Abordar la vivencia del luto en el séptimo arte es una osadía, un elogioso atrevimiento que sólo alcanzan con éxito los cineastas más valientes y honestos. Hace apenas una semana, Chronic de Michel Franco se alzaba con el premio del Mejor Guión en el festival de Cannes. La nueva película del director de Después de Lucía muestra, como El camino más largo para volver a casa, el testimonio de un hombre abatido tras la reciente pérdida de un ser querido. Pese a la puesta en escena antitética de ambas películas –Chronic está compuesta por planos fijos, hieráticos y pausados como la contención emocional de Tim Roth, mientras que Sergi Pérez persigue a Borja Espinosa con la cámara en mano para captar su inmediata ansiedad–, los dos memorables largometrajes camuflan el duelo de sus protagonistas a partir de los forzados o voluntarios cuidados que éstos ofrecen a otro ser vivo. En el caso del film del director mexicano nos hallamos ante una patológica relación de dependencia entre un auxiliar de enfermería con sus pacientes terminales, mientras que en la ópera prima del autor catalán se nos presenta a un hombre en pleno proceso de autodestrucción que se debate entre socorrer al perro de su mujer fallecida o librarse de él.

En la primera escena de El camino más largo para volver a casa, Joel (Borja Espinosa), aturdido por la reiterada melodía que emite su iPhone, se levanta de su colchón de matrimonio sin sábanas, en medio de una sucia habitación llena de polvo y desechos. Ignorando las llamadas telefónicas de sus familiares que insisten en recordarle su cita en el tanatorio, el hombre advierte el mal estado de Elvis, el perro de su difunta esposa que, igual que el viudo, lleva días sin comer ni beber. En contra de su voluntad, Joel es obligado a salir de su lúgubre y simbólico refugio para determinar el destino del animal. El trauma tras el incidente le impide decidir si debe llevar la mascota al veterinario o abandonarla a su suerte. La única certeza que posee el hundido y encolerizado protagonista es que tiene que volver cuánto antes a su apartamento: una permisiva Torre de Marfil que él mismo ha construido para no tener que mostrar su dolor en público. Pero, por desgracia, Joel olvida las llaves en el interior de su casa cuando se dispone a salir, demorando aún más su ansiado retorno.

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El debut de Sergi Pérez es una atípica road movie que, en su incesante recorrido físico, renuncia a escarbar en los detalles del fallecimiento de la compañera sentimental del protagonista. Sin elipsis ni saltos temporales que permitan entender el dolor del torturado individuo, El camino más largo para volver a casa juega con la omnipresencia del fuera de campo durante todo su metraje, porque el propósito del film va más allá de narrar una mera ficción; su intención es revelar la evolución del sentimiento del luto que todo ser humano experimenta durante sus primeras y angustiosas horas.

El cineasta novel exterioriza la lucha interna del depresivo protagonista procurando una atmósfera tétrica, conducida por una banda sonora de oscura música electrónica; recurso análogo al efecto narcótico que los hermanos Safdie depararon en el acompañamiento musical de Heaven Knows What a partir de las composiciones de Isao Tomita. Los estallidos de violencia y la incontrolable pulsión sexual del viudo sin techo evidencian su frustrado deseo de evasión. De este modo, el regreso a su prometida Ítaca es boicoteado a cada paso que da por esa dura carrera de obstáculos que no finalizará hasta que el obcecado mártir asimile que, para encarrilar su vida, no puede volver a su casa, sino construir una nueva a partir de sus cenizas.