Cabe considerar la nueva película de Pablo Llorca, Días color naranja, como una obra profundamente europea (no por casualidad se presentó en la sección Nuevas Olas del pasado Festival de Sevilla). Un poso continental que entra en escena a través de uno de los elementos más arraigados de la adolescencia y de la postadolescencia europea: la del Interrail, aquel billete de tren que permitía a los jóvenes viajar por Europa, uniendo países, lugares, haciendo de este continente viejo y ahora desmembrado una única cosa. Viviendo, también, unas experiencias, como el amor pasajero, muy vinculadas con el final de la juventud. Entendiendo, al fin, que las amistades no eran solo los compañeros de escuela, sino también los vecinos del norte, o del sur, con los que se vivía un momento único, para después separarse y permanecer únicamente en el recuerdo.

En Días color naranja, Llorca abraza una cierta ligereza juvenil. Lo hace de la mano de un chico que, en 2010, y tras la erupción del volcán islandés de Eyjafjallajökull, se ve obligado a ir de Grecia a Madrid en tren, junto a un grupo de jóvenes que están disfrutando del verano haciendo un viaje en Interrail.

“La nostalgia… qué miedo”, dice en un momento de la película un personaje encarnado por Luis Miguel Cintra. He aquí la hermosura de Días color naranja, que pese a adentrarse en un momento vital que inevitablemente pasará (la adolescencia) y retratar unos tiempos pasados (el viaje en tren, que evidencia las distancias y su temporalidad), tiene algo vivo, en movimiento. Su mirada no resulta nostálgica, sino profundamente presente, vitalista. En este sentido, resultan bellísimas las escenas de Cintra en la casa del padre adoptivo de la protagonista, en las que vemos fotografías de la vida del personaje, que son a su vez los recuerdos del propio Cintra, un actor que tiñe la pantalla de emoción, cuando, por ejemplo, recibe y abraza a la hijastra que no ve desde hace años.

Rodada con pocos medios, sin permisos, en el pequeño compartimento de un tren o en las calles y rincones de una Europa que por momentos es un recuerdo, Días color naranja pone de manifiesto que, quizá, el cine de Pablo Llorca debería llamarse “resistencias”.

Proyección de Días color naranja en La Casa Encendida.