoria de uno de los grandes autores populares de nuestro tiempo. Arrastrado por la urgencia de su mensaje animalista, ecologista y pro-vegetariano, Bong abusa de la emoción para construir esta anticlimática llamada a la toma de conciencia.

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