Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

En los últimos tiempos, han visto la luz varios trabajos que tienen como protagonistas a chicas jóvenes que, en diferentes circunstancias y entornos, afrontan un momento de tránsito vital. Películas que, además del nexo temático, comparten el hecho de estar dirigidas por mujeres cineastas. El año pasado, fueron las notables óperas primas Viaje al cuarto de una madre de Celia Rico y Ojos negros, firmada por Marta Lallana e Ivet Castelo. Y, si echamos la vista más atrás, encontramos títulos como Julia Ist de Elena Martin o Les amigues de l’Àgata, del cuarteto formado por Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius y Marta Verheyen. Este año, llegan dos bienvenidos debuts que se suman a esta oleada de historias juveniles filmadas en clave femenina: La hija de un ladrón de Belén Funes –que se verá en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián– y el film que nos ocupa, La inocencia de Lucía Alemany, que compite en la sección New Directors del certamen donostiarra.

En esta última película, Alemany se acerca al mundo del final de la adolescencia a través de los ojos de su joven protagonista, Lis (la debutante Carmen Arrufat, que sorprende por su afinada contención emocional), que vive en un pequeño pueblo del Levante español junto a sus padres (Laia Marull y Sergi López) y que alberga la ilusión de abandonar el hogar para emprender unos estudios de artes circenses. La directora, que se crió en el mismo escenario donde se desarrolla el film, ha reconocido el poso autobiográfico de la película, algo palpable en el verista retrato del microcosmos asfixiante que habita la protagonista, un entorno pueblerino marcado por la incomprensión familiar y por el chismorreo vecinal. En este contexto, Lis va descubriendo como los lazos que la ataban a sus amigas de la infancia comienzan a desvanecerse, un desencantamiento que correrá paralelo a una intensa y a la postre conflictiva relación amorosa –la primera de importancia para la protagonista– con un chico mucho mayor que ella. Porque dejar el mundo de los niños para pisar el de los adultos es doloroso.

En su primer cortometraje, 14 años y un día, Alemany trabajó con mujeres que se interpretaban a sí mismas, y ahora en La inocencia experimenta con el proceso de improvisación actoral, cuyos resultados están incorporados en la película. Esto se percibe en la naturalidad que transmiten las situaciones, muy especialmente las protagonizadas por el personaje principal y su grupo de amigas. Un trabajo interpretativo que se complementa perfectamente con una labor de dirección centrada en la captura de vibrantes destellos de vida –la cámara asume el rol de termómetro emocional de las situaciones–. Un trabajo de puesta en escena que, además, sabe sacar partido del potencial expresivo de cada uno de los escenarios del film, desde una discoteca sacudida por atronadora música techno hasta unas calles tomada por el silencioso alboroto de una procesión religiosa.

Cabe considerar La inocencia como el nacimiento de una mirada estimulante. Alemany sabe arropar la ficción con los ecos de una realidad próxima, y así consigue sumergir al espectador en un universo que luce como el sol del verano, transmite el espíritu de Levante y tiene el ritmo contagioso de una orquesta de verbena durante la madrugada. Pero que a la vez desprende la angustia vital propia del final de la adolescencia. De un verano que se prometía eterno y en realidad no lo es.