Eilis Lacey (Saoirse Ronan) es una tímida muchacha que vive con su madre (Jane Brennan) y su hermana mayor (Fiona Glascott) en una pequeña ciudad irlandesa en 1952. Cuando recibe la propuesta de viajar a los Estados Unidos con la ayuda de un cura radicado en Brooklyn (Jim Broadbent), no lo duda: es la única oportunidad de huir de una existencia tan gris como previsible. Ese es el punto de partida de esta historia de inmigrantes sobre diferencias generacionales, de clase (burgueses y trabajadores) y de comunidades (irlandeses e italianos) que escribió el siempre virtuoso Nick Hornby –a partir del best seller de Colm Toibin– y dirigió con convicción John Crowley (Intermission, Boy A).
El autor de novelas como Alta fidelidad y Un gran chico, y celebrado guionista de Una educación y Amor en juego construye aquí un triángulo amoroso clásico entre Eilis, un joven del que se enamora en Brooklyn (un sensible fontanero italiano interpretado por Emory Cohen) y un jugador de rugby de su pueblo natal (el galán Domhnall Gleeson). La subtrama romántica, de todas maneras, no es el único eje de un film que aborda también la evolución identitaria de la protagonista –un personaje que va ganando en autoestima mientras trabaja en una tienda, estudia contabilidad por las noches y vive en una encantadora pensión para mujeres– y, claro, las contradicciones, sueños y estados melancólicos de aquellos que se radican muy lejos de su tierra con la idea de iniciar una nueva vida.
Brooklyn tiene algo de cuento de hadas (quizás por momentos peque de ser demasiado inocente), pero no por eso es superficial ni obvia. Se trata de una película diáfana y generosa, con los sentimientos siempre a flor de piel, con múltiples referencias a los universos del cine (los personajes acuden a ver estrenos de la época como Cantando bajo la lluvia y El hombre quieto), el béisbol y la dinámica propia de los irlandeses en los Estados Unidos. Pero si hay algo que distingue y eleva a Brooklyn es la notable actuación de Saoirse Ronan, una actriz que ya había llamado la atención en films como Expiación, más allá de la pasión y Hanna, pero que aquí se consagra de forma definitiva con una interpretación llena de delicadeza y de matices. Ella es el as en la manga para transformar una digna película clásica en una propuesta poco menos que irresistible.