La corteza de Suro se despega del tronco del film como lo hace el corcho (que es lo que significa la palabra catalana del título) de la madera de los alcornoques a los que cobija durante el invierno. Lo hace de forma minuciosa, con su propio ritmo, pero a la vez de manera certera y eficaz. Igual que el hacha de los trabajadores temporales va levantando partes de la superficie el árbol, Mikel Gurrea deja al descubierto los diversas estratos narrativos y emocionales que recubren su sutil y muy prometedora ópera prima.

Tras firmar dos cortometrajes, el cineasta donostiarra debuta en el largo con una historia íntima, que aborda el proceso de conocimiento mutuo de una pareja que decide dejar Barcelona (“para los turistas”) y trasladarse a vivir en la zona del Ampurdán, en una masía aislada que ella ha heredado. Esperan un bebé y su proyecto vital pasa por reformar la casa y sobrevivir con el dinero que puedan conseguir del corcho de los alcornoques que forman parte del terreno. Se presenta delante de ellos un futuro idílico, pero la soledad y el hecho de tener que enfrentarse con la realidad que les espera lejos de la ciudad forman parte del conflicto que Gurrea dispone como sencillo y efectivo punto de giro para el desarrollo de su relato.

El cineasta filma a la pareja en su intimidad con cercanía y delicadeza, logrando que cada plano hable de la distancia que se va generando entre ellos, así como de la disparidad de sus objetivos vitales. Por su parte, el paisaje envuelve a los personajes, situándolos en el interior de un cuadro que no es su espacio natural y donde tienen que aprender a desenvolverse. La irrupción en la historia de un joven marroquí al que dan cobijo en la casa –es miembro de la cuadrilla de temporeros que se encarga de sacar la corteza de los árboles– hace evidente el conflicto de pareja, que Gurrea arropa con otros temas, como la cuestión de la propiedad, la necesidad de respetar las tradiciones o la dignidad en el trabajo. Y luego está la tramontana, la última capa. El viento que cuando llega el verano sopla con fuerza y puede provocar desastrosos incendios en el monte. También hace que el corcho se pegue tanto a la madera que resulte muy difícil separarlo de ella. Pero, además, este fenómeno meteorológico, como presencia amenazante, funciona con absoluta precisión a nivel metafórico en cuanto a la relación de los protagonistas.

Con estos elementos y siempre a propósito de la relación de la pareja, el director arma con rotundidad un film pequeño en sus dimensiones y ambiciones narrativas, pero que va creciendo de una manera constante y acerada. Y lo hace gracias en buena parte a sus dos protagonistas principales (Vicky Luengo y Pol López), entre los que se establece una química que propicia que resulten absolutamente verosímiles como pareja, para conseguir un drama en el que los sentimientos protegen al film de esa tramontana que amenaza con despertar al fuego.