Hace unos años, mi amiga Sonia se despertó una noche de madrugada muy asustada. El culpable fue un libro que golpeó de súbito en su cabeza tras caer desde una estantería que tenía en el cabecero de la cama. El libro, para más inri, era A sangre fría de Truman Capote, con las consiguientes risas que aquel detalle provocó entre los que escuchábamos la historia. Un relato parecido se encarga de abrir el documental A los libros y a las mujeres canto de María Elorza. En el mismo, Tonina, la madre de la directora, explica con humor cómo una estantería repleta de libros se le cayó encima dejándola con un dedo torcido. En este caso, el libro homicida fue La divina Comedia de Dante y, en concreto, el tomo dedicado a El infierno, una anécdota que sirve para lanzar dos de las preguntas que atraviesan toda la cinta: ¿Pueden los libros matar? ¿Y pueden también ayudarnos a vivir? Estoy convencido de que a Elorza le gustaría saber que mi amiga también sufrió un ataque bibliográfico similar al de su madre, porque si de algo trata A los libros… es de establecer puentes entre diferentes mujeres y generaciones hablando de cuestiones tanto vitales como azarosas del mejor modo posible: dándose la menor importancia, prestando atención a los rostros y voces de sus protagonistas, permitiéndonos escuchar tanto las respuestas en plano como las carcajadas y las reacciones de la entrevistadora fuera de campo. Desvelando todos los recovecos, importantes o no, por los que la literatura se inmiscuye en nuestras vidas.

Si en La Eneida Virgilio aseguraba que “a las armas y al hombre canto”, la directora de Ancora Lucciole transforma aquella cita para componer toda una declaración de intenciones: estamos ante un film-poema dedicado tanto a la literatura como a las mujeres a las que les ha cambiado la vida. Y Elorza lo hace sin la intención de plantear la obra definitiva sobre la mujer lectora, sino que prefiere aproximarse, de forma cercana y familiar, a unas pocas mujeres que han estado presentes a lo largo de su vida, así como a las obras que, para ellas, supusieron un antes y un después. A los libros… es, pues, una película-juego donde el discurso no se construye desde la Historia, sino desde las historias. Para hacerlo, la película se divide en tres partes. El primer capítulo está dedicado a los retratos familiares; el segundo, al rojo y a la política; y el tercero lleva por título El pasado somos nosotras. Cada uno de ellos presenta a tres mujeres distintas, tremendamente carismáticas, para las que la lectura ha supuesto una forma de entender la vida. En el primero conoceremos a la ya mencionada Tonina y a Loreto, en el segundo a Wal y en el tercero a Vicky. Cuatro mujeres (cinco, si tenemos en cuenta la participación en la cinta de Anne, la hermana de la directora) que hablan de vidas repletas de imágenes literarias que lo llenan todo.

El documental se pregunta acerca de la función de esas imágenes y de los orígenes de esa necesidad vital. Y, para construirlo, Elorza no sólo se centra en los relatos hablados de sus protagonistas, sino que también confecciona un collage de imágenes donde dibujos, objetos, material de archivo y palabras inundan la pantalla. La directora se pregunta qué significa cantar a las mujeres y a los libros, pero también se interroga acerca del cómo: “Retratar a estas mujeres significa también indagar en la naturaleza de las imágenes. Y preguntarnos qué es una imagen literaria, qué es una imagen cinematográfica y cómo se puede pasar de la una a la otra”, asegura Elorza.

A través de la mezcla de testimonios, formatos (pasamos del Super 8 al digital, de la imagen fija al movimiento) e idiomas (el italiano conforma una parte importante del tono lírico de la cinta, así como el japonés) se conforma la idea de las bibliotecas como un jardín, de los libros como un caballo de Troya gracias al cual acceder a otros mundos (y, sobre todo, a otras ideas), de la poesía como manto que te cae encima y de las formas que todos tenemos de llevar la teatralidad a la vida. También se habla de los “bibliocaustos” fascistas, de la necesidad (o no) de desprendernos del papel para deshacernos del pasado, de los límites de la literatura frente al poder del imperialismo y de cómo, tal vez, la gran literatura se esconde en los cajones de la gente sencilla.

En A los libros…, el mimo por el detalle y por la anécdota brillan por encima de las ideas supuestamente trascendentales. En el film se habla de Goethe, Lenin o Baroja como si fuesen nuestros tíos, mientras que lo aparentemente anecdótico –un coche que hace la función de biblioteca, una falda comprada en homenaje a Sade o unas cigarreras que liberaban cada día a una de sus trabajadoras para que les leyera en voz alta– alumbra un cine repleto de ideas. Se habla de los autores de una manera próxima porque las protagonistas les han leído de cerca, de un modo similar a cómo Elorza las escucha a ellas. En este sentido, la labor de montaje del documental, tarea también realizada por la directora, se antoja especialmente relevante, ya que las imágenes literarias invocadas por las protagonistas se disponen cuales puentes cinematográficos entre los testimonios de las mujeres. El resultado final es tanto un poema como un canto, un collage y una representación. Pero, sobre todo, A los libros y a las mujeres canto es un juego fílmico en el que la reflexión no está reñida con la diversión.