Aunque pueda parecer el producto de un meditado alarde poético, el título del debut en el largometraje del reconocido animador francés Jérémy Clapin (¿Dónde está mi cuerpo?) tiene un sentido absolutamente literal, ya que narra las peripecias de una mano cercenada en su empeño por reencontrarse con su dueño. Al escapar del laboratorio en el que se encuentra preservado, el carismático y expresivo miembro –que no tiene nada que envidiar a la Cosa de la Familia Addams– pondrá en marcha toda una maquinaria reflexiva y evocadora gracias a la cual iremos conociendo el todo al que pertenece dicha parte. Como ya sucedía con aquel “hombre menguante” del film de Jack Arnold, la desorientación de la mano a lo largo de su viaje físico –por un mundo incompatible con su escala– encenderá un dispositivo existencial que nos conectará de forma directa (visual y sensorialmente) con los recuerdos de Naoufel, el “propietario” de la extremidad perdida (con voz de Hakim Faris).

En ¿Dónde está mi cuerpo?, hasta tres registros visuales comparten espacio fílmico, conformando un insólito entramado narrativo sustentado en la personal y pulida animación en 2D de Clapin. Por un lado, encontramos el avance de la mano, que aporta el toque fantástico a la propuesta. Por otro, recorremos la senda vital de su propietario, desde un punto incierto de un pasado reciente hasta el accidente (de naturaleza incierta) que provocará la pérdida de la extremidad. Y, finalmente, hallamos los recuerdos de infancia de Naoufel, que, con su calidad desaturada, ayudarán al espectador a comprender la persona en la que se ha convertido. Evidentemente, todas esas capas comparten una misma cualidad táctil, pues ¿cómo va a recordar una mano de dónde proviene si no es a través de lo que ha tentado?

El film, basado en la novela Happy Hand del escritor y también guionista Guillaume Laurant (suyo es el guion, por ejemplo, de esa cumbre de la extravagancia que es Amélie), fue presentado en la Semaine de la Critique de Cannes, donde se hizo con el Gran Premio. A su paso por el Festival de Annecy, una de las citas imprescindibles para el cine de animación, la película se llevó el Cristal al Mejor Largometraje y el Premio del Público, y no es difícil entender el motivo de su rotundo éxito. Clapin, con su habitual tono a caballo entre el escalofrío y la maravilla, y acompañado en esta ocasión por la delicada banda sonora original de Dan Levy (la mitad del dúo The Dø), construye un imaginario visual de una inteligencia emocional tan compleja como la propia condición humana. El film no esquiva la cruda realidad de su protagonista, un joven sin aparente futuro, sino que la acoge democráticamente junto con otros elementos más dulces, como aquellos que se adentran en el terreno del romance. Ningún detalle, ningún recuerdo o arrebato es baladí, toda imagen nos conduce a otra, deja un poso emocional y, en algún momento u otro de la película, saca a relucir su propósito. Hay que vivir la experiencia juntamente con ese fragmento anatómico de Naoufel, descubriendo poco a poco cómo todos esos instantes animados por Clapin acaban conformando una vida.