En las últimas décadas, la industria de Hollywood se ha sustentado cada vez más en cuatro conceptos: secuela, remake, reboot y spin-off. En más de un sentido, Star Wars: El despertar de la fuerza es todo eso junto. El séptimo episodio de la saga galáctica retoma ciertas líneas fijadas previamente, pero también es un reboot porque relanza o reinicia (ahora con nuevo director y franquicia en manos de Disney) aquello que alguna vez George Lucas pergeñó. También es un spin-off porque, con la incorporación de nuevos personajes protagonistas, que de alguna manera toman el relevo de la Vieja Guardia, va derivando hacia algo completamente nuevo. Y, finalmente, es en cierta forma una remake porque lo que J.J. Abrams hace básicamente es contar con una narración más moderna, más emotiva y con mayores recursos tecnológicos la misma historia de fuerzas enfrentadas, relaciones entre padres e hijos, traiciones y tensiones románticas.
Más allá de conceptos de marketing y cuestiones industriales, lo primero que hay que decir es que El despertar de la fuerza es uno de los mejores films de la saga y resulta muy superior en todos los rubros a la discreta segunda trilogía de Lucas. Es probable que los fans ya caigan rendidos a los pies de Abrams apenas suenen los clásicos acordes de John Williams y el rodante con las letras en diagonal hagan la primera actualización de la situación: Luke Skywalker está desaparecido, pero hay un mapa (el MacGuffin de la historia) que podría establecer su paradero. Y luego –en medio de bombardeos y misiones– se van presentando a los nuevos personajes: Rey (Daisy Ridley), una joven que se gana la vida juntando chatarra; el intrépido piloto Poe Dameron (Oscar Isaac); y Finn (John Boyega), un desertor de los Stormtroopers que se une a la resistencia; así como a los malvados (desde el Kylo Ren de Adam Driver hasta el Líder Supremo Snoke de Andy Serkis).
Si bien los nuevos intérpretes no desentonan, los adoradores de la saga esperarán reencontrarse con los ya míticos Han Solo (Harrison Ford), Luke Skywalker (Mark Hamill), Leia (Carrie Fisher), Chewbacca, C-3P0 y R2-D2. Algunos tardarán más que otros en aparecer, pero hay unos cuantos momentos emotivos e impactantes, incluido un hermoso plano final que nos hace esperar con ansias la octava parte. J.J. Abrams (responsable de Misión: Imposible 3, Súper 8 y de la renovación de otra saga clásica como la de Star Trek) y sus coguionistas Lawrence Kasdan y Michael Arndt han conseguido armar una verdadera ingeniería de subtramas y personajes que reciclan elementos del pasado (hay tiempo hasta para los distintos robots) y construyen una base para expandir con el desarrollo de la saga. En ese contexto de tantas ramificaciones y estructuras corales se destaca la inglesa Ridley, verdadero motor de la historia.
Algunos podrán cuestionar con razón que los villanos de la Primera Orden no son todo lo convincentes que una película de estas características requiere, pero incluso con esos u otros reparos Abrams no sólo sale airoso del desafío sino que potencia, moderniza y transforma la película en un entretenimiento no sólo destinado a los nostálgicos que empezaron a consumirla hace ya casi 30 años sino también accesible para el gusto y las exigencias de los nuevos públicos.