El planteamiento inicial de este debut en el largometraje de la guionista y directora Chie Hayakawa es propio de un film distópico. El gobierno japonés implementa el programa que da título al film, según el cual los mayores de 75 años pueden optar por un suicidio asistido y, a cambio, reciben con anterioridad el equivalente a unos 9.000 dólares para disfrutar de unas vacaciones o alguna otra actividad placentera a modo de despedida de este mundo. No estamos hablando de una obligación sino de una elección (incluso pueden dar marcha atrás en pleno proceso), aunque como para mucha gente sola puede resultar una propuesta aceptable estamos hablando de una suerte de genocidio encubierto (con excelentes modales y en las mejores condiciones, eso sí) en un país en el que los mayores de 65 años constituyen ya el 30% de la población total. En efecto, el eficaz sistema de salud pública, la saludable alimentación, el alto estándar de vida y la tendencia a tener pocos hijos han generado un progresivo envejecimiento de la población nipona y esta película, sin apelar jamás al golpe bajo ni al sensacionalismo (más bien todo lo contrario, apostando por un tono austero, sobrio y riguroso), mete el dedo en la llaga en una problemática que está en el corazón del debate en la sociedad japonesa.

Dentro de una estructura bastante coral (se trata de una expansión de su corto homónimo de 2018), Hayakawa pone en el centro de la escena la historia de Michi (Chieko Baisho, extraordinaria), una mujer de 78 años que todavía trabaja como empleada de limpieza en un hotel. Cuando a ella y a sus compañeras de edades similares las invitan a jubilarse, ella decide que es mejor morir que humillarse. Ingresa entonces al Plan 75 y empieza a conectar cada vez con mayor intimidad con una joven empleada de ese programa que se encarga de supervisar su caso. Pese a que está prohibido encontrarse personalmente, terminan compartiendo un café y luego van juntas a la bolera. La cara de felicidad de Michi cuando logra un strike y choca sus manos con sus compañeras nos muestra que en ella aún quedan muchas ganas de vivir.

La segunda subtrama tiene que ver con la historia de Hiromu (Hayato Isamura), un joven trabajador de la seguridad social que no se acostumbra del todo a la fría burocracia y que entra definitivamente en crisis cuando descubre que su propio tío se ha sumado al Plan 75. La tercera es la menos lograda y solo se entiende desde el lugar de la coproducción: Maria (Stefanie Arianne), una empleada de origen filipino, tiene la ingrata tarea de organizar las pertenencias de quienes han fallecido dentro del programa en cuestión. La tentación cuando encuentra un valioso reloj o un fajo de billetes es irresistible.

Más allá de que no todas las historias tienen la misma profundidad, interés y hallazgos, Plan 75 es en líneas generales una muy buena película, con una sensibilidad, nobleza y gentileza que favorecen la observación crítica de las contradicciones, sutilezas y matices de una situación límite. Así, Hayakawa consigue inyectar algo de luz en medio de unas historias extremas y dolorosas (eutanasia incluida) como las que aquí se narran.