La idea de fusionar el western con el gore no parece tan descabellada cuando el resultado de dicha invención es la notable Bone Tomahawk. El espléndido debut en la dirección cinematográfica de S. Craig Zahler, escritor americano especializado en novela negra, fue situado en lo más alto de las listas de películas de género realizadas en 2015. Y, en efecto, la incuestionable valía de esta ópera prima proporcionó a su autor el galardón de Mejor Director y Premio FIPRESCI en la sección oficial del pasado Festival de Sitges, en una edición cuyo palmarés destacó por la presencia de híbridos genéricos. No obstante, a diferencia de la mejor película de Sitges, The Invitation (que reseñamos recientemente en el Americana Film Fest link), Bone Tomahawk no utiliza una trama típica del western para esconder el gore, demorando su eclosión sangrienta hasta el desenlace de la cinta. Si bien es cierto que el terror se adueña del último tercio de ambos films, Zahler no busca el efecto sorpresa como su compatriota Karyn Kusama, sino que muestra sus cartas desde el comienzo, con un prólogo con forma de bacanal gore.

Bone Tomahawk arranca con dos bandidos siendo masacrados por un ser diabólico (al que apenas distinguimos gracias a la astuta decisión de emplear un plano general en la primera aparición de la criatura). Este monstruo –o, quizás, manada de monstruos– campa a sus anchas por el territorio sin ley del desierto. Sin embargo, el ente bárbaro podría desplazarse al mundo civilizado que sirve de escenario al film: la pacífica comunidad de Bright Hope. Así se despliega esta suerte de remake salvaje de Centauros del desierto: los salvajes –en la versión más primitiva de los indios, apodados por el hombre blanco ‘Trogloditas’– secuestran a una mujer del pueblo, y cuatro jinetes saldrán en su búsqueda. De este modo, la sobrina de John Wayne es aquí la doctora de la parroquia (Lili Simmons), un personaje crucial en este neo-western, dado que su papel en el relato no se identifica con el simple objeto del rescate. Sus conocimientos médicos, su valentía y entereza (características reservadas exclusivamente a los personajes masculinos del cine del Oeste) la convierten en el quinto héroe de la película.

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Los otros cuatro temerarios que desafían a dicha vertiente antropófaga de los indios –regalando escenas de violencia extrema, deudoras de Holocausto caníbal– integran una liga heterogénea. El grupo de rescate está formado por el sheriff de la aldea (un sublime Kurt Russell), su fiel y anciano ayudante (Richard Jenkins), el marido antibelicista de la secuestrada, que avanza a duras penas con una pierna rota (Patrick Wilson), y un raudo pistolero experto en matar indios (Matthew Fox). Durante el largo trayecto, cada uno de los cuatro hombres defiende su vía para resolver el conflicto. Pero sus puntos de vista, así como sus diversas personalidades, chocan constantemente (en especial, el pacifista Patrick Wilson con el terco pistolero de gatillo fácil).

El western de terror de Zahler es una rara avis en el cine de género, al anteponer la palabra (o, incluso, el silencio) a la acción. Por un lado, las escenas de violencia macabra e imprevisible están más que presentes en Bone Tomahawk. Sin embargo, como buen homenaje al cine de John Ford, el peso de esta exquisita ópera prima se halla en los episodios de no-acción: en los instantes que el autor sugiere la contemplación o inmersión en el paisaje, y sobre todo durante los diálogos entre los cuatro personajes masculinos. La esencia de Bone Tomahawk emerge en esos coloquios diurnos a caballo, o nocturnos alrededor del fuego, en los que aquellos hombres tan opuestos intentan intimar, conocerse y respetarse, para no olvidar lo único que les une: su noción de lealtad y el sentido del deber.