Afincada en el territorio de lo tangible, afín a las maneras del reciente terror francófono, Crudo presenta las fases de traumático autoconocimiento de Justine, una joven vegetariana que acaba de entrar en la escuela de Veterinaria, y que se ve obligada a comer carne por primera vez para no quedar marginada de la comunidad de estudiantes y de las cafres inocentadas que los estudiantes veteranos (entre ellos, la hermana mayor de la protagonista) gastan a los novatos. Al probar la carne, algo se despierta en Justine, causándole erupciones en la piel, vómitos espectaculares y un hambre carnívora cada vez más incontrolable.

Julia Ducournau, debutante en el largometraje fílmico, no pretende ocultar que su horror físico y transformador es heredero directo del primer David Cronenberg. Pero donde el canadiense planteaba una estética magra, que resaltaba lo descarnado de sus propuestas, la directora francesa opta por un tratamiento estético algo más suntuoso, perceptible en las secuencias de discoteca con figuración abultada, y en esos planos en que la luz ilumina exactamente las zonas del cuerpo que es necesario mostrar.

Dejando más o menos velada la naturaleza exacta de la antropofagia que mueve a la protagonista, Ducourneau explota su mitología con más gusto por los momentos de impacto que por la lógica interna, pero se trata de un pecado mínimo en un debut robusto, consecuente con la alienada perspectiva de su personaje principal, y punteado por mínimos gags negruzcos y por decisiones musicales agradablemente sorprendentes, como la de anunciar el crepúsculo de la historia mediante el clásico de Nada Ma che freddo fa.